Al contar la vida de María Emilie Ana Koepcke nos quedo la sensación de que se debería continuar contando sobre de su hija Juliane Koepcke. Sentimos que esa manos unidas en el momento del accidente nos daban una continuidad que a ella le hubiera hecho muy feliz .
Juliane Köpcke nació en Lima el 10 de octubre de 1954, hija del biólogo Hans-Wilhelm Köpcke y de una famosa ornitolóloga, María Emilie Ana Koepcke de nacionalidad alemana cuyo apellido llevan al menos tres aves tropicales amazónicas.
En 1971 ya se encontraba cursando el último año de la escuela media y pensaba estudiar zoología o biología.
El 24 de diciembre de 1971, Juliane y su madre María se dirigieron al aeropuerto Jorge Chavéz en Lima, Perú, con destino a la ciudad de Pucallpa, donde su padre, que allí trabajaba, las esperaba para celebrar la Navidad.
Cuando sobrevolaban la selva del Amazonas, se formó una tormenta, con fuertes vientos y lluvia.
En el momento en el que las sacudidas fueron más violentas, los equipajes de mano salieron de sus cubículos, el avión descendió 4000 metros y el piloto buscaba aire más denso para poder realizar un aterrizaje de emergencia, Juliane lo describé de la siguiente manera:
Yo fijaba la vista en el motor derecho como recurso virtual a mi falta de apoyo físico. La fría humedad de la mano de mi madre delataba su consabido sufrimiento. En ese punto, el viaje se tornó en la aventura de mi vida cuando una inmensa y cegadora luz atravesó la hélice que yo contemplaba. El avión se escoró rápidamente y comenzó a caer picado gobernado ahora únicamente por la fuerza de la gravedad
A las 12:36 un rayo golpeó al avión cuando estaba a unos 3000 metros de altura, y explotó.
Juliane salió despedida del avión, asida por su cinturón al asiento, y cayó sobre las copas de los árboles, cuyas ramas y la densa vegetación amortiguaron el impacto hasta el suelo. Estuvo inconsciente unas 3 horas, y cuando despertó a la mañana siguiente, se encontraba en tierra, y rodeada de la más densa selva. El hecho de haber caído con su butaca, y que ésta cayese sobre la espesa vegetación le salvó la vida.
Juliane miró a su alrededor y junto a ella había solo cuerpos y restos del avión.
Me desperté sentada en el mismo asiento, como iniciando otro viaje pero, esta vez, al infierno. Había tres cuerpos desmembrados a mí alrededor, creía que se trataba de una pesadilla y me volví a dormir por unos instantes. Cuando creí volver en sí me atraganté de realidad. Cuerpos inertes colgaban de los árboles, hierros, asientos, ropas y maletas desparramadas por la selva, humo, mucho humo y crepitar de combustiones desperdigadas hasta donde la espesura de la jungla dejaba distinguir.
Increíblemente, Juliane Köpcke tenía solo heridas mínimas: su brazo tenía un corte, tenía una herida en su hombro, tenía un ojo morado y su clavícula rota.
Juliane pasó los siguientes dos días tratando de buscar ayuda, pero lo único que halló fueron los restos calcinados del aparato y los cadáveres de otros pasajeros.
Juliane decidió aferrarse a la vida y sobrevivir a toda costa. Recordando los consejos ,que le habian enseñado nociones de cómo orientarse en un lugar desconocido, Juliane empezó a seguir el curso de un arroyo, con la esperanza de que éste la condujera hasta ríos más caudalosos, en donde podría habitar gente. Debido a que el río era cálido, pudo calentarse y no morir de frío, además de que el agua era potable. En algunos tramos tuvo que nadar, porque presentaba cierta profundidad. Los cocodrilos de la zona no le atacaron. Aunque observó algunas frutas en los árboles, no se las comió porque sabía que eran venenosas.
Fueron días aciagos, en los que debió hacer frente a un calor insoportable, a las picaduras de los mosquitos, y al peligro de que se le apareciera un animal salvaje. Juliane no sabía que se encontraba a más de 600 km de cualquier centro habitado, en plena Amazonía peruana.
Tras diez días de caminata por la jungla, finalmente llegó a un río navegable y caminó por manglares y la orilla hasta dar con una canoa a motor y una choza, que servía de refugio para cazadores. No quiso robar la canoa, por lo que esperó varias horas hasta que los propietarios llegaran de vuelta. Entretanto, y dado que su cuerpo se había emparasitado con larvas de moscas, se roció con combustible para intentar limpiar la herida.
A la mañana siguiente, los cazadores, que eventualmente transitaban por dicho lugar, la encontraron en el refugio. La llevaron hasta su aldea, donde le dieron comida y le curaron las heridas más graves. Al día siguiente, Juliane fue llevada en canoa durante diez horas de viaje hasta el pueblo de Tournavista, donde le trasladaron en avión hasta Pucalpa para ser internada en el hospital. Allí, se reunió con su padre.
Las indicaciones de Juliane Köpcke ayudaron a dar con los restos del avión —se encontró la parte delantera casi intacta— y constatar que si bien sobrevivieron 13 pasajeros, entre los cuales se encontraba el piloto del avión, que quedó muy malherido tras la caída, estos no vencieron a la selva y fallecieron en diversas circunstancias.
Tuve pesadillas durante muchos años, muchas por supuesto sobre la muerte de mi madre y de otras personas una y otra vez. La pregunta "¿fui yo la única superviviente?" resuena todavía en mi cabeza. Y lo hará para siempre.
Juliane Koepcke, en 2010
Juliane regresó a Alemania, donde se recuperó totalmente de sus heridas y continuó sus estudios, obteniendo su título en zoología y biología en 1987. La Dra. Juliane Diller, como se la conoce actualmente, se especializó en el estudio de murciélagos. Actualmente trabaja como bibliotecaria en la Colección zoológica del Estado de Bavaria en Múnich.
El director de cine Werner Herzog iba a viajar en ese mismo avión, pero perdió el vuelo. Treinta años después, en 2000, hizo una película titulada Wings of Hope.
En 1974 hubo otra película titulada I miracoli accadono ancora, dirigida por Giuseppe Maria Scotese. El papel de Juliane estuvo interpretado por la actriz Susan Penhaligon.
Juliane Koepcke: “Nunca había sentido ese temor de que todo desaparezca”
La bióloga y conservacionista peruana fue la única sobreviviente de un accidente aéreo ocurrido hace más de 40 años.Hoy es la guardiana de Panguana, un paraíso en la selva huanuqueña
Dos veces al año, rumbo a Pucallpa, Juliane Koepcke repite la misma ruta de aquel fatídico avión de Lansa que se precipitara a tierra en diciembre de 1971. La única sobreviviente del accidente, en el que murieron 92 personas (su madre entre ellas), aún tiene miedo de volar. Sin embargo, asegura que es lo que debe hacer para llegar a Panguana, área de conservación privada (ACP) en el distrito de Yuyapichis, Huánuco, un paraje que ella busca proteger de la extracción informal de oro, que destruye cada vez más biodiversidad.
Aunque no le gustan las entrevistas, usted ha decidido divulgar su preocupación por el avance de la minería ilegal en los bosques huanuqueños.
Luego del accidente no quise saber nada de la prensa hasta el año 1998, cuando hice el documental con el director alemán Werner Herzog. Comprendí que eso era parte de mi vida, aunque siempre he intentado escapar de aquellos pensamientos. Ahora mi misión es evitar que se destruya el medio ambiente selvático.
¿La extracción aurífera es lo único que le preocupa?
También la amenaza que representan las carreteras, ya que son el principio del fin para el bosque. Lo noto cuando voy por la carretera Marginal desde Pucallpa a Panguana. Desde que se construyó en los años 80 la naturaleza ha ido desapareciendo. Otro problema son las compañías reforestadoras. Tumban los árboles, sacan la madera y luego siembran una sola especie, la bolaina.
Pero las actividades mineras informales generan más presión.
Desde 1950 llega gente a la zona en busca de oro. Sin embargo, los precios del oro, cada vez más altos, incentivan la minería informal. Resulta difícil controlar esas zonas lejanas, nadie vigila.
La ausencia de autoridades debilita la fiscalización.
El caso de la compañía china [Shuanghesheng Mining Group, del ciudadano Yi Yanguang, investigado por sus vínculos con la minería informal], que ha solicitado varios petitorios mineros a lo largo de los ríos Pachitea y Yuyapichis es algo completamente nuevo. Nunca hemos sentido ese temor de que dentro de poco podría desaparecer todo. Esa forma agresiva de meterse en los terrenos sin respetar la ley es preocupante. Además, [los mineros informales] prometen ayuda y desarrollo a la gente local. Quisiera que las autoridades tuvieran más valor para detener a esta gente. El Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) debería ocuparse. Si bien tiene el ánimo, le hacen falta fondos. Y si uno ve cómo actúa el Gobierno Regional de Huánuco a través de su Dirección de Energía y Minas, pues pierde la esperanza.
Usted le envió una carta notarial al director de Minería de Huánuco en la que le pedía cancelar aquellos petitorios que se sobreponían a su reserva.
No sentimos ningún apoyo, al contrario. Pareciera que el señor estuviese ligado a la compañía china por como se expresa [en su carta de respuesta].
La compañía china a la que se refiere, Shuanghesheng Mining Group, señala en una carta al Ministerio del Ambiente que pretendía construir una vía.
Se dieron cuenta del interés que tienen las comunidades nativas vecinas por construir una carretera. Hace años ya venimos lidiando con eso. Ellos querían que se ubicara en el límite de Panguana sin zona de amortiguamiento. Esto acabaría con el área natural, pues elimina la posibilidad de que los animales se desplacen. Antes de que comenzara el problema por la compañía china [pretendían ingresar en la zona maquinaria pesada], propusimos hacerla por el otro lado del río Yuyapichis. Incluso me ofrecí a apoyar económicamente.
La lucha es constante…
Es un problema que nunca termina. He conversado varias veces con los jefes de las comunidades, quienes hablan de una manera muy inteligente sobre la naturaleza selvática cuando están solos. Siempre nos hemos llevado bien con los vecinos y las autoridades. Lo malo es que cada vez que hay elecciones estas cambian y debemos empezar todo de nuevo. Con el alcalde de Yuyapichis al principio nos llevábamos muy bien, pero ahora también insiste en construir la carretera. Es difícil ponerse de acuerdo con todos.
Pero es muy natural que la gente local desee mayor y mejor infraestructura.
Lo comprendo, pero hay alternativas, como programas que pagan por conservar el bosque. La Amazonía es lo más importante que tenemos. Siempre hemos pensado que aquí la situación no es tan grave y que la destrucción no avanza tan rápido. Sin embargo, el humo producto de la quema y tala de árboles en tiempo de verano oscurecen el sol y la luna, y cuando llueve huele a quemado a pesar de que ocurrió a kilómetros del lugar. La minería ilegal destruye más rápido el ecosistema. Cuando me enteré de que habían tratado de ingresar maquinaria pesada en el área no podía dormir. Estaba desesperada en Alemania. Por motivos de trabajo no podía venir.
¿Es posible ocuparse de estos problemas desde tan lejos?
Carlos Vásquez , o ‘Moro’ como lo llamamos de cariño, es el administrador de Panguana y vive ahí con su familia. Tiene un compromiso personal con el lugar. Cuando mi papá llegó a la zona era solo un adolescente. Me ha dicho que lucharemos hasta el final.
Incluso usted pidió ayuda al principado de Baviera.
La princesa Auguste de Baviera es doctora en Biología. Se enteró de Panguana mediante un artículo. Como es muy influyente en Alemania pensamos que su apoyo era importante. Aceptó gustosa escribir una carta junto con su hermano dirigida al presidente Humala.
Lo que sea para proteger Panguana.
Ese bosque me salvó la vida [el avión de Lansa se estrelló a 50 km de Panguana] y gracias a lo que me enseñaron mis padres pude sobrevivir. Hay un vínculo muy fuerte porque, además, soy bióloga y he estudiado ese ecosistema. Basta ver cómo la extracción de oro ha destruido Madre de Dios para querer detenerla y sentirme más comprometida. Muchos pensarán que pierdo la paciencia y dejo todo [al volver a Alemania]. Pero es al revés, me da más fuerza. Nunca dejaré Panguana.
“RECUERDO EL ACCIDENTE COMO SI HUBIESE SUCEDIDO AYER”
Se ha escrito mucho, se han hecho documentales y hasta una película sobre su historia. ¿Qué la animó a publicar su autobiografía en el 2011?
Mucho de lo que contaron no era verdad, al principio eso me molestaba bastante. Desde un comienzo quise relatar mi versión. Me mudé a Alemania después del accidente, un país nuevo para mí, y no tuve fuerzas. Después lo pospuse por el trabajo. En el 2009 ocurrieron dos accidentes aéreos horribles, uno de ellos el de Air France. Siempre que ocurre algo grave me llaman, en tiempos de Internet resulta imposible esconderse. Entonces, di una entrevista extensa a una revista alemana, hice contactos y me ofrecieron publicar un libro. Este salió justo al cumplirse 40 años del accidente, una fecha importante para mí. Hasta ahora estamos buscando una editorial en el Perú para publicarlo. Asimismo, cuento sobre mi labor de conservación en Panguana.
¿Después de tantos años aún recuerda con claridad lo que sucedió aquella tarde del 24 de diciembre?
Recuerdo el accidente como si hubiese sucedido ayer, todo eso está presente. Para hacer la autobiografía revisé bastante información, leí las cartas que recibí y los artículos que se publicaron. Los colecciono todos en unas cajas grandes. Además, la hermana de mi papá murió y ella conservaba muchas cartas que él le escribió en esa época. En “Ímpetu”, una revista de Pucallpa, hallé una edición especial sobre la búsqueda del avión y los cadáveres. Eso fue nuevo y muy doloroso. Lloré cuando lo leí.
¿Cree que eso la ayudó?
Fue como una especie de terapia. Me permitió entender varias cosas, como por ejemplo la forma en que mi papá se comportó. Él no habló conmigo sobre el accidente, solo tocó el tema una vez.
Su padre jamás volvió al Perú después del accidente.
Me dijo que volveríamos juntos más adelante, pero no tuvo la fuerza. Murió en el 2000. Él y mi mamá formaban una pareja casi simbiótica, no podían estar el uno sin el otro. Mi padre hubiese preferido morir en lugar de ella. Fue una época muy dura. Yo regresé en 1977 por primera vez para hacer mi tesis de bachillerato.
¿Cómo se sintió aquella vez?
Fue raro, pero me sentí cómoda en Panguana. Allí me siento más en mi casa que en Alemania. Aunque me gusta convivir entre ambos mundos.
Ha dicho que para seguir adelante hay que vencer el miedo. ¿Aún teme volar?
Cuando el vuelo es tranquilo, no. Si se mueve mucho, veo nubes grandes o relámpagos, me pongo nerviosa y me sudan las manos. A mi esposo tampoco le gusta volar, así que no podemos ayudarnos mucho.
Su esposo la acompaña en su aventura de conservación en Panguana.
Es entomólogo, trabaja con insectos, avispas y hormigas. Le encanta Panguana. Estuvo por primera vez cuando hicimos el documental con el director alemán Werner Herzog en 1998. Desde entonces ha vuelto conmigo siempre.
Al llegar a nuestro país imagino que le resulta inevitable recordar a su madre y tiene sentimientos encontrados…
Claro, ella era una bióloga de todo corazón. Videntes me decían que se habían contactado con ella, era muy extraño.
Pero más raro es sobrevivir a un accidente de avión.
Por eso Panguana es una misión, una pasión y una ocupación. Es un sitio especial.
MARISOL GRAU
https://alchetron.com/Juliane-Koepcke-683906-W
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