Alba Mancinella, maestra de grado impulsora de "la Banda de los Sikuris", en la Escuela Nº 65 de Villa Aurora. Siente que enseñar es aprender y que es una herramienta para la transformación.
Alba Mancinella, en Olavarría, en donde en una búsqueda de generar herramientas para hacerle frente a la violencia que se generaba dentro y fuera del aula comenzó a tomar los ritmos que provocaban los chicos para molestar en clase como el punto de partida para una experiencia que años después derivó en La Banda de los Sikuris.
En el barrio de las flores
Alba Mancinella se recibió de maestra entre 1979 y 1980. "Salí del Instituto (de Formación Docente) sin saber enseñar. Y fui ensayando modos". Hoy, a larga distancia de aquellos días y apenas jubilada, dice que "educar es lograr que los alumnos tengan los saberes y las herramientas para que luego se desarrollen en la vida y en el medio en el que están, que creen buenos vínculos, que sean independientes y que modifiquen la realidad en la que viven".
El premio de maestra ilustre le llegó tras décadas de remar a contramano de la corriente, en la Escuela Nº 65 de Villa Aurora, el barrio con calles con nombres de flores. Y lo compartió con otros maestros de cada provincia argentina que la pelean en sus propias realidades y llevaban sus mochilas de años al frente del aula. Todo, en un ida y vuelta constante. A medida que los años pasaban "fui encontrando cuál es la forma de trabajar en equipo con los chicos, de generar situaciones que los movilicen a aprender, que despierten su curiosidad, para que, una vez logrado esto, planificar con ellos cómo vamos a hacer para llegar a las respuestas. Y en todo ese proceso, el maestro aprende cosas que antes no sabía".
Pero ese trabajo a través de los años no fue simple. Demasiadas veces ser maestro implica luchar contra molinos de viento que tienen forma de instituciones calcificadas en viejas miradas de la educación. "Teníamos un proyecto de vida en la naturaleza. Investigábamos, preveíamos lo que podíamos encontrarnos, tratábamos de que surgieran cuestiones problemáticas para indagar y salíamos todos juntos. Y se desarrollaba a través de todas las unidades de trabajo y en todas las áreas. Desde Matemáticas, Naturales, Lengua, Sociales. No respetábamos el orden de contenido de lo que nos mandaban porque el orden se daba a partir de esa situación. Y el chico acostumbrado a esto, entraba a partir de la Reforma de 1985 a otra escuela en la que se priorizaban otras cosas. Entonces, fracasaban".
La experiencia que la identifica a pleno en la ciudad y desde hace tiempo mucho más allá también, es la de La Banda de los Sikuris. Proyecto nacido para afrontar las situaciones de violencia. Tum tum, tum tum, se escuchaba en el salón cada vez que ella giraba para escribir en el pizarrón. Era ése el momento en que los ritmos se desataban y Alba, en lugar de reprimir la provocación de sus alumnos, los tomó para transformar. "Como yo no decía nada, era cada vez más fuerte. Cuando me daba vuelta, paraban y se reían, y cuando yo salía del salón era terrible el ruido que se escuchaba. En esos días estaban medio despistados porque yo no decía nada. Hasta que les dije que era extraordinario lo que yo escuchaba. Y les propuse que armáramos una murga". Esa murga luego mutó y de a poco fue naciendo la banda que hoy se multiplicó y se transformó en algo mucho más intenso. Con grupos de cumbia o de otros estilos que empezaron a volar con los mismos métodos pero con alas propias. Y ese año, chicos que eran vistos como los "más problemáticos de la escuela", pasaron desapercibidos en sus conductas.
No es simple. Porque a muchos chicos, en contextos sociales adversos, cuando volvieron en el verano de un mes de ausencia por vacaciones los encontraron zambullidos en el consumo de drogas. "Se dice que si hay un lugar que estimula, al que los chicos puedan recurrir, con personas adultas con las que pueden hablar, no deberían ocurrir esas cosas y, sin embargo, nos estaba pasando. Pero seguimos adelante. Siempre confiando en cómo hay que hacer las cosas".
Entre sus chicos, esos que le quedaron grabados como semillas imborrables, está Germán Esteban Navarro. "Yo lo llamaba Esteban. Era una persona adorable y muy querida en la escuela. Y recordada por los compañeros. Yo guardo los dibujos que él me hacía. Su sueño era ser diseñador de modas. Me decía que yo era una chiruza. Que yo andaba siempre así nomás, que no usaba tacos. Y él me dibujaba como él imaginaba que yo tenía que ser. Y si hacemos un mural, en la escuela, acordamos con los chicos que van a estar los dibujos de Esteban".
Claudia Rafael