Teresa Dovalpage nació en La Habana, Cuba un 1 de octubre , y ahora es profesora de New Mexico Junior College.
Teresa Dovalpage: romances
transgresores
Teresa Dovalpage lleva más de treinta años
escribiendo.
—Pero empecé a los quince, tampoco me crean
más vieja de lo que soy —aclara la autora cubana, ahora radicada en Taos, un
pueblo situado en las montañas de Nuevo México.
Salió de Cuba en 1996 y publicó su primera
novela en inglés, A Girl like Che Guevara, en 2004, con la editorial Soho
Press.
—Ese mismo año Pureplay Press sacó Posesas
de La Habana en español —dice—. Desde entonces ando a cuestas con el
bilingüismo, que a veces es una bendición y otras un reto, en la vida y en la
escritura.
Entre sus libros se encuentran Muerte de un
murciano en La Habana (Anagrama, 2006; finalista del premio Herralde), Habanera,
a Portrait of a Cuban Family (Floricanto Press, 2011), La Regenta en La Habana
(Edebé, 2012), El difunto Fidel, Premio Rincón de la Victoria 2009
(Renacimiento, 2011), Orfeo en el Caribe (Atmósfera Literaria, 2013), El regreso
de la expatriada (Egales, 2014) y varias colecciones de cuentos.
—Ahora trabajo en el periódico Taos News y
la mayoría de mis artículos son en inglés —dice—. En casa hablo inglés con mi
marido porque no me queda de otra… ¡cómo no nos entendamos por señas! Por suerte
enseño español en la universidad, así mantengo ese lazo especial con el idioma.
De todas formas, no creo que lo pierda jamás. Si me pillo un dedo con la puerta,
digo coño, no ouch.
Dos romances transgresores
Aunque no se considera una autora
romántica, Dovalpage ha coqueteado con el género en dos de sus novelas. Una es
La Regenta en La Habana, el romance de una cougar literata, en la que Yoana
Rodríguez, una profesora de literatura española, reescribe el final de la
célebre novela de Alas, transformándolo en uno de corte feminista y más benévolo
con Ana Ozores. Por otro lado, Yoana debe decidir entre un marido maduro y
respetable, pero sexualmente agónico, como el Don Víctor de Clarín, y un joven y
apasionado estudiante que le recuerda, claro está, a Don Álvaro.
La protagonista reflexiona sobre su
situación:
“Después que Mesía, asustado, huye a
Madrid, Ana se queda en Vetusta, donde todos la critican por su adulterio,
absolutamente aislada del mundo frívolo que la había adulado hasta entonces.
Siempre me dije que yo, Ana, habría seguido a mi tenorio a la capital. Yo, Ana,
lo habría llamado a contar, lo habría obligado a romper con la otra amante que
tenía… O simplemente me habría alejado de Vetusta, del aburrimiento perpetuo,
que era lo único que podía ofrecerme la heroica ciudad. Pero ahora no se trataba
de la protagonista de Clarín. Ahora no era yo, Ana sino Yoana. Me correspondía
actuar a mí. ¿Qué hacía? (…) Sí, podía eternizarme en aquella sobrevida, sin
sarcasmos ni orgasmos, en un dulce marasmo. Sin hijos, aburrida al lado de un
vejete canijo. O podía mandarlo todo al cuerno e irme a Madrid —esto es, al
Vedado— detrás de mi galán. (…) Tremenda disyuntiva. Las cosas no han cambiado
tanto a más de un siglo de distancia, Maestro Clarín, concluí mientras los
números rojos del reloj digital me hacían un guiño cómplice en la oscuridad. No
han cambiado ni un poquitico así. Como cantaba otro español ilustre, Julio
Iglesias, la vida sigue igual. Al final, las obras quedan, la gente se van.
Otros que vienen las continuarán… ¿qué cree usted, señor Alas?”
La novela termina con un guiño
esperanzador; quizás las cosas sí han cambiado, o las mujeres, por la fuerza de
sus ovarios, las han obligado a cambiar.
Los ovarios juegan también un papel
fundamental en El retorno de la expatriada, una historia de amor lésbico entre
Catalina, exiliada cubana que regresa a su país tras quince años de ausencia en
busca de su antigua amante, y Maiviz, una víctima de acoso sexual que ha
silenciado su calvario porque se le atragantan las palabras, perdidas en las
noches húmedas y calientes de la infancia.
A diferencia de Yoana, Catalina no se
pregunta qué hacer ni busca en novelas decimonónicas la respuesta a problemas
del siglo veintiuno. Para ella, la vida, definitivamente, no ha seguido igual.
Le espeta su madre, en una discusión:
“—Cuando se entere la gente, nada. ¿A mí
qué más me da? Me importa poco lo que digan. Aquellos nombres que tanto me
asustaron hace años ya significan otra cosa para mí. Los he empezado a usar en
camisas, polos y gorras. Los escribo en letreros que llevo a marchas del orgullo
gay. Soy lesbiana, sí. Tortillera. Sáfica. Y, para que te enteres, lo tengo a
honra. ¡Pucha con pucha, lesbianas en la lucha!”
Su franqueza, al final, contagiará a la
amante, que consigue recuperar las palabras perdidas en su niñez.
En ambos casos, las historias de amor se
caracterizan por la transgresión, ya sea de edad o de género. La autora,
deslenguada, le da voz tanto a Ana Ozores como a dos cubanas contemporáneas que
se descubren a sí mismas cuando deciden vivir sus vidas plenamente, sin
preocuparse por las opiniones ajenas. El amor triunfa, como en los romances de
antaño, pero con heroínas fuertes y bien plantadas que no necesitan de
caballeros al rescate.
—Al fin y al cabo, de eso se trata la
escritura —dice Dovalpage—. De entretener, desde luego, pero también, entre col
y col, de mandar un mensaje en clave para que lo descifre el curioso
lector.
Para saber más de la autora, visite su
sitio en la red http://teresadovalpage.com/
Teresa nació un 1 de octubre
Teresa nació un 1 de octubre
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Teresa Dovalpage, Ph.
D.
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Blog en español http://teresadovalpage.com/
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