Tamara de Lempicka nacida Maria Górska, (Varsovia, 16 de mayo de 1898 - Cuernavaca, 18 de marzo de 1980) fue una pintora polaca que destacó por la belleza de sus retratos femeninos, de pleno estilo art decó.
Pinta mujeres etéreas, aunque a la vez férreas; son sus mejores ejemplos, junto con los desnudos. Sus influencias principales son Botticelli, Bronzino, el retrato manierista en general, y el Cubismo, pero sin llegar al arte abstracto. Por ejemplo "La mujer dormida". También retrató a su hija en varias ocasiones y a personas relacionadas con la burguesía artística de París y Nueva York. Su estética ha atraído a estrellas del espectáculo como Barbra Streisand y Madonna, de quienes se dice que coleccionaban sus pinturas.
TAMARA DE LEMPICKA, DE NIÑA CAPRICHOSA A MUJER FATAL
Nace como María Górska en la Varsovia de 1898 acunada por un ambiente de lujo y sofisticación que no querría abandonar jamás. A los trece años emprendió con su abuela materna su particular Grand Tour por Italia, donde mantendría su primer contacto con el arte de los maestros renacentistas en todos los museos de Roma, Florencia o Venecia a los que, años más tarde, no dudaría en retornar en busca de inspiración. Viajó del mismo modo a un opulento Montecarlo en cuyo ambiente relajado y hedonista se sintió especialmente cómoda.
Fue allí donde un joven pintor le enseñó el manejo de las acuarelas, aunque su incursión con los pinceles había tenido lugar en el hogar familiar varios años atrás: no conforme con el retrato que su madre había encargado para ella a una famosa artista, Tamara decide que puede superar el resultado retratando a su hermana pequeña, según ella de un modo imperfecto técnicamente, pero que había logrado captar la esencia de su hermana. Una pequeña con carácter.
Con idéntica insistencia logra a los 18 años contraer matrimonio con el abogado Tadeusz Lempicki, del que se había encaprichado en su adolescencia. Un romance tan fugaz como decisivo. Tan sólo un año después de la pomposa boda, la joven pareja se ve envuelta en la revolución de un pueblo hambriento, agotado y harto ya de la aristocracia. Lempicki fue arrestado en 1917 por los bolcheviques y liberado gracias a su esposa tras seis semanas en las que Tamara demostró sus habilidades sociales y su posición preponderante en un matrimonio que se vio obligado a emigrar a Francia.
En París Tamara descubre una vocación a través de la necesidad de procurar un sustento económico a su familia, que contaba ahora con un nuevo miembro y un esposo que no quería rebajarse a trabajar en un banco. La joven polaca se convirtió en la única fuente de ingresos.
Y es allí, en la capital fulgurante de los años veinte, donde la joven Tamara inicia su carrera artística aprendiendo de Maurice Denis y André Lhote, padre del denominado cubismo sintético.
Su estilo, figurativo, tremendamente clásico, de formas frías y precisas, se desvinculó de manera muy clara de las vanguardias europeas, del cubismo de Picasso y Braque, Málevich, el Dadá y el surrealismo. Sus obras eran demasiado asequibles y conservadoras a ojos de los críticos del momento. Para colmo, Tamara no contaba con el privilegio de haber nacido hombre.
Alternaba con Picasso, Braque, la condesa de Noailles, Coco Chanel o Marinetti dentro de un ambiente tan bohemio como excitante. Tras la primera exposición de Art Déco en la ciudad, que tuvo lugar en 1925, se inicia su periodo más prolífico (que duraría hasta 1935) y perfecciona un estilo único que la haría famosa en un momento en el que la élite social, los ricos y triunfadores, gustaban de verse reflejados en elegantes retratos y desnudos sensuales, arrogantes y provocadores. Tamara se convierte de pronto en la mejor retratista del breve pero intenso periodo que Art Déco. Por fin había logrado la fama que tanto anhelaba.
Tras divorciarse en 1928 de Tadeusz Lempicki, Tamara entabla relación con el Barón Raoul Kuffner, un confeso amante de su obra, que colecciona y publicita, y finalmente su segundo esposo. Con su segundo matrimonio obtiene un título de baronesa perfectamente válido para esa performance que era su vida. Se establece con el barón en Estados Unidos en 1939 huyendo de una Europa abocada a la destrucción hacia un mundo glamuroso que ya había tenido ocasión de visitar y de emular, en un idilio con su apariencia de diva hollywoodiense que tanto gustaba de explotar. En estos momentos, su obra había virado considerablemente hacia un cierto costumbrismo perdiendo el interés del público al desaparecer la esencia de la actualidad, del mismo modo que el alboroto déco se había desvanecido en una Europa sumida en otro conflicto mundial. Con la muerte del barón en 1962 Tamara se traslada de Nueva York a Texas con su hija Kizette y su familia, para finalmente viajar a México en 1974, enferma y anciana. En 1980 lanza en Cuernavaca el último suspiro a una vida frenética y apasionada.
Su marcada tendencia al orden y la precisión es asociada con demasiada frecuencia con el estilo depurado, clasicista y megalómano que adoptaron los fascismos europeos, cosa que no hace sino desprestigiar aún más sus logros artísticos…
Las figuras que retrata de Lempicka, altivas, poderosas, estilizadas y sugerentes son en cualquier caso únicas e irrepetibles.
Su tratamiento de la figura femenina ha contribuido, además, a proyectar la imagen de una mujer moderna, independiente, segura de sí misma y no por ello menos bella y glamurosa. En la que es, de hecho, su obra más famosa, Autorretrato/Tamara en el Bugatti verde (1927), podemos ver a la propia artista conduciendo con libertad un coche que nunca tuvo – Tamara solía combinar sus vestidos con el color amarillo de su pequeño Renault – pero que habría deseado poseer. Como Hemingway y Scott Fitzgerald, literatos de la Generación Perdida con los que había coincidido en París, su vida es un capítulo más de su obra y viceversa. ¿Qué fue personaje y qué realidad? Una vida frenética, de apariencias y placeres que dejó el mejor retrato de los locos años veinte. IRENE PÉREZ MÉNDEZ