En este tiempo, los feminismos abordaban la prostitución en el marco de la lucha contra la violencia sexista asumiendo la “coacción como único modo posible de estar en la prostitución y, en consecuencia, con la reinserción como la vía de la salvación” (Osborne, 2004: 23).
Paulatinamente, las trabajadoras del sexo han adquirido mayor protagonismo, lo cual se puede explicar por el hecho de que la prostitución realiza dos actividades legitimadas en la sociedad capitalista: una transacción comercial y una relación sexual mayoritariamente heterosexual y habitual entre dos personas adultas. La visibilización puede explicarse también por la resignificación que han planteado a diversos sujetos las políticas de prevención del virus de inmunodeficiencia adquirida (VIH).
A pesar de la condena de la prostitución, las prostitutas se han constituido “como nuevo sujeto histórico, con voluntad y capacidad” para asumir su destino, lo cual deviene en nuevos discursos en torno a la misma, que se distancian críticamente del discurso tradicional moralista, al cual no han escapado históricamente, y a pesar de sus buenas intenciones, la mayor parte del movimiento de mujeres (Osborne, 2004).
La parcialidad del análisis ha impedido comprender la capacidad de ruptura con el modelo tradicional de mujer, que la trabajadora del sexo personifica al conformar el negativo de la figura de la esposa y madre:
es la promiscua por excelencia, la no madre (en el simbólico masculino), la que gana relativamente mucho dinero, viste de manera provocativa, circula por la noche. Representa a la mujer no vinculada a un varón que la legitime, todo lo cual convoca los peores fantasmas del varón y otras mujeres. Para que el modelo no cunda, la estigmatización y la criminalización resultan ser armas de lo más eficaces (Osborne, 2004: 15).
Estigma a través de la “desacreditación absoluta de la mujer que comercia con su cuerpo”, entonces se estigmatiza a la trabajadora del sexo y se amplía hasta abarcar a todas las mujeres, puedes todas pueden ser tachadas por putas, esta es la clave dice Osborne “marcarnos a todas los límites por medio del control sexual” (Osborne, 2004: 15).
El estigma de la prostitución permite el mantenimiento del sistema patriarcal porque:
a) constituye el anti modelo de lo que las mujeres deben ser y que interiorizado controlan su aspecto, conducta y sexualidad, desde temprana edad con el riesgo de ser llamada puta. Esto es, ubica el lugar de la mujer y la obliga a permanecer en él;
b) mantiene el silencio de las prostitutas;
c) incrementa el sentimiento de culpabilidad que pervive con el deseo de legitimidad, esto es las victimiza, psicologiza, vulnera y se les da un estatuto de menor;
d) establece la simbólica del secreto, que les obliga a abandonar su ciudad de origen, y les lleva, en soledades, a idealizar sus relaciones con fuertes dependencias afectivas y la falta de autonomía, es decir refuerzan las pautas de socialización de muchas mujeres;
e) se ve la prostitución como una competencia de trabajadoras sexuales, velando el aparato de la prostitución que esconde la desigualdad de género entre hombres y mujeres; y
f) invisibiliza, criminaliza o victimiza a los hombres involucrados en la prostitución - proxenetas, chulos, policía, trabajadores del estado y clientes- y sus diversos roles de dominio y explotación (Garaizabal, 2004;
Juliano, 2004).
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