La historia de las mujeres ha estado marcada por la negación de derechos. El primero que se les ha negado ha sido el de la palabra: ni en el púlpito, ni en las tribunas públicas o políticas. Tampoco los grandes pedagogos modernos pensaron en las mujeres como sujetos educativos hasta prácticamente el siglo XX. ¿Y los derechos políticos? Hasta el siglo pasado no han podido votar y aún existen países en los que no tienen derecho al sufragio. Ni por supuesto han tenido derecho a ser elegidas. Muy pocas han accedido al trabajo remunerado hasta los años sesenta: el varón como proveedor universal ha sido el encargado de cobrar el salario familiar. Por el contrario, las mujeres han sido designadas para realizar el trabajo gratuito, pues las tareas reproductivas y de cuidados nunca fueron remuneradas ni tampoco realizadas por los varones. El siglo XX es clave en la conquista de derechos para las mujeres. Una revolución pacífica ha recorrido este siglo y ha puesto en el centro del escenario histórico la igualdad entre hombres y mujeres. Esta revolución ha transformado instituciones, ha desactivado prejuicios y ha desmantelado zonas opresivas del imaginario colectivo. Sin embargo, esto es sólo la mitad del relato, pues aún muchas mujeres en muchas partes del mundo no tienen el estatuto de ciudadanas.
Este pasado de exclusión de derechos ha estado en la base de la aparición del feminismo en los albores de la modernidad. En efecto, el feminismo como movimiento social y como tradición intelectual ha tenido como objetivo luchar contra la negación de derechos y la exclusión de recursos. El feminismo tiene un sólido pasado de casi tres siglos, pleno de luchas por conquistar nuevos espacios de libertad e igualdad para las mujeres. Por eso, hoy podemos decir que la historia de las mujeres no es sólo una historia de opresión sino también de luchas y resistencias. Mientras en algunas partes del mundo muchas mujeres son sometidas a humillaciones y discriminaciones, en otras regiones del planeta decenas de miles están luchando colectivamente para conseguir derechos que ya tienen y ejercen los varones.
Las luchas de las mujeres, sin embargo, no sólo se han realizado desde la sociedad civil y desde el poder político. Junto a esas prácticas políticas también se han desarrollado rigurosos análisis intelectuales a fin de desvelar las ocultas estructuras de poder entre hombres y mujeres. Uno de los hilos por los que discurre la historia del feminismo desde sus orígenes ilustrados hasta los años setenta del siglo XX es el descubrimiento de que existe una estructura de poder sistémicamente articulada que reposa sobre la construcción social y política de los géneros. El feminismo ha señalado la existencia de una estructura de poder que divide la sociedad en dos partes asimétricas, una de ellas marcada por la subordinación y otra por la dominación, una con exceso de recursos y otra con déficit de los mismos, una con sobrecarga de derechos y otra con un déficit significativo de los mismos. Este fenómeno social constituirá en el futuro uno de los núcleos objeto de investigación los estudios de género.
La teoría feminista, en sus tres siglos de historia, se ha configurado como un marco de interpretación de la realidad que visibiliza el género como una estructura de poder. Esto significa que los paradigmas y marcos de interpretación de la realidad social son modelos conceptuales que aplican una mirada intelectual específica sobre la sociedad y acuñan categorías (género, patriarcado, androcentrismo, entre otras) para iluminar ciertos fenómenos sociales que no se pueden identificar desde otros marcos interpretativos de la realidad social. Así, la teoría feminista pone al descubierto todas aquellas estructuras materiales y mecanismos ideológicos que reproducen la discriminación o exclusión de las mujeres de los diferentes ámbitos de la sociedad. El feminismo ha desarrollado una mirada intelectual y política sobre determinados hechos sociales que otras teorías no habían sido capaces de realizar. Por ejemplo, los conceptos de violencia de género o el de acoso sexual, entre otros, han sido identificados conceptualmente por el feminismo. En definitiva, este marco de interpretación de la realidad pone de manifiesto una estructura social en la que los varones ocupan una posición hegemónica en todos los ámbitos de la sociedad.
La perspectiva de género ha aportado a las ciencias sociales una mirada intelectual que ha desvelado no sólo el sesgo de género implícito en la propia construcción de la ciencia, sino también el entramado material y simbólico que crea y reproduce una estructura hegemónica masculina en todos los ámbitos sociales.
Y esta aportación esencial ha dotado de mayor amplitud y profundidad la mirada sociológica en su afán por desvelar los mecanismos que hacen posible el funcionamiento social. Al mismo tiempo, la teoría feminista se ha convertido en uno de los núcleos explicativos fundamentales de la sociología crítica al mostrar una nueva estratificación y una nueva jerarquía: la de género. El análisis de género ha puesto al servicio de la sociología crítica una hermenéutica que ha desvelado las muchas veces invisibles y siempre eficaces relaciones de poder de los varones sobre las mujeres. Y no sólo eso, pues al mostrar los nudos sociales de la subordinación de las mujeres y advertir sobre su dimensión normativa se ha convertido en parte ineludible de cualquier teoría del cambio social.
Una de las características fundamentales de los estudios de género y de la teoría feminista es que se inscriben en el marco de las teorías críticas de la sociedad. Las teorías críticas muestran una posición crítica con aquellas estructuras que producen desigualdad o discriminación y tienen como objetivo explicar la realidad y desvelar los mecanismos y dispositivos de la opresión. La teoría feminista, al conceptualizar la realidad, pone al descubierto los mecanismos de subordinación y desventaja social que privan de recursos y derechos la vida de las mujeres. Sin embargo, la labor de la teoría crítica no termina en el diagnóstico crítico de la realidad, sino en la acción política, por ser el lugar en el que desembocan las teorías críticas. Estas teorías se caracterizan por su dimensión normativa: no se conforman con explicar la realidad, proponen también su transformación. Por eso, desembocan en una teoría del cambio social.
ROSA COBO
Universidad de A Coruña
INTERCONTEXTUALIZANDO.
ResponderEliminar(Del torcimiento natural a la posibilidad del desapego. Ánimo).
Desde el primer aliento fuera del útero,
asimismo contagiado,
aceptamos inocentes
amorosamente subyugados,
la explicación de las cosas que vemos,
de todas las que tocamos,
de las que oímos,
olemos o gustamos.
Así se siente, nos dicen, y sentimos
el compartido contagio. En el
nos sentimos integrados,
vivos y felizmente aceptados.
Definidos.
Numerados.
Socializados, en tan ingenioso
y original contagio.
Eva , me sorprende verte tan identificada en masculino plural.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Todo bien. (Por aclarar visiones que distraen, confieso que era una cancioncilla que declamaban, tarareaban, susurraban entre grandes carcajadas, la abuela y mi madre cuando era pequeña).
ResponderEliminarHay peaje desde el inicio, que imprime carácter y deja labrada en la conciencia la relación vertical dominante/dominado del irracional orden instaurado de interdependencias, enzarzadas en una colosal maraña, interesadas en saciar todo deseo y generadoras de toda necesidad -cual resucitado Sísifo-.
Hay peajes, como dices que todas pagamos. Aquí estamos con la idea de que cada día sean menores. Eso nos mueve. Esperamos tu ayuda para conseguirlo.
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