Su voz es el primer
recuerdo que tengo de Muhjah en esa cafetería al aire libre de muebles
destartalados en donde las jóvenes sudanesas se agolpaban tras los mesones para
aprovisionarse de un pedazo de pizza o de un sandwich seco de falafel y queso.
Su pelo corto, la firmeza de su voz y su ropa de colores brillantes delataban
de inmediato un carácter fuerte y un espíritu poco convencional en esa tierra
de interminables desiertos. Meses más tarde con el pretexto de entrevistarla
para mi investigación sobre madres solteras tuve la suerte de ser invitada a su
casa. Lo que al comienzo esperaba ser una visita de un par de horas terminó
siendo una noche inolvidable, en la cual escuché la historia de amor más bonita
que había escuchado jamás en la compañía de sus propios personajes.
Muhjah regresó a
Jartúm con el dolor de la injusticia hirviéndola por dentro. Sus tres meses en
Juba como doctora recién graduada habían sido un auténtico desastre. Había sido
maltratada por su jefe quien creía que una mujer sola y a esa edad, no debería
estar pretendiendo de doctora, si no que más bien debería regresar a su casa
familiar, a ocupar el papel discreto que les correspondía a las mujeres en su
sociedad. Le negaba comida, le encerraba en un cuarto inmundo, le despreciaba
profesionalmente. Esta parte no se lo había dicho su mamá, al contrario, su
madre insistió tantas veces para que ella acabase la carrera que hasta la
amenazó con envenenar su café sino lo haría. Ella tenía que hacerlo, ser
doctora le iba a merecer el reconocimiento y el respeto que su madre no había
logrado ganarse en la familia de su esposo y en esa sociedad de clase alta a la
cual ella no pertenecía por nacimiento. Sí ella era doctora ya no había que
esconder las diferencias de clase tras elegantes vestidos y sí la casa no
ofrecía servicios exquisitos y las decoraciones más sofisticadas ya tampoco
importaría tanto. No era su vida profesional la que estaba en juego era la
oportunidad de callarles la boca a todos esos familiares que vieron con malos
ojos el matrimonio de sus padres, y así lo hizo, o al menos así lo creyó su
madre.
Fue justo después de
regresar de Juba que Muhjah con sus ánimos golpeados comenzó a trabajar en un
hospital en Jartúm. Fadi llegó al hospital, enfermo, casi muerto como ella
diría. Fadi había sido abandonado en la calle, envuelto en una sábana una noche
del 24 de diciembre. Fadi, abandonado, al igual que los 1.500 niños que son
encontrados cada año en las calles de Jartúm por haber nacido fuera de
matrimonio, por ser 'ilegales'. Son estos niños y sus madres los que sufren con
dureza la mano cruel e insensata del fundamentalismo religioso entrometiéndose
y controlando hasta sus entrañas. Fadi fue llevado primero al orfanato de la
ciudad y al ver que su situación se tornaba crítica y que no ganaba peso fue
trasladado al hospital. Un día, Muhjah al fijarse la falta de meticulosidad de
las enfermeras al bañar al niño, lo tomó en brazos y comenzó a limpiarlo
ella misma. Al darlo la vuelta se dio cuenta que Fadi tenía una seria infección
genital y que seguramente ahí estaba la causa de su estado. Así fue, y durante
dos meses Mujhaj cuidó de Fadi por encima de su comprometimiento profesional.
Por dos meses, lo visitaba todos los días, lo bañaba, lo daba de comer, lo
mimaba, le contaba historias. Cuando Fadi fue dado de alta para ser trasladado
nuevamente al orfanato, Muhjah compró juguetes y ropa nueva y fue ella misma la
que lo entregó de vuelta. Al salir del orfanato, Muhjah empezó a caminar por
las polvorientas calles de Jartúm, y al poco tiempo cuando las lágrimas
resbalaban incontrolables por su rostro de definidos rasgos. Paró, respiró
profundo y con la dureza de su carácter se dijo a sí misma: ¡Basta ya! ¿Qué
diría mi mamá si me viera caminando así? El está bien, y esta historia se
acabó. ¡Halaz!
Sin embargo, algo de
la soledad de los corredores de ese orfanato, de los gestos mecánicos de las
niñeras que cuidan a otros niños para alimentar a los suyos y de las malas
condiciones sanitarias de un lugar que hace cuestionarse hasta al moralista más
férreo la hicieron volver dos meses después a visitar a Fadi. Fadi había
perdido esa mirada inquieta y viva que proporciona la salud y el cariño. Como
el resto de los niños pasaba acostado en su camita sin ningún tipo de atención,
ni mimo y su peso nuevamente estaba por debajo del promedio para su edad. Al
ver esto, Mujhaj, furiosa, fue donde la directora del orfanato y amenazó con
sacar a la luz los escándalos de corrupción que ya se oían del lugar sino le
permitía llevar a Fadi a su casa para cuidarlo nuevamente. "En mi mente no
había otra opción María, yo sabía que si Fadi se quedaba ahí moriría como
morían en ese entonces todos los bebés agonizantes que llegaban al hospital
desde ese orfanato. Fadi en el mes que llegó al hospital fue el único de veinte
niños traídos del orfanato que sobrevivió. No, no sabía que estaba haciendo, ni
las consecuencias que esto iba a tener, así que dejé mi carnet de identidad y a
cambio la directora me dejó llevar a Fadi por un mes a mi casa."
La sorpresa no fue
poca cuando Muhjah a sus 26 años en aquel entonces, llegó con un bebé en sus
brazos a su casa, que en realidad era la casa de su abuela, en donde vivían
algunas tías y sus hermanas. ¿Y ahora, qué vamos a decir a los vecinos? ¿Cómo
vamos a explicar que de pronto tenemos un bebé en casa? ¿Cuánto tiempo se va a
quedar? La situación no era nada fácil, los códigos morales y religiosos en
Sudán traspasan las fronteras individuales, son de escrutinio público y se
convierten en verdaderas condenas cuando hay de por medio mujeres jóvenes, sexo
y niños, sin el sagrado marco del matrimonio y toda su parafernalia.
"Nada, les diremos a los vecinos y a los familiares lejanos que una mujer
pobre que tiene a su esposo enfermo, me lo ha encargado hasta que las cosas
mejoren, diremos que es un acto de caridad, eso diremos", inventó Muhjah.
Y así fue, pasaron uno y dos y tres meses y Muhjah con la ayuda de sus tías y
de sus hermanas, lograron organizarse para cuidar al niño y para mantener un
perfil bajo.
Para ese entonces de
la noche, yo estaba sentada en un colchón en su minúsculo departamento mientras
Fadi dormía apoyado en mis piernas. Se me cruzaban preguntas, y
pensamientos y sobre todo sentimientos que se quedaban ahí atorados, dando
vueltas erráticas en mi cuerpo y en mi cabeza. Pero la curiosidad que me despertaba
esta historia me obligaba a quedarme en silencio y a seguir escuchando el
relato en cascadas de esta mujer que lo contaba todo con una narrativa
particularmente inteligente, equilibrada pero profundamente intensa y sentida.
No se le escapaban detalles, reproducía diálogos completos, y la vez me servía
más café y golpeaba los pequeños pedazos de carbón en el piso para partirlos y
ponerlos encima de la pipa árabe que llenaba al ambiente de nubosidad y un
aroma amaderado. Para esto, ya habrán sido las dos de la mañana.
A los tres meses,
Muhjah se dio cuenta que ya era tarde, que los acontecimientos se habían dado
de tal modo, que ellos, madre e hijo, ya se habían elegido para siempre, con la
misma facilidad orgánica que un feto se acomoda en el vientre de su madre. Pero
como pasa casi siempre, la organicidad de la cual son capaces nuestros cuerpos
en las más variadas situaciones poco se refleja en la realidad cotidiana más
bien atestada de incoherencias y de no causalidad. Muhjah decidió empezar los
trámites de adopción y fue ahí en donde se le abrieron los ojos ante la
vorágine de prejuicios y desconfianzas que esta situación provocaba y no sólo
de parte de los conocidos, también en el seno mismo de su familia y en las
estructuras caducas de una dictadura islamista y militar.
Fue un año de luchas
en los juzgados de Jartúm, aunque contaba con la autorización necesaria de su
padre para que una mujer soltera pueda adoptar, y el requisito de ser
musulmana, ella no cumplía con el límite de edad, 35 años. Algunos miembros de
su familia estaban aterrados ante la posibilidad de que este niño 'ilegal'
podría cargar sus apellidos, una vergüenza, él mismo era una maldición para la
estirpe. Siendo esta la creencia que
pesa sobre los niños concebidos fuera del matrimonio. Su petición fue denegada
en primera instancia pero ella sabía que perder a Fadi ya no era una
opción para ellos. Fue entonces cuando acudió donde su abogada y con la firmeza
de su voz y los movimientos alborotados de sus manos le exigió que presente una
apelación. También llamó a su madre y sin que se le corte la voz ni por un
instante le advirtió: "voy a apelar y necesito todo tu apoyo porque tú
eres la persona más importante de mi vida y son también tus fuerzas las que necesito,
juro que no volveré hablarte sino me apoyas frente a la familia y frente a los
peritos que irán a investigarte". Tras la apelación, Muhjah consiguió
finalmente la custodia de Fadi, convirtiéndose a sus 27 años de edad en la
madre soltera adoptiva más joven de la historia de Sudán.
Yo llevaba yendo algunas
semanas como voluntaria visitando al orfanato y era una experiencia que
desordenaba y obsesionaba mis sentimientos al punto que esperaba dormir para ir
a visitar a los bebés al día siguiente. Hasta el día de hoy, cuando me siento
sola en las diferentes posadas por las cuales he pasado estos meses, vuelvo a
refugiarme en ese sentimiento cálido de tener a los bebitos en mis brazos y
colmarlos de besos, o en esa tierna
fragilidad al sostener sus cuerpecitos en un lavabo que hacía las veces de tina
de baño. Es un recuerdo tan poderoso que inmediatamente me siento acompañada y
mis niveles de ansiedad empiezan a diluirse. Son mi amuleto. Es por eso que
entendía el contexto de esta historia y sobre todo entendía lo que esta mujer
había hecho por este niño. Ella había transformado el destino que esperaba a
Fadi, le había regalado la vida, una digna de vivirse, alejada de la más cruel
de las indiferencias, la de los abandonados de los abandonados.
La lucha recién ha
empezado para Muhjah y Fadi, hace poco menos de un año decidió mudarse de la
casa de su abuela para vivir sola. El rechazo cotidiano de su familia hacia su
hijo de no aceptarlo como uno más de los suyos se ha vuelto una carga pesada
para Muhjah. Una veta de dolor y de incomprensión. Ahora viven en un
apartamento pequeño pero esto le proporciona la libertad de darle un hogar a
Fadi sin remilgos afectivos. Muhjah ha dejado su profesión y es ahora maestra
en una escuela privada para que así Fadi puede recibir una educación gratuita y
de calidad, aunque su sueldo no llega a los 100 dólares. Su día a día es un
torear necesidades, un malabarismo permanente.
Muhjah, ¿ Y cuáles son tu planes a futuro, qué es lo
que esperas para ti y para Fadi? "Salir de acá María, el futuro no está en
Sudán para nosotros. Fadi siempre será un niño ilegal, nadie querrá casar a su
hija con él, no podrá ser político, ni ejercer ciertos profesiones, yo quiero
un lugar en dónde mi hijo sea lo que él decida ser, donde podamos ser libres de
vivir." Y creo que esa fue la frase que cerró nuestra charla de más de 5
horas. Muhjah me invitó a pasar la noche con ellos y mientras ella y Fadi
dormían juntos en un colchón, a mi me acomodaron uno a su lado. Al siguiente
día, Muhjaj nos preparó el desayuno: té negro con leche en polvo, tres cucharas
de azúcar y pastas fritas de dulce, al mismo estilo de las señoras del té de
las calles de Jartúm. Al salir de su casa, fuimos juntas a un mercadillo y
después tomé el bus a mi casa. Imagino yo que con la misma emoción que tendrá
una niña luego de conocer a su superhéroe.
Muhjah no ha
dejado de quejarse estos días, mi heroína se derrumba y reniega y hay momentos
en los cuáles la grandeza de su corazón se niebla con un polvo espeso de
necesidades y de frustración. Pero yo sé que es momentáneo y que de un
buen sacudón ese espíritu será capaz de sanarse y de re-inventarse, cómo ya lo
hizo una vez, y más ahora que anda por la vida de la mano con Fadi. Porque ella
la fuerza la tiene adentro, porque ella es fuerza y coraje,
porque ella da una lección magistral a sociedades enteras en dónde el progreso
económico produce seres humanos con miedo de compartir, de traer hijos al
mundo, y ni se diga de adoptar, en dónde la crisis es de humanidad y de
egoísmo, más que de otras cosas.
Invierno en Madrid.-Diciembre, 2013
de Paz Davila
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