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lunes, 8 de diciembre de 2014

Muhjah y Fadi


Su voz es el primer recuerdo que tengo de Muhjah en esa cafetería al aire libre de muebles destartalados en donde las jóvenes sudanesas se agolpaban tras los mesones para aprovisionarse de un pedazo de pizza o de un sandwich seco de falafel y queso. Su pelo corto, la firmeza de su voz y su ropa de colores brillantes delataban de inmediato un carácter fuerte y un espíritu poco convencional en esa tierra de interminables desiertos. Meses más tarde con el pretexto de entrevistarla para mi investigación sobre madres solteras tuve la suerte de ser invitada a su casa. Lo que al comienzo esperaba ser una visita de un par de horas terminó siendo una noche inolvidable, en la cual escuché la historia de amor más bonita que había escuchado jamás en la compañía de sus propios personajes. 

Muhjah regresó a Jartúm con el dolor de la injusticia hirviéndola por dentro. Sus tres meses en Juba como doctora recién graduada habían sido un auténtico desastre. Había sido maltratada por su jefe quien creía que una mujer sola y a esa edad, no debería estar pretendiendo de doctora, si no que más bien debería regresar a su casa familiar, a ocupar el papel discreto que les correspondía a las mujeres en su sociedad. Le negaba comida, le encerraba en un cuarto inmundo, le despreciaba profesionalmente. Esta parte no se lo había dicho su mamá, al contrario, su madre insistió tantas veces para que ella acabase la carrera que hasta la amenazó con envenenar su café sino lo haría. Ella tenía que hacerlo, ser doctora le iba a merecer el reconocimiento y el respeto que su madre no había logrado ganarse en la familia de su esposo y en esa sociedad de clase alta a la cual ella no pertenecía por nacimiento. Sí ella era doctora ya no había que esconder las diferencias de clase tras elegantes vestidos y sí la casa no ofrecía servicios exquisitos y las decoraciones más sofisticadas ya tampoco importaría tanto. No era su vida profesional la que estaba en juego era la oportunidad de callarles la boca a todos esos familiares que vieron con malos ojos el matrimonio de sus padres, y así lo hizo, o al menos así lo creyó su madre. 

Fue justo después de regresar de Juba que Muhjah con sus ánimos golpeados comenzó a trabajar en un hospital en Jartúm. Fadi llegó al hospital, enfermo, casi muerto como ella diría. Fadi había sido abandonado en la calle, envuelto en una sábana una noche del 24 de diciembre. Fadi, abandonado, al igual que los 1.500 niños que son encontrados cada año en las calles de Jartúm por haber nacido fuera de matrimonio, por ser 'ilegales'. Son estos niños y sus madres los que sufren con dureza la mano cruel e insensata del fundamentalismo religioso entrometiéndose y controlando hasta sus entrañas. Fadi fue llevado primero al orfanato de la ciudad y al ver que su situación se tornaba crítica y que no ganaba peso fue trasladado al hospital. Un día, Muhjah al fijarse la falta de meticulosidad de las enfermeras al bañar al niño, lo tomó en  brazos y comenzó a limpiarlo ella misma. Al darlo la vuelta se dio cuenta que Fadi tenía una seria infección genital y que seguramente ahí estaba la causa de su estado. Así fue, y durante dos meses Mujhaj cuidó de Fadi por encima de su comprometimiento profesional. Por dos meses, lo visitaba todos los días, lo bañaba, lo daba de comer, lo mimaba, le contaba historias. Cuando Fadi fue dado de alta para ser trasladado nuevamente al orfanato, Muhjah compró juguetes y ropa nueva y fue ella misma la que lo entregó de vuelta. Al salir del orfanato, Muhjah empezó a caminar por las polvorientas calles de Jartúm, y al poco tiempo cuando las lágrimas resbalaban incontrolables por su rostro de definidos rasgos. Paró, respiró profundo y con la dureza de su carácter se dijo a sí misma: ¡Basta ya! ¿Qué diría mi mamá si me viera caminando así? El está bien, y esta historia se acabó. ¡Halaz!

Sin embargo, algo de la soledad de los corredores de ese orfanato, de los gestos mecánicos de las niñeras que cuidan a otros niños para alimentar a los suyos y de las malas condiciones sanitarias de un lugar que hace cuestionarse hasta al moralista más férreo la hicieron volver dos meses después a visitar a Fadi. Fadi había perdido esa mirada inquieta y viva que proporciona la salud y el cariño. Como el resto de los niños pasaba acostado en su camita sin ningún tipo de atención, ni mimo y su peso nuevamente estaba por debajo del promedio para su edad. Al ver esto, Mujhaj, furiosa, fue donde la directora del orfanato y amenazó con sacar a la luz los escándalos de corrupción que ya se oían del lugar sino le permitía llevar a Fadi a su casa para cuidarlo nuevamente. "En mi mente no había otra opción María, yo sabía que si Fadi se quedaba ahí moriría como morían en ese entonces todos los bebés agonizantes que llegaban al hospital desde ese orfanato. Fadi en el mes que llegó al hospital fue el único de veinte niños traídos del orfanato que sobrevivió. No, no sabía que estaba haciendo, ni las consecuencias que esto iba a tener, así que dejé mi carnet de identidad y a cambio la directora me dejó llevar a Fadi por un mes a mi casa."

La sorpresa no fue poca cuando Muhjah a sus 26 años en aquel entonces, llegó con un bebé en sus brazos a su casa, que en realidad era la casa de su abuela, en donde vivían algunas tías y sus hermanas. ¿Y ahora, qué vamos a decir a los vecinos? ¿Cómo vamos a explicar que de pronto tenemos un bebé en casa? ¿Cuánto tiempo se va a quedar? La situación no era nada fácil, los códigos morales y religiosos en Sudán traspasan las fronteras individuales, son de escrutinio público y se convierten en verdaderas condenas cuando hay de por medio mujeres jóvenes, sexo y niños, sin el sagrado marco del matrimonio y toda su parafernalia. "Nada, les diremos a los vecinos y a los familiares lejanos que una mujer pobre que tiene a su esposo enfermo, me lo ha encargado hasta que las cosas mejoren, diremos que es un acto de caridad, eso diremos", inventó Muhjah. Y así fue, pasaron uno y dos y tres meses y Muhjah con la ayuda de sus tías y de sus hermanas, lograron organizarse para cuidar al niño y para mantener un perfil bajo. 

Para ese entonces de la noche, yo estaba sentada en un colchón en su minúsculo departamento mientras Fadi dormía apoyado en mis piernas. Se me cruzaban  preguntas, y pensamientos y sobre todo sentimientos que se quedaban ahí atorados, dando vueltas erráticas en mi cuerpo y en mi cabeza. Pero la curiosidad que me despertaba esta historia me obligaba a quedarme en silencio y a seguir escuchando el relato en cascadas de esta mujer que lo contaba todo con una narrativa particularmente inteligente, equilibrada pero profundamente intensa y sentida. No se le escapaban detalles, reproducía diálogos completos, y la vez me servía más café y golpeaba los pequeños pedazos de carbón en el piso para partirlos y ponerlos encima de la pipa árabe que llenaba al ambiente de nubosidad y un aroma amaderado. Para esto, ya habrán sido las dos de la mañana.

A los tres meses, Muhjah se dio cuenta que ya era tarde, que los acontecimientos se habían dado de tal modo, que ellos, madre e hijo, ya se habían elegido para siempre, con la misma facilidad orgánica que un feto se acomoda en el vientre de su madre. Pero como pasa casi siempre, la organicidad de la cual son capaces nuestros cuerpos en las más variadas situaciones poco se refleja en la realidad cotidiana más bien atestada de incoherencias y de no causalidad. Muhjah decidió empezar los trámites de adopción y fue ahí en donde se le abrieron los ojos ante la vorágine de prejuicios y desconfianzas que esta situación provocaba y no sólo de parte de los conocidos, también en el seno mismo de su familia y en las estructuras caducas de una dictadura islamista y militar.

Fue un año de luchas en los juzgados de Jartúm, aunque contaba con la autorización necesaria de su padre para que una mujer soltera pueda adoptar, y el requisito de ser musulmana, ella no cumplía con el límite de edad, 35 años. Algunos miembros de su familia estaban aterrados ante la posibilidad de que este niño 'ilegal' podría cargar sus apellidos, una vergüenza, él mismo era una maldición para la estirpe.  Siendo esta la creencia que pesa sobre los niños concebidos fuera del matrimonio. Su petición fue denegada en primera instancia pero ella  sabía que perder a Fadi ya no era una opción para ellos. Fue entonces cuando acudió donde su abogada y con la firmeza de su voz y los movimientos alborotados de sus manos le exigió que presente una apelación. También llamó a su madre y sin que se le corte la voz ni por un instante le advirtió: "voy a apelar y necesito todo tu apoyo porque tú eres la persona más importante de mi vida y son también tus fuerzas las que necesito, juro que no volveré hablarte sino me apoyas frente a la familia y frente a los peritos que irán a investigarte". Tras la apelación, Muhjah consiguió finalmente la custodia de Fadi, convirtiéndose a sus 27 años de edad en la madre soltera adoptiva más joven de la historia de Sudán.

Yo llevaba yendo algunas semanas como voluntaria visitando al orfanato y era una experiencia que desordenaba y obsesionaba mis sentimientos al punto que esperaba dormir para ir a visitar a los bebés al día siguiente. Hasta el día de hoy, cuando me siento sola en las diferentes posadas por las cuales he pasado estos meses, vuelvo a refugiarme en ese sentimiento cálido de tener a los bebitos en mis brazos y colmarlos de besos, o  en esa tierna fragilidad al sostener sus cuerpecitos en un lavabo que hacía las veces de tina de baño. Es un recuerdo tan poderoso que inmediatamente me siento acompañada y mis niveles de ansiedad empiezan a diluirse. Son mi amuleto. Es por eso que entendía el contexto de esta historia y sobre todo entendía lo que esta mujer había hecho por este niño. Ella había transformado el destino que esperaba a Fadi, le había regalado la vida, una digna de vivirse, alejada de la más cruel de las indiferencias, la de los abandonados de los abandonados.

La lucha recién ha empezado para Muhjah y Fadi, hace poco menos de un año decidió mudarse de la casa de su abuela para vivir sola. El rechazo cotidiano de su familia hacia su hijo de no aceptarlo como uno más de los suyos se ha vuelto una carga pesada para Muhjah. Una veta de dolor y de incomprensión. Ahora viven en un apartamento pequeño pero esto le proporciona la libertad de darle un hogar a Fadi sin remilgos afectivos. Muhjah ha dejado su profesión y es ahora maestra en una escuela privada para que así Fadi puede recibir una educación gratuita y de calidad, aunque su sueldo no llega a los 100 dólares. Su día a día es un torear necesidades, un malabarismo permanente.

Muhjah,  ¿ Y cuáles son tu planes a futuro, qué es lo que esperas para ti y para Fadi? "Salir de acá María, el futuro no está en Sudán para nosotros. Fadi siempre será un niño ilegal, nadie querrá casar a su hija con él, no podrá ser político, ni ejercer ciertos profesiones, yo quiero un lugar en dónde mi hijo sea lo que él decida ser, donde podamos ser libres de vivir." Y creo que esa fue la frase que cerró nuestra charla de más de 5 horas. Muhjah me invitó a pasar la noche con ellos y mientras ella y Fadi dormían juntos en un colchón, a mi me acomodaron uno a su lado. Al siguiente día, Muhjaj nos preparó el desayuno: té negro con leche en polvo, tres cucharas de azúcar y pastas fritas de dulce, al mismo estilo de las señoras del té de las calles de Jartúm. Al salir de su casa, fuimos juntas a un mercadillo y después tomé el bus a mi casa. Imagino yo que con la misma emoción que tendrá una niña luego de conocer a su superhéroe.

Muhjah  no ha dejado de quejarse estos días, mi heroína se derrumba y reniega y hay momentos en los cuáles la grandeza de su corazón se niebla con un polvo espeso de necesidades y de frustración. Pero yo sé que es momentáneo y  que de un buen sacudón ese espíritu será capaz de sanarse y de re-inventarse, cómo ya lo hizo una vez, y más ahora que anda por la vida de la mano con Fadi. Porque ella la fuerza la tiene adentro, porque ella es fuerza y coraje, porque ella da una lección magistral a sociedades enteras en dónde el progreso económico produce seres humanos con miedo de compartir, de traer hijos al mundo, y ni se diga de adoptar, en dónde la crisis es de humanidad y de egoísmo, más que de otras cosas.

Invierno en Madrid.-Diciembre, 2013
  de Paz Davila

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