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sábado, 6 de julio de 2013

Marisa Wagner





Marisa Wagner, fallecio el 16 de agosto de 2012  autora del libro Los Montes de la Loca. Su corazón se la llevó un jueves al mediodía. Fue estudiante, militante, madre, amante, loca, poeta y docente. Escribió una autobiografía en versos desgarradores que describen su paso por el hospicio o manicomio donde vivió muchos años. “Más para protegerme del desamparo y de la pobreza, que de la locura”, decía. Esos versos, le abrieron las puertas a “este lado de la realidad”: ganó un concurso literario, editó su libro con gran éxito, y fue llevado al teatro en dos oportunidades.”



Marisa Wagner fue estudiante, militante, madre, amante, loca, poeta y docente. Escribió una autobiografía en versos desgarradores que describen su paso por el manicomio donde vivió muchos años. “Más para protegerme del desamparo y de la pobreza,  que de la locura”, decía. Esos versos, le abrieron las puertas a “este lado de la realidad”: ganó un concurso literario, editó su libro con gran éxito, y  fue llevado al teatro en dos oportunidades. Era docente de la escuela de Psicología Social de Alfredo Moffat, miembro del Frente de Artistas Externados del Hospital Borda y participaba del grupo Bipolar Latinoamerican, que brinda apoyo a las personas afectadas por el Síndrome Afectivo Bipolar, enfermedad que ella padecía. Falleció el 16 de agosto de 2012.


Poeta, escritora y loca. Se desempeña como docente en la Escuela de Psicología Social que conduce Alfredo Moffatt y forma parte del Frente de Artistas Externados del Borda. Pasó parte de su vida internada en distintas instituciones psiquiátricas y ha vertido esa experiencia en su literatura.

Por momentos sus movimientos suelen ser convulsivos, le cuesta estar quieta. No hace mucho descubrieron que esto se debe una disquinecia tardía o daño neuronal, producido por el exceso de medicación que soportó durante sus internaciones. Padece del hoy famoso “trastorno bipolar”, desorden psicológico que, con una adecuada contención psiquiátrica y una medicación controlada, no requiere internación. Sin embargo, la quinta parte de su vida ha estado internada en distintos manicomios -como le gusta llamarlos-. La pobreza, la soledad, falta de trabajo y, por supuesto, su enfermedad, la llevaron a estos sitios. Hasta que, como sucede en los cuentos mágicos, desde un hospicio escribió un poema. Ese poema ganó un premio. Y ese premio se transformó en un libro: Los Montes de la Loca. Cuyos versos no son cuento, sino más bien una denuncia, una demanda, y el descarnado reflejo de miles de enfermos mentales.

 P. VAS. ¿Qué es la locura?

Marisa Wagner. Leopoldo María Panero, poeta español internado en los manicomios desde hace 30 años, define a la locura como una ausencia provisoria de uno mismo. Y creo que esa es la explicación más acertada, porque cuando estás en un delirio o en una crisis psicótica, realmente entrás en un estado de inconciencia tal que te sentís separado de tu propio ser.

P. VAS. ¿Por qué se enloquece?

M. W. Se enloquece por un dolor extremo o por una soledad extrema. Un mundo injusto genera subproductos patológicos, y eso somos nosotros. De hecho, algunas personas pueden zafar de la locura y sobreviven. Claro, se mutilan un riñón o el hígado, hacen algo psicosomático, mueren de cáncer… La enfermedad se les aloja en el cuerpo. Otras personas, con un mecanismo absolutamente sensible, enloquecemos. Este mundo genera locura por donde lo mires. A los niños empiezan a darles Ritalina a los tres años. Estamos construyendo adictos, cosa que es muy rentable para la industria farmacéutica. Y ni hablar de los que están el la calle sin otra madre que la estación Retiro, como dice un amigo poeta. ¿Cómo hacés para sobrevivir entre tanta injusticia y crueldad sin enfermarte?

Si yo no estuviera loca / ¿Qué estaría? / ¿Muerta?/ ¿Desaparecida? / Y estar loca / ¿No es una manera -como otra cualquiera- / de desaparecer o morirse?/ Pero no filosofemos ¡no jodamos! / Si yo no estuviera loca estaría cuerda. / Haciendo la fila / para pagar la luz, el gas, el teléfono. / Haciendo otra fila / para pagar los impuestos. / Estaría mirando los clasificados. / Los informativos. / Estaría soñando / con ser alta, flaca, rubia / -como las modelos- / Estaría yendo al Shopping, / por ejemplo. / No sé si lo resistiría. / Creo que no sabría qué hacer del otro lado.

P. VAS. ¿A vos qué te pasó?

M. W. Yo venía cargando muertes: la de mi padre, la de mi hijo, la desaparición de mi pareja, de compañeros de militancia. Un día no resistí más y tuve un brote psicótico. Mi primera internación fue en el Borda, en el año 1987, con un diagnóstico impreciso. Pensaron que se trataba de un episodio aislado y me largaron a los seis meses sin medicación. Pero las crisis delirantes agudas se repetían cada dos o tres años. Y he ido a parar con mis huesos a los manicomios: Borda, Moyano, Alvear, el Servicio de Salud Mental de Olavarría, el hospitalito de Hinojo, y Montes de Oca, donde estuve internada tres años sin interrupciones, desde 1995 hasta 1998.

P. VAS. ¿Cómo es estar del otro lado?

M. W. Cuando atravesás la puerta del hospicio entrás a un lugar sin tiempo, sin tarea. Un lugar donde todos tus derechos humanos son vulnerados y todo aquello que hagas o digas, puede ser usado en tu contra o llamado delirio. Un lugar donde dejás de ser una persona para ser un número, una ficha, una historia clínica. Sos un paciente, al que de buenas a primeras, drogan, sobremedican, colocan un chaleco químico para que no moleste. Y así te quedás, babeando todo el día. El manicomio es un campo de concentración donde rige el maltrato físico y psicológico: ataduras a la cama, electroshocks, inyecciones de leche, shocks insulínicos… Resulta muy difícil salir del manicomio porque es una cloaca social, igual que la prostitución o los chicos en la calle. Encierran al que piensa diferente, al que estorba, al que no tiene donde ir. A mí me tocó el manicomio con doble castigo: por loca y por pobre. El mundo no tiene espacio para un loco rehabilitado. Y nadie anda ofreciendo trabajo por los hospicios en una sociedad con miles de jóvenes desocupados.

A esto / me gusta llamarlo / -sencillamente- / hospicio o manicomio. / Siempre rechacé los eufemismos. / Es como que viene mejor / llamar las cosas por su nombre / al pan, pan / y al vino, vino. / Y a las pastillas / chaleco químico. / Y aquello tan, tan viejo y tan cierto, / que uno está loco / pero no come vidrio. / Tal vez, tenga del mundo / una visión, / un tanto escatológica, / un tanto, tal vez, parcializada, / pero bueno / por algo estoy en el hospicio.



P. VAS. Tu libro, sin embargo, parece escrito desde la lucidez

M. W. Mi libro no fue escrito desde la locura porque en la locura no creás nada. Hay gente que hace una apología de la locura; creen que estar loco es genial. Eso no es cierto, estar loco es muy doloroso y no tiene nada de genial. No permite el rigor, la mesura que necesita cualquier obra artística. No hay arte desde la locura. Tampoco la locura es permanente, como dice Panero: la locura es un estado provisorio. Se nos hace creer que la locura es un estado permanente para poder justificar las internaciones de por vida, los olvidos, los abandonos. Al apartar las personas que molestan, la sociedad tiene la ilusión de estar sana. Para eso existen los muros en los hospicios: para que los que pasan por fuera sientan la maravilla de estar sanos. Aunque estar en un manicomio, no siempre es estar loco. De los años que estuve internada en Montes de Oca, tres meses los pasé con la patología psiquiátrica, los tres años restantes fui una paciente social. Es decir, alguien que permanece internado porque no tiene dónde ir, ni cómo vivir, ni un techo. Alguien a quien es preferible dejar adentro porque en el hospicio su vida corre menos peligro que en la calle. En Montes de Oca hay gente que está hace diez, quince, veinticinco, treinta años. Las altas son escasas, se dan después de muchas vueltas.

Ya no consumo Halopidol, / sólo Tegretol, Anafranil y Litio. / Estoy compensada. / Traduzcamos: / me mantengo de éste lado, / es decir, sin delirios / y deambulo / (porque, nosotros, los pacientes, deambulamos). / Es una nueva costumbre que he adquirido. / Deambulo -como digo- / libremente por el enorme parque del hospicio. / Estoy lúcida, ubicada en tiempo y espacio, / por lo tanto: / sé en qué día vivo. / ¿Vivo? Me pregunto, / y me entra la tristeza y me deprimo. / La historia clínica se pone gorda de tristezas. / Yo soy mi historia clínica. / ¿Dejé de ser mi historia, acaso? / Es muy malo preguntarse tantas cosas / que complican, además, el tratamiento. / Tengo sueños, pesadillas / que a nadie se las cuento, por las dudas, / no sea cosa, vayan a la historia clínica. / Pero si tengo insomnio, por ejemplo, / esto es inocultable, / y va derecho a la historia clínica. / Mi psiquiatra, entonces, / regula las pastillas. / Duermo. Se anota en la historia clínica. / Doctor, estoy amando /¿Esto también irá a la historia clínica?

P. VAS. Pero a vos de alguna forma el arte te sirvió para salir

M. W. Nadie puede salir solo del manicomio, necesitás de tus amigos, de tu familia. En mi caso, fue mi amiga Nomi Lerner quien comenzó a visitarme y me ofreció vivir en su casa. Y luego Alfredo Moffatt me facilitó un trabajo, un techo, comida. Y desde entonces soy docente en la Escuela de Psicología Social. El arte tiene una función terapéutica, ayuda a que uno se reconstruya, pero cuando se logra un producto artístico, se lo logra en salud. Cuando llevaba dos años internada muere mi ex pareja, a quién no pude visitar por razones obvias. Entonces escribo un poema y alguien del servicio de rehabilitación decide enviarlo a un concurso. El poema gana el primer premio, y el premio consistía en la edición de un libro. Entonces tuve que sumergirme en la construcción del libro, porque tenía escritos muy pocos poemas. Y así surge Los Montes de la Loca, que desenmascara la realidad de los hospicios y donde están los duelos a todos mis muertos. El libro se publicó en el año 2000 y empezó su camino, ahora va por la séptima edición.

P. VAS. También fue al teatro

M. W. Fue al teatro. Y a mí me conmovió ver plasmados los poemas en cada personaje. Y este año vuelve a escena Los Montes de la Loca II , por el grupo de teatro El Carrusel de las Artes, nuevamente dirigido por Fanny Dimant.

Cuando se toca fondo / y se mastica el polvo, / te das cuenta, aprendés, /que aún no lo has perdido todo, / que hay más para perder, / que el fondo, en realidad, no tiene fondo, / que aún se puede descender / y descender / Se piensa que ya no se puede estar más solo / y sin embargo, sí se puede/ hay más soledad, te lo aseguro. / Pero un día / un día cualquiera, se te da por mirarte en el espejo / (no abundan los espejos en el manicomio, / por razones obvias, se me ha dicho). / No importa, el espejo del que hablo, está en otro lado, / adentro. / Y te das cuenta, por ejemplo, / que tenés dos piernas, / te las mirás, las sometés a prueba, / y te vas a dar una vuelta por el parque del hospicio. / Y te cruzás entonces, con otro espejo que deambula, / más valioso y fidedigno / ¡Y acaece la revelación! / ¡Qué voy a estar sola… sí somos mil setenta locos acá adentro! / Y cuando nos juntamos los espejos / uno le da coraje al otro y resistimos. / La subestimación. / La discriminación. / Los abandonos. / Pero bueno, estas ya no son cosas de locos.

P. VAS. ¿Cuál es la delgada línea entre la locura y la lucidez?

M. W. La línea entre la cordura y la locura es muy imprecisa, muy difusa. Hay un momento en el que sentís que la realidad te supera, que dejaste de entender los códigos de los demás, que te quedaste muy solo y sin puentes… Entonces te inventás un personaje porque esa soledad es insoportable. Es preferible inventarse un otro que te persigue que caer en el vacío yoico, en la despersonalización. El delirio no es la enfermedad, sino la defensa contra ese vacío existencial terriblemente profundo que tenés enfrente.

Uno se muere una tarde cualquiera / sin darse cuenta, / sin quererlo… / y resucita, también / sin saber por qué, / sin advertirlo… / descubre, frente a un espejo cualquiera, / que tiene ojos, boca, naríz, oídos, / y de nuevo sensibles, las puntas de los dedos. / El mundo empieza ahí, / cuando lo toco. / Es áspero, es suave, / aterciopelado, / caliente o frío. / -Mi mundo empieza en la punta de mis dedos- / y debe ser por eso / que son tan irresistibles / las ganas de tocarte, / de rozarte, apenas… / para saber, por ejemplo, / como es de tibia tu piel, / si me rechaza o me acepta. / Saber… / si se deja acariciar o si se pone arisca, /como un animal del monte y me rehuye. /Si se estremece o permanece ajena a mis urgencias. / El mundo empieza en la punta de mis dedos, / pero se completará -solamente- / si puedo acariciarte, tocarte, rozarte apenas…

P. VAS. Pero ese vacío existencial no es solamente tuyo, es un problema de toda la humanidad

M. W. Obvio. Yo creo que cada cual elige su camino. Hay personas por ahí que jamás se brotan pero viven de una manera espantosa, acelerados, endeudados, perseguidos Hay otras que eligen empastillarse, drogarse, hacer una hipocondría Y otros, en algún lugar, elegimos volvernos locos. Porque la locura no es para cualquiera, no se vuelve loco el que quiere sino el que puede.

P. VAS. ¿Cómo es eso?

M. W. Tenés que tener un resto para volverte loco. Animarte a andar por abismos muy terroríficos.

Hace 731 días / que no hago el amor / que no como papas fritas / que no voy al cine /que no me tomo una cerveza /que no veo a mis amigos. / Hace 731 días de todo / o casi todo… / Hoy hace dos años / que llegué al hospicio. / ¡Feliz cumpleaños! / Voy a brindar / tomándome las pastillas / de un solo trago.

P. VAS. Y ahora, ¿cómo te definirías loca o cuerda?

M. W. Yo creo que soy una persona que en algunos momentos de su vida está loca. Y la mayor parte del tiempo, cuerda. Tengo una patología que se llama bipolar que, como la palabra lo dice, tiene dos extremos o polaridades: manía y depresión.

P. VAS. ¿Alguna vez pensaste suicidarte?

M. W. No. Pero cuando estás en situación de delirio ponés en juego tu vida. Y eso, de alguna manera, es un suicidio encubierto. Al estar indefenso y delirante en la calle te convertís en un blanco fácil para recibir la violencia de los otros. Generalmente uno termina en una ranchada con alcohólicos, por ejemplo, y ahí corres el riesgo de que te violen o te golpeen He estado en situaciones límites, pero no me he permitido llegar a ese extremo. Tengo un registro de hasta dónde puedo tolerar, de que la vida tiene que estar en otro lado.

Ladrillo a ladrillo / había levantado mi pared. / El mundo estaba allá, del otro lado / -quieto, previsible, ajeno- / Pero llegaste / ladrillo a ladrillo / derrumbaste / mi paz de naftalina. / Todo está otra vez bajo sospecha, / ya no hay nada que se quede quieto. / El desorden se adueñó del reloj de arena de mis venas. / Es otra vez el caos, como al principio. / ¿Qué voy a hacer con todo esto? / Ya no puedo ni quiero pedirle al corazón / que marche más tranquilo. / Es que tu piel huracanada / le ha puesto espuelas de plata a mi deseo. / Y todo es vértigo encendido, / lava, piedra madre y torbellino. / Todos los vientos / y además el viento. / Estoy desnuda, hambrienta, / tengo mucha sed. / Me acabo de dar cuenta que estoy viva.

P. VAS. ¿Estás escribiendo?

M. W. Ahora estoy trabajando en un libro que voy a titular Paredón y Después, trato de plasmar mi experiencia al salir del manicomio. Porque es como que se sale con la palabra manicomio pintada en la frente. La gente le tiene tanto miedo a la locura…

P. VAS. ¿Qué fue lo que más te sorprendió al salir?

M. W. Estar encerrada es como estar en un freezer, sin contactos con el mundo, detenida en otro tiempo. Cuando salí del Montes de Oca, lo primero que me llamó la atención es ver que todo el mundo hablaba solo por la calle. Parecía un brote psicótico. ¡Pero claro!, era la telefonía celular. Lo que más me sorprendió, a los pocos días de estar afuera fue que en menos de catorce cuadras, por Rivadavia, llegué a contar 40 personas en situación de calle. Familias enteras, ancianos, niños, torrentes de personas viviendo en la calle. Y me dije: este es el manicomio del otro lado.

P. VAS. ¿Antes no era igual?

M. W. Antes había más gente con la situación resuelta. Por lo menos, lograba sostener su familia, su trabajo, su casa después vino todo este deterioro del desempleo. Cuando todas esas estructuras sociales se van a la mierda, las personas quedan individualmente aisladas. El problema de todos comienza a ser el problema de cada uno. Y arreglate como puedas.

Eche veinte centavos en la ranura/ y pase./ -voy a mostrarle un mundo- / un contrauniverso, acaso. / Un pedazo de realidad, que casi seguro, / usted teme y desconoce, / y porque desconoce, teme. / De salvoconducto, / le vamos a pedir -es cierto- /un cigarrillo, / una moneda, para comprar yerba y azúcar. / Pero, vaya sabiendo / a veces, pedir es una excusa. / Queremos ser mirados / oídos / saludados / Pero si el susto no lo paraliza, todavía, / digo por verse tan rodeado, / dé otro paso / le falta lo mejor, le aseguramos. / ¡Ah! / Si por esas cosas de la vida, / le anda haciendo falta / un poco de ternura / (que es escasa afuera, lo sabemos) / Eche veinte centavos en la ranura.

 Por Mariane Pécora  Directora del Periódico Vas, de Buenos Aires. La entrevista es de 2009 y la re-publicación data del 17 de agosto de 2012 en Periódico Vas. La autora cedió gentilmente el texto para su publicación en Superficie..”



Gracias a Diana Coblier


dianacoblier@fundaciontehuelche.com.ar

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