“Antes el cuerpo se vendía bien”
Rosario Carmona/ Uriel Ricardo Hernández
Por fin llegó la hora de quitarse las zapatillas doradas; siete horas de llevarlas puestas y apenas consiguió 200 pesos.
Vanessa ha tenido días y años mejores, en ocasiones llegó a juntar hasta 2 mil 500 pesos; pero eso era cuando “el cuerpo se vendía bien, ahora hasta quieren que les regales el trabajo”.
Han pasado unas horas del operativo en Manzanares donde “rescataron” a unas 64 sexoservidoras, pero ella dice que ya todo está normal.
El día ha sido difícil, reconoce, pero no por las incursiones de la policía sino por la falta de clientes. Antes de aceptar la charla, Vanessa botó sus zapatillas de 10 centímetros de alto que le han sacado ampollas y ya le provocaron calambres, enfundó sus pies en unas chanclas y se despojó de sus recuerdos.
Son ya 16 años de dedicarse a esta actividad, primero en una casa de citas, pero no le gustó y mejor se fue a una esquina de avenida Circunvalación en el centro de la ciudad.
“Yo estaba casada con un abogado, pero cuando nació mi bebé, me di cuenta que él andaba con otra mujer, una abogada también y entonces me separé. Fueron casi cuatro meses sola, yo trabajaba en un centro comercial pero no alcanzaba el dinero; en una ocasión leí un periódico donde decía que se solicitaban muchachas, jóvenes y bonitas para una casa de citas, estaba bien especificado, bien claro, nadie me engañó”.
En ese instante Vanessa definió su futuro.
Le pidió permiso a su mamá, las dos primeras ocasiones le dijo que estaba loca. La tercera se limitó a decir que hiciera con su vida lo que quisiera, así lo hizo.
De la casa de citas se salió porque la obligaban a beber y no le gustó. Se fue a la Merced y se paró en la calle, entonces cuando el “cuerpo se vendía bien”.
“Hasta 9 ó 10 clientes llegué a tener, pero ahora, a veces en la madrugada llegan y te dicen que te dan 100 pesos y a mí me cobran 55 del hotel; casi, casi te cobran por estar con ellos”.
En la soledad
Vanessa dice que sus horas en la calle pueden ser muy largas, dolorosas y hasta tristes, sobre todo cuando se pierde de los momentos importantes para sus hijos.
Ahí comparte la soledad y el peso de su tragedia personal con cientos de mujeres, algunas, apenas unas niñas, pero pocas son sus amigas, la mayoría son compañeras anónimas de un trabajo que, al menos para ella, fue su elección.
Durante las madrugadas en la calle de la Soledad, Vanessa espera que lleguen sus clientes, pero sobre todo espera que llegue el amanecer.
En la plaza rodeada de hoteluchos y casas viejas que ya no tienen cuartos, donde apenas dividen los cubículos con cortinas que alcanzan a cubrir asientos de cemento, ahí la basura se acumula en las esquinas y la desesperanza se respira, ahí Vanessa comparte sus temores y hasta sus recuerdos.
“Todos los días comemos”. Vanessa justifica con esta frase el motivo de su trabajo, del que asegura no estar arrepentida, pues le ha permitido sacar adelante a sus tres hijos: un varón de 16 y dos jovencitas de 14 y 12 años, aunque reconoce que muchas veces los ha descuidado porque pasa muchas horas fuera de casa.
Antes, su madre se hacía cargo de sus hijos, pero desde que murió las cosas se le han complicado.
A diferencia de varias de sus compañeras, Vanessa no viste minifaldas ni ropa transparente que deje ver su tanga; dice que no es bueno porque en la zona pasan muchos niños y no está bien el ejemplo que les pueden dar.
De fácil hablar, y con un buen sentido del humor cuenta, desde que se inició en esta actividad, a los 21 años, hasta de su futuro en el que sólo busca ser una mamá y una tía buena onda.
De lunes a jueves se para en una esquina de avenida Circunvalación, desde las 11 de la mañana hasta las seis de la tarde y las madrugadas de viernes y sábado trabaja en la calle de la Soledad.
Todo tiempo pasado fue mejor, para la mujer que ahora tiene 37 años de edad.
“Si vas a gastar tanto el cuerpo, pues va a valer la pena, es porque vas a comer bien, vestir bien, pero de unos tres, cuatro años para acá, el trabajo ha bajado mucho, antes cuando empecé sacaba 2 mil, mil 500 pesos diarios, con 9 ó 10 clientes, pero en ese tiempo el cuerpo sí se vendía correctamente”.
Años atrás cobraba 400 pesos, pero cuando el cliente quería un trabajo completo, todavía le cobraba extra “porque te desnudaras, porque tocaran arriba de la cintura, te besaran o por el francés eran 50 hasta 80 pesos más y ahora la economía pues afecta, la edad también. Depende incluso de la experiencia que tengas, el buen trato, el buen trabajo”.
Que me agarren suavecito, con cariño…
De sus clientes, dice que la mayoría la tratan bien, incluso a veces la ayudan económicamente. Le dan más de lo que regularmente cobra, pero eso es por hacerles un buen trabajo, “con unos 15 minutos bien trabajados se van contentos y rápido”. En alguna ocasión que estaba muy cansada y se lo hizo saber a un cliente recurrente, éste le dio dinero y le dijo que se fuera a descansar un mes completo.
Su única queja es que algunos son muy toscos, parecen luchadores; sobre todo los que no están acostumbrados a estar con una mujer, los que no tienen pareja o no están casados, asegura.
Cuenta que una ocasión le dejaron los dedos marcados en las caderas, por eso lo único que pide es que la agarren suavecito; “si yo no les estoy haciendo nada, no los estoy golpeando”, dice Vanessa mientras sonríe.
Ella superó 12 años de drogadicción, se anexó cinco veces a centros de rehabilitación y cuatro veces la internó su mamá, incluso pasó meses sin aparecerse por su casa, hasta que estaba anémica y a punto de la muerte.
“Me quedé 12 años estancada en eso”, recuerda. “Pero ahora, el día que no regreso a casa es porque voy a divertirme con mis compañeras, correctamente. Pero sí llegaron a ser hasta ocho meses sin regresar, me quedaba en los hoteles, este trabajo es socorrido y parece que cuando uno se está haciendo daño, el diablo anda suelto y más trabajo nos da”.
Aún así, dice que siempre respetó a su mamá, incluso cuando decidió dedicarse a la prostitución, por eso le pidió permiso.
De pronto el llanto la ahoga cuando habla sobre una relación que tuvo con un hombre que vive en Las Lomas de Chapultepec.
Tuvimos una relación muy bonita de dos años y cuando mi mamá estuvo en el hospital, le hablé para pedirle 500 pesos para la ambulancia y no me ayudó. Le dije a mi hermano, mi mamá me enseñó a trabajar y si ella sacó adelante a 9 hijos yo cómo no voy a poder.
La dejé y me fui a trabajar, saqué el dinero que necesitábamos y tres días después la sacamos del hospital en un ataúd.
Recuerda que en sus inicios, en la Merced llegaron a ser más de mil 500 sexoservidoras. Ahora, dice, son unas 500 de diferentes edades y algunas, quizá un 10%, víctimas de esclavitud sexual, pero otras no tienen padrote, “trabajamos para mantener a nuestros hijos, no a un hombre”, dice la mujer que viste pantalón de mezclilla ajustado y blusa escotada en tono azul, sus lentes cubren su rostro, mientras sus manos se mueven al compás de sus recuerdos.
¿Y cómo le haces para dejar a Vanessa y volver a ser la mamá? No es fácil, hay que trabajar mucho la cabeza para poder despojarte del cuerpo, pero con el tiempo sí lo logras. Yo dejo aquí todo y me voy para mi casa, como todos”.
Cuando termina el turno nada más “te quitas el maquillaje y pides respeto”.
http://www.animalpolitico.com/2011/06/las-zapatillas-de-vanessa/
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