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martes, 10 de julio de 2012

Las Porteadoras marroquíes que atraviesan el Paso de Biutz para ganarse el pan.






A Shamshia le encanta la lluvia. Cuando llovía en Marruecos era un pequeño milagro para ella. A Shamshia siempre le gustó el agua, de pequeña jugaba con las gotas de cristal de su ventana. Hacía carreras a ver quien llegaba antes al final de marco. La que llegaba antes era la que perdía. A Shamshia le fascinaban las gotitas que no se movían. Las que no se dejaban arrastrar por las demás y permanecían en el cristal, impertérritas, inmunes a todo, indestructibles. Para Shamshia esas gotas eran las verdaderas heroínas, las que merecían ganar. Shamshia es de Fez, un pueblo de Marruecos. Cuando le preguntaban qué quería ser de mayor siempre se reían porque ella contestaba que quería estudiar el agua. Shamshia lo tenía fácil. Su padre era muy pobre pero consiguió que sus hijos no pasaran hambre. Para la familia de Shamshia las cosas habían cambiado ligeramente a mejor y el padre estaba empeñado en que sus hijos estudiasen. El hermano mayor de Shamshia, Yusef, estudió la licenciatura en literatura árabe en la Universidad de Fez y ahora es profesor en el instituto. Cuando Shamshia tenía diecisiete años también pudo haber estudiado una carrera. Pero conoció a un chaval de Nador y se enamoró. No hay lugar para madres solteras en la universidad de Fez.


A Shamshia le fascina el agua en todo su conjunto, desde las gotitas de su cristal, al agua del mar y al agua de lágrima.


Dicen que no hay dos lágrimas iguales. Que no puedes compararlas, no hay color, de hecho, son todas transparentes. Pero cada lágrima tiene un brillo diferente, un resplandor que le confiere un color determinado. Aunque todas las lágrimas son saladas también hay un matiz de sabor diferente para cada una que solo los expertos catadores de lágrimas saben diferenciar. Shamshia es una catadora de lágrimas y sabe que hay lágrimas que saben a agua, otras a miguita de pan, otras a cebolla y Shamshia imagina también que debe haber lágrimas con sabor a algodón de azúcar. En tamaño y peso también hay diferencia. Y es que cada lágrima es un mundo y viene de un mundo diferente: unas nacen del miedo, otras de la melancolía, otras de la tristeza y las menos de la alegría. Dependiendo de su nacimiento, como en toda sociedad estamentada que se precie, las lágrimas tienen un valor distinto. Shamshia sabe que las lágrimas también tienen su primer y tercer mundo pero el suyo funciona al revés. Las lágrimas nacidas de las rabietas de los niños pequeños por envidia entre hermanos o por simples caprichos no valen nada, solo sirven para llamar la atención. En cambio por las lágrimas de un niño pobre que llora porque tiene hambre se pueden dar millones y hasta hacer milagros. Shamshia los lleva haciendo desde que tenía dieciocho años. Desde que nació su niñita y decidió que ella nunca lloraría de hambre. Por eso empezó a trabajar de porteadora. Su objetivo era lograr entrar y salir de Ceuta a Marruecos el mayor número de veces posible cargada de fardos de hasta ciento veinte kilos. La ley marroquí estipula que una persona puede pasar por la frontera sin carretillas ni carros, solo con todo lo que aguante su cuerpo mientras que no toque el suelo. Por eso Shamshia como cientos de mujeres se convertía cada día en un bulto andante que pasa por la frontera sin perder tiempo ya que por cada carga le podían pagar hasta cinco euros. Shamshia se levantaba a las seis de la mañana. En los comercios, en su grupo, le ataban el bulto y le indican lo que tiene que portear. Ella hacía y deshacía el camino cientos de veces, unas pesa ciento cincuenta kilos y otras solo cincuenta. En la vuelta a casa solía fantasear con un masaje en la espalda. Con menos de treinta años tiene la piel totalmente curtida por el sol de las largas esperas hasta la frontera y parece casi una anciana. Es un trabajo peligroso. A veces se producen aglomeraciones y avalanchas en las que más de un porteador ha salido herido o muerto. Shamshia no es la que peor lo lleva, con ella trabajaban mujeres de más de sesenta años y algunas embarazadas. La mayoría de las trabajadoras son madres solteras o mujeres analfabetas repudiadas por sus maridos. No es un buen trabajo, no solo por los bultos sino por las largas esperas a la intemperie, las prisas, los empujones, los palos,… Shamshia echaba de menos el agua en las largas colas fatigada por el sol. Por eso Shamshia decidió marcharse, no por ella o por su espalda rota, sino por su hija. No quería un futuro así para ella. No quería que su hija acabara como ella: siendo un bulto con otro bulto encima. Por eso decidió salir de la frontera, irse lejos y mejorar de vida. Conseguir que su hija nunca llorase de hambre. Y por una vez Shamshia cruzó sola, sin equipaje, sin ningún bulto más que su propio peso, pero con la carga más pesada que nunca. La de alejarse de su hija. La dejó en Agadir con su hermano, el profesor de lengua. Y al llegar al destino siguió luchando, como una de esas gotas que no se quieren caer y se aferra con uñas y dientes al cristal. Shamshia quería ser una heroína y siguió trabajando para sacar dinero y poder trasladar a su hija con ella. Llevarla a un mundo donde no hubiera lágrimas. Pero cada día que pasaba Shamshia sentía su espalda más rota y dolorida por el peso de la soledad. Un solo día sin su niña era un día sin luces, sin amanecer, sin sol, sin colores, sin lluvia. Un día más que Shamshia se empeña en imaginar como uno menos para ver a su hija. Pero hoy algo ha pasado en Agadir. Shamshia lo ha visto en las noticias, algo de un atentado o de un accidente, Shamshia dejó de escuchar después de que dijeron lo de los muertos. Shamshia lleva días intentando obtener noticias de su gente, de su hija. Hoy por fin las ha conseguido.


No hay dos lágrimas iguales, unas surgen de la añoranza, otras de la soledad, otras del hambre y otras de ilusiones rotas.

Ella nació en el lugar de las sombras, nadie sabe todavía por qué extraña reacción química. Primero estaba todo oscuro y luego se hizo la luz. En este nuevo mundo todo era agua. Su alrededor era transparente y brillante, había luces de colores mirara por donde mirase. Y de repente todo empezó a cambiar, su cuerpo fue estirándose y deformándose poco a poco. Se le hinchó la barriga y se quedó con forma de gota. Se sintió pesada, muy pesada, casi no podía resistir su propio peso. Algo la arrastraba al vacío pero ella no quería caer. Trató de resistirse pero fue inútil. Acabó aplastándose contra el suelo. Las lágrimas de Shamshia son muy especiales. Pueden llegar a pesar unos ciento veinte kilos y aún así, se aferran con uñas y dientes para no caer. Siempre son las últimas en llegar, son unas heroínas.
 Marina Rivas .
GRACIAS a MARINA RIVAS
Marina Rivas se adentra en las gravísimas condiciones de vida que soporta la mujer magrebí y nos acerca a ella en el personaje de Shamshia, una de las tantas porteadoras marroquíes que atraviesan el Paso de Biutz para ganarse el pan.
http://coeducacionpalmeral.blogspot.com.es/

3 comentarios:

  1. Enhorabuena por este texto y por el blog en general. Lo leo a menudo y me gusta mucho. Seguid así!
    Saludos

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  2. Los hombres tendríamos que llorar con lágrimas amargas , cada vez que no hacemos nada para que cambie la situación de la mujer .

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