Zenobia Camprubí Aymar, (Malgrat de Mar, 31 de agosto de 1887-San Juan de Puerto Rico, 28 de octubre de 1956)
Zenobia Camprubí está considerada como una de las primeras grandes feministas de España, miembro destacado del Lyceum Club Femenino junto a Victoria Kent, desde el que reivindicó constantemente una mayor presencia de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad. Entre sus muchas iniciativas de carácter humanitario, destacaron varias campañas a favor de los niños españoles víctimas de la Guerra Civil, realizadas desde su residencia en Nueva York.
Zenobia Camprubí está considerada como una de las primeras grandes feministas de España, miembro destacado del Lyceum Club Femenino junto a Victoria Kent, desde el que reivindicó constantemente una mayor presencia de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad. Entre sus muchas iniciativas de carácter humanitario, destacaron varias campañas a favor de los niños españoles víctimas de la Guerra Civil, realizadas desde su residencia en Nueva York.
De su actividad en el mundo de las letras, sobresalen las primeras traducciones al castellano de la obra de Rabindranath Tagore como, por ejemplo, el libro inicialmente escrito por W.W. Pearson "Shantiniketan", traducido al castellano con el nombre "Morada de paz" (1919). También es digna de mención su constante difusión de la cultura y la lengua españolas, especialmente en los ambientes literarios de Estados Unidos, desde su puesto de profesora en la Universidad de Maryland.
Entre sus escritos, se cuentan:
Traducción al castellano de los escritos de Rabindranath Tagore, algunas junto a Juan Ramón.
Juan Ramón y yo (1954).
Diario I. Cuba (1937-1939).
Diario II. Estados Unidos (1939-1950).
Diario III. Puerto Rico (1951-1956).
Resulta estremecedor leer su diario, escrito en el exilio al que se fue empujada, como tantos otros, por el golpe de estado franquista y la Guerra Civil.
Escribe para sobreponerse al miedo, y el diario se convierte para ella en un medio de supervivencia. La mujer debe tener un oficio propio, decía. El suyo era, cuando lo había perdido todo, sobrevivir al exilio pero también y, sobre todo, a su neurótico marido. Necesitaba sostenerse para sostenerlo.
Renunció a su vida aun con dudas.
“No tiene sentido que me sacrifique en balde por el egoísmo de él. Llorar le quita a una todas las energías.”
Muchos días se pregunta:
“¿Qué sentido tiene permitirle acabar con mi existencia?”
Juan Ramón la separa de su familia, de su ansia de viajar a los Estados Unidos:
“Típico de él cuando lo mueve el ánimo, no pensar nunca en mi determinación y en su promesa de pasar un mes en los Estados Unidos, lo que he anhelado por 21 años”
Incluso la hace renunciar al aire libre porque él tenía pavor de las corrientes de aire.
“Abrir las ventanas es una maravillosa experiencia de la que debo privarme cuando él está, porque le tiene miedo a las corrientes de aire. ¡Qué gusto dormir tres noches con la ventana abierta!”
Hay momentos en los que ve claro el error de haberse casado y escribe cuando, en una escapada, recupera parte de su libertad y de sus ilusiones:
“Él deseaba ser un monje del XVI y sólo una ocurrencia tardía le hizo atraerme a su compañía”
Siempre pensó que la mujer se bastaba a sí misma, sin ver en el matrimonio un medio de vida. Tenía fe en el avance de las mujeres a través del estudio, la lucha y el trabajo.
Vivió con coraje y valentía envidiables. Cuando enfermó de cáncer, viajó sola para operarse. Su marido no lo hubiera soportado. Sufrió tres recaídas. Ni eso, ni los tratamientos agresivos la apartaron de su trabajo.
“Eso de bueno tiene el cáncer, decía, que da algún tiempo para trabajar”.
Ordenó y mecanografió la obra de Juan Ramón. A pesar de sus rabietas:
“Ayer me dictó uno de los poemas más bellos que jamás haya escrito. Hoy lo cambió de su forma universal a un bello poema sobre España. Le pedí que no tirara la primera versión. Pero dudo que la haya guardado. Así es de arisco”
Su generosidad y tesón le hicieron retrasar su propia muerte hasta saber que a él le habían concedido el Nobel. Recibió la noticia y dos días después murió.
Leyendo estas frases una siente que Zenobia cayo presa en una carcel de obligaciones y responsabilidades para con su esposo marcadas por la sociedad patriarcal de ese momento. Era imposible en esa situación solicitar su espacio y su tiempo frente a un "genio " que lo requeria todo para él. Ojala que sus experiencia nos enseñen a todas a tener nuestra habitación propia y a no perder la identidad ni la vida
Zenobia Camprubí Aymar, nacida en Malgrat de Mar el 31 de agosto de 1887, fue una escritora española. Contrajo matrimonio con Juan Ramón Jiménez en 1916, y desde ese momento y hasta su fallecimiento, 40 años más tarde, se convirtió en compañera inseparable y decisiva colaboradora del poeta en todos sus proyectos literarios.
Única hija, tenía tres hermanos varones, uno mayor que ella (José) y otros dos menores (Raimundo y Augusto), nacidos todos en una familia culta y adinerada. Su madre, Isabel Aymar Lucca, de padre norteamericano y madre de ricos ascendientes corsos, afincados en Puerto Rico, y su padre, Raimundo Camprubí Escudero, ingeniero de caminos, canales y puertos, afincado en Barcelona y oriundo de Pamplona, se casaron en Puerto Rico, país al que Zenobia estuvo unida toda su vida. Después de la boda, la pareja se instaló en Barcelona.
A los nueve años viajó a Estados Unidos con su madre en proceso de separación. Allí residió hasta 1909, por lo cual, cuando años después regresó a España, la llamaban «la americanita». Allí comenzó sus estudios universitarios en Columbia; asistió a actividades culturales y clubes de mujeres. Entró en contacto con el feminismo estadounidense, viajó sola, leyó los clásicos españoles e ingleses y siguió un curso sobre literatura.
Desde su adolescencia, comenzó a escribir cuentos en castellano y en inglés, y a desarrollar sus dotes literarias. Se interesó por la obra del poeta y pensador indio Rabindranath Tagore, a quien tradujo años después al castellano a partir de las prosificaciones en inglés que realizó el propio Tagore.
Entre 1909 y 1910 estuvo en La Rábida. Allí improvisó una escuela para enseñar a los niños de la aldea, escribió artículos que envió a diversas revistas norteamericanas y, sobre todo, se aficionó a la poesía popular española.
Desde 1910 Zenobia vivió en Madrid. Allí se relacionó fundamentalmente con estadounidenses, ya que le angustiaba no poder moverse sola con libertad, hasta que conoció a Susan Huntington, que dirigía el Instituto Internacional de señoritas, donde se alojaban extranjeros que asistían a los cursos de verano que se organizaban.
Zenobia Camprubí: una heroína en la sombra
Basta con verlos juntos a Zenobia y a Juan Ramón en cualquier retrato para percibir que aquella pareja tan dispar debió de convivir de forma muy atormentada pese a su educada compostura. En las fotografías de la época, los años de entreguerras, ella aparece con un diseño de señorita americana, siempre sonriente, rodeada de amigas de la buena sociedad, sombreros blancos, pantalones de pliegues, cintura de Coco Chanel, zapatos con hebillas y un gesto por el que se le escapaba un alma feliz. En cambio, el poeta trasmite una sensación adusta, con el aire ensimismado, vestido de oscuro, la barba negra, triste el gabán, la mirada aviesa, el rostro cetrino, una figura que en su tiempo El Greco habría incorporado como personaje al entierro del conde Orgaz.
El padre de Zenobia era un fino ingeniero catalán, Raimundo Camprubí, quien durante uno de sus trabajos en San Juan de Puerto Rico conoció a Isabel Aymar, la que sería su mujer, de ascendencia mitad italiana mitad estadounidense, de una familia mercantil adinerada, bilingüe en castellano y en inglés. Zenobia Camprubí nació en 1887, en Malgrat de Mar, un pueblo de la costa catalana donde sus padres pasaban las vacaciones en el verano. Era la mayor de cuatro hermanos, todos educados en Harvard. Zenobia fue instruida por tutores particulares en Barcelona y a los nueve años la madre, recién divorciada de un marido vicioso del juego y arruinado en la Bolsa, se llevó a su hija a Nueva York. Zenobia vivió a expensas de la familia materna. Estudió en Columbia, fue inscrita en el Club de Mujeres Feministas, comenzó a escribir cuentos, participó en actividades culturales y filantrópicas según el más riguroso estilo de las élites neoyorquinas. Regresó a España en 1909 y con ese mismo espíritu liberal se instaló la joven con su madre en Madrid donde en compañía de matrimonios americanos asistía a conferencias en la Residencia de Estudiantes, en el Instituto Internacional de Señoritas fundado por Susan Huntington, en el Lyceum Club junto con Victoria Kent y se dejaba ver en las fiestas que daban los Byne en su piso de la calle de Gravina. En una pensión con pared contigua a esa casa vivía Juan Ramón Jiménez, y una noche a través del tabique de su habitación el joven poeta oyó al otro lado una risa femenina que le subyugó, de la cual no lograría evadirse en mucho tiempo.
Juan Ramón Jiménez procedía de una familia de pudientes vinateros de Moguer y probablemente había sido un niño feliz, también de risa clara, pero muy pronto aprendió a hacerse el enfermo para conseguir toda clase de mimos de criadas y nodrizas y salirse siempre con su voluntad. Creció rodeado de atenciones y cuando en 1900 llegó a Madrid con 19 años ya había dado señales de ser un poeta superdotado, bajo la influencia de Bécquer y de Rubén Darío. Pero no se trata aquí de analizar su obra poética, sino de saber cómo se produjo el choque y ensamblaje entre aquellas almas tan dispares.
Juan Ramón ya había pasado por algunas crisis nerviosas, que se acentuaron cuando en 1901 falleció su padre, una muerte que pocos años después acarreó la ruina económica a su familia. Durante la adolescencia se había permitido todos los caprichos de estudiante rico en Sevilla e incluso pudo aliviarse de una neurosis depresiva en el sanatorio de enfermedades mentales en Castell d'Andorte, en Burdeos, a cargo de un doctor afamado. En este establecimiento desarrolló sus primeras dotes de artista enamoradizo seduciendo a algunas enfermeras. Después en sucesivas recaídas que pasó en la clínica del Rosario en Madrid llegó incluso a enamorar a una monja, unas aventuras eróticas que trasladó a sus versos. Se trata de saber cómo este ser de alma melancólica, huraña y abstraída pudo darle alcance a una caza tan selecta y risueña como era Zenobia.
A partir de 1911 Juan Ramón ya era un poeta admirado. Vivía en la Residencia de Estudiantes y allí acudió la paloma una tarde de primavera. El poeta la abordó al final de una conferencia y la risa de la muchacha ante sus requiebros le recordó a la que había sonado aquella lejana noche de fiesta a través del tabique de la pensión. Cuando el poeta supo que aquella carcajada procedía de la misma alma quedó rendidamente enamorado, pero ella se mostró esquiva a sus requerimientos, un poco antiguos y formales. Juan Ramón comenzó a acosarla con versos cada vez más puros, más encendidos, más directos, que la obligaron a huir a Nueva York como última resistencia y hasta allí la siguió el poeta. La obsesión llegó hasta el punto de tener que casarse con él, hecho que sucedió en la iglesia católica de St. Stephen en marzo de 1916. Durante la travesía en barco por el Atlántico, Juan Ramón descubrió el mar, un golpe tan contundente como el que le produjo el amor. De esa experiencia salió uno de sus mejores libros, Diario de un poeta recién casado, la ida y vuelta de un fino alcotán en busca y captura de su amada, el viaje de novios a Boston y el regreso a España con todos los vaivenes del corazón.
A partir de ese momento el gozoso tormento de Zenobia consistiría en atemperar su admiración por el poeta al carácter agrio, enfermizo y atravesado del hombre que no hacía sino cortarle las alas. Juan Ramón no hallaba inspiración sino en la quietud y el silencio. El poeta hilaba los versos de oro en una habitación acolchada sin poder soportar a su alrededor ni siquiera las risas de Zenobia con sus amigas y para mantenerlo incontaminado e inmune a las adherencias de la vida vulgar la mujer se impuso la obligación, como un destino, de buscarle la subsistencia. Montó una tienda de objetos populares conseguidos de anticuarios de los pueblos de Castilla, se dedicó a decorar apartamentos para alquilarlos a diplomáticos extranjeros y ella misma fregaba las escaleras. Cuando le preguntaban por Zenobia, el poeta contestaba no sin cierta displicencia: "Por ahí anda, entretenida con sus pisos". Después de traducir a Tagore al inglés la mujer había dejado de escribir. Había sacrificado el propio talento literario al de su marido, sin duda más elevado, y en adelante se limitó a enmascarar la amargura que le producían sus continuas depresiones con la propia alegría innata, siempre dispuesta a levantar el ánimo de aquel ser misántropo que le había tocado en suerte.
A partir del exilio de la Guerra Civil Zenobia comenzó a escribir sus diarios, que inició en La Habana en 1937 y que ya no dejó hasta pocos días antes de su muerte. En sus páginas escritas en inglés y en castellano da cuenta de sus quehaceres cotidianos, zurcir la ropa, recibir clases de cocina, ahorrar hasta el último centavo, salir de compras, visitar las cárceles, enseñar a leer y a escribir a las presas mientras Juan Ramón se pasaba el día tirado en la cama. "A Juan Ramón no se le puede dejar solo en absoluto. ¡Él es queridísimo aunque me vuelva loca!". Un día tiene que comprar un hornillo eléctrico porque J. R. tiene frío por la noche y le dura hasta la mañana, otro día ya no puede más y está dispuesta a abandonarlo. Reconoce que haber nacido con la disposición de J. R. ante la vida es un serio problema para su vitalismo porque él solo encuentra alivio parcial en el aislamiento. De La Habana a Nueva York, luego a Miami, hasta recalar en Puerto Rico solo para que se sintiera a gusto al oír el sonido de su idioma. Zenobia se había llevado al exilio un cáncer contraído en 1931. Fue operada en Boston. En las sucesivas recaídas ya no pudo ser atendida por los médicos amigos. Prefirió seguir a Juan Ramón, vencida su última rebeldía. Murió en la clínica Mimiya de Santurce en San Juan de Puerto, el 28 de octubre de 1956, tres días después de enterarse de que le habían concedido el Premio Nobel a su marido. Antes, en el lecho de muerte, con una rosa blanca en la mano había dado las instrucciones oportunas para el bienestar futuro de su poeta.
MANUEL VICENT
http://es.wikipedia.org/wiki/Zenobia_Camprub%C3%AD_Aymar
http://www.letraslibres.com/revista/libros/diario-3-puerto-rico-1951-1956-de-zenobia-camprubi
https://agustinaperez.wordpress.com/2011/11/02/mujeres-en-la-sombra-zenobia-camprubi/
http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/jrj/cronologia/
http://lyceumclubfemenino.com/2012/11/12/zenobia-camprubi-en-las-aulas/
http://www.edobne.com/manuscrtcao/recuerdos-de-tagore/
Gracias por recordarla.
ResponderEliminarTe dejo algo que publiqué sobre ella.
Un abrazo.
http://buscameenelciclodelavida.blogspot.com.es/2014/10/zenobia.html
Bellisismo texto Maria, que recomendamos a quien se pase por aqui y asi profundice en la vida de esta grandisima mujer !
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