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lunes, 27 de marzo de 2023

Elvira Cervera, el desafío perenne



Elvira Cervera (4 enero de 1923 -27 marzo 2013): actriz cubana

Tras cumplir la respetable edad de 90 años, exactamente el 27 de marzo, Día internacional del Teatro, la excelente actriz Elvira Cervera partió a  ocupar definitivamente su lugar en la memoria escénica de Cuba.

Nació en Sagua La Grande, actual provincia de Villa Clara, el 4 de enero de 1923, en el seno de una modesta familia.  Su padre, albañil y su madre, ama de casa,  se esmeraron en brindarles a sus tres hijas la mejor educación,  en el sentido integral del término. La familia se trasladó a La Habana y  la pequeña  hizo sus estudios primarios entre la  Escuela Anexa a  la Escuela Normal de Maestros —institución esta última adonde la destinaban los planes concebidos para ella por los adultos—  y dos escuelas públicas. En su libro autobiográfico El arte para mí fue un reto, editado por Ediciones Unión en el 2004, Elvira se recuerda  a sí misma como una niña inquieta, juguetona y alegre.

Su primer contacto con la escena tuvo lugar  gracias a las carpas, modesto espacio en el cual  los actores del vernáculo interpretaban los mismos tipos que desarrollaban en los teatros; en especial, la niña frecuentaba la carpa que se alzaba en un solar yermo en San Joaquín y Santa Rosa, en ella presentaban pequeños sketchs  junto a las obras tradicionales,  espectáculos que, de común, terminaban en una rumba colectiva.  En la familia no existía antecedente similar, pero cuando la pequeña dio a conocer su inclinación por la escena,  los padres, empeñados en que las hijas aprendieran  profesiones que les garantizaran la solvencia económica, no se opusieron, aunque fijaron como condición la culminación de los estudios.  

A la influencia del teatro que se presentaba en las carpas, se añadió luego el medio radial. Cuando la familia compró un aparato de radio los horizontes culturales de la joven se ampliaron infinitamente, a la par que se ratificaba su vocación por las tablas.

Tras culminar el primer año de la Primaria Superior (actualmente correspondería a la Secundaria Básica), en las vacaciones de 1938 participó de un concurso radioteatral convocado por la emisora El Progreso Cubano , hoy Radio Progreso, y organizado por  el cuadro profesional de actores de la emisora, entre ellos varios miembros de la familia Martínez Casado. Elvira compartió las rondas eliminatorias con Bellita Borges, José  Antonio Ínsua, Fedora Capdevila  y  Eduardo Egea y resultó una de las premiadas. Meses después la emisora CMQ organizó otro certamen similar en el cual terminó como la gran galardonada, se le otorgó la condición de actriz profesional, un contrato por tres meses de trabajo y una beca para estudiar arte dramático con la gran actriz y pedagoga Enriqueta Sierra. En esa etapa hizo el protagónico femenino de la novela El hombre que yo maté.  Luego se convirtió en figura estelar de El Progreso Cubano y tras presentarse al examen de locución y aprobarlo sin dificultad, laboró para casi todas las grandes firmas publicitarias del país. Tenía en aquel entonces solo 15 años. A los 19, en 1942, cumplió la palabra dada a sus padres y se graduó como Maestra.

Un año después salió al aire la emisora Mil Diez, del Partido Socialista Popular, en ella se desempeñó como actriz y locutora. Fue fundadora y permaneció en su nómina hasta 1945 en que presentó su renuncia y comenzó a trabajar como maestra rural en la región de Batabanó. Más tarde  ganó por oposición una plaza de maestra en el Distrito Escolar de Regla y regresó a Radio Progreso.  Allí protagonizó el programa  Esta es tu vida y Drama real, además de actuar en Estampas criollas, Héroes de la justicia y Actualidad mundial, entre otros programas.

Por espacio de medio siglo mantuvo la actriz su relación con los oyentes, ganada sobre la base única de la excelencia, puesto que en la etapa de alta comercialización de la radio era impensable que una intérprete negra pudiese contar con firmas que la patrocinaran y le garantizaran entrevistas en los medios ni portadas de revistas.

Entre tanto, matriculó en la Universidad y, luego de una carrera un tanto irregular, que sus obligaciones profesionales hicieron un poco más extensa, se graduó de Doctora en Pedagogía.

En 1950 se inauguró la Televisión en Cuba y Elvira resultó entre sus fundadores. Fue seleccionada para interpretar Doña Guiomar —con guión homónimo de Manuel Moreno Fraginals—, el personaje protagónico de una princesa africana. Después desempeñaría otro papel de importancia: la amante negra del poeta Charles Baudelaire, y compartiría nuevamente escena con el primer actor Eduardo Egea.

Mil novecientos cincuenta fue también el año de su debut en el teatro, que ocurrió por todo lo alto en el Grupo Escénico Libre (GEL) —pronto se convertiría en el grupo teatral Las Máscaras—, con el monólogo Antes del desayuno, de Eugene O’Neill, bajo la dirección de Andrés Castro, fundador y líder de la agrupación; una de las principales en la escena republicana.

Una elogiosa reseña de su labor puede leerse en el número 22 de la revista teatral Prometeo del propio año. Luego participó en la puesta de La cosa sucede, de George Bernard Shaw. También subió a la escena de Prado 260, con Adela Escartín, en Un color para este miedo, bajo la dirección de Carlos Piñeiro.

Después del triunfo revolucionario  de 1959 desempeñó la Chepilla, de la zarzuela  Cecilia Valdés, dirigida por Miguel de Grandy, con el elenco del Teatro Lírico de Cuba. Tomó parte en la puesta de las zarzuelas Lola Cruz, dirigida por Adolfo de Luis, y   María la O, por de Grandy, así como en la pieza Tambores, de Carlos Felipe, a cargo del director  Modesto Centeno.

En la Academia Municipal de Arte  Dramático ganó por oposición la cátedra de Teatro Infantil  ante un jurado integrado por Modesto Centeno y el Dr.  Mario Rodríguez Alemán. Por ese entonces  dirigió Blancanieves  y La marímbula  mágica, esta última de María Álvarez Ríos, para la escena destinada a los niños. En la Academia también impartió Literatura y Teoría Literaria. En la estructura del Consejo Nacional de Cultura, institución fundada en 1961, sería la especialista encargada del Teatro Infantil.

En la televisión participó en el popular espacio novelístico  Horizontes, donde compartió con Candita Quintana;  intervino en el programa de corte político La mesa está servida, junto a Eloísa Álvarez Guedes, y en series de aventuras como Los mambises, El Mayor. Tuvo un rol protagónico en la novela Los gobernadores del rocío y realizó personajes de empleada doméstica en las adaptaciones teatrales para el medio de Réquiem para una reclusa, con Raquel Revuelta; La loba, con Rosa Fornés; Las brujas de Salem, El robo del cochino, una de las primeras obras de relevancia del dramaturgo cubano Abelardo Estorino.  Con posterioridad Elvira interpretó personajes que  consideró  de interés en las novelas Loma arriba, Paralelas,Entre mamparas,Cuando el agua regresa a la tierra,y Un bolero para Eduardo.

Por varios meses  animó el popular programa sabatino ¿Qué traigo aquí? , una labor que ella misma determinó finalizar por el temor a que la encasillaran como conductora, algo que había sucedido antes con otras colegas.




En una etapa de su intensa trayectoria Elvira Cervera decidió alejarse de los medios e integró las filas de los editores del Instituto Cubano del Libro, trabajando en  la casa editorial Pueblo y Educación. También ejerció la docencia en la Escuela Nacional de Arte (ENA), donde estuvo a cargo de la asignatura Voz y Dicción.

Diez años después regresó al ámbito mediático y durante un período fue Directora de la Programación Infantil. También perteneció  al Consejo Técnico asesor de la Presidencia del Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (ICRT). Durante esos años  integró el elenco de El cafetal, una producción de teatro lírico para la televisión a cargo del prestigioso actor y director Armando Soler.

El cine no le ha sido ajeno. Su presencia ha quedado para la historia en filmes como Cumbite (1964), de Tomás Gutiérrez Alea; En tres y dos (1985), de Rolando Díaz; en las coproducciones Tesoro (Cuba-Venezuela), de Diego de la Teixeira (1987); Havanera (España-Cuba), de  Tony Verdaguer (1993);Tropicola (EE.UU.,1998); Operación Fangio (Cuba-Argentina-España), de Alberto Lecchy (1999); Tierra índigo (Cuba-Francia); La rumbera (Italia), de Piero Vivarelly (2001); y en las cintas cubanas Miel para Oshún, de  Humberto Solás (2001) y Santa Camila de la Habana Vieja, de Belkis Vega (2002).


Tras su jubilación, impartió un curso en Madrid, con el Proyecto Piamonte, sobre la actuación con  niños. Creó en Diez de Octubre, su municipio de residencia, el proyecto comunitario  “Todo en sepia”, abogando por un teatro multirracial. La lucha contra toda discriminación y, en particular, contra la discriminación racial fue su caballo de batalla a lo largo de toda la vida. Abogó, sin descanso, ni tregua por una escena multirracial, en la cual  solamente la calidad constituyese el rasero. Argumentó muy bien, en defensa de sus objetivos, la existencia de la convención en el Teatro, recurso que posibilitaba  que el intérprete fuese de cualquier tono de piel, un asunto que el teatro cubano ya había dirimido con éxito en  las puestas en escena de excelencia de Romeo y Julieta (1964, Conjunto Dramático Nacional), del checo Otomar Kreicja, y Bodas de sangre (1979, Teatro Estudio), de la cubana Berta Martínez, donde las míticas Bertina Acevedo e Hilda Oates interpretaron los papeles de Julieta y La Madre, respectivamente.

Elvira visibilizó, de manera que los pudiésemos descubrir tras los ropajes del hábito y la cotidianidad, de lo aparentemente natural y ahistórico, la discriminación y el prejuicio racial en los ámbitos de nuestra escena y por ello, en ocasiones y para algunos, resultó persona incómoda.

Fue una profesional de primera línea y una mujer valerosa y consecuente con sus convicciones, de una dignidad ejemplar. Tuve el privilegio de disfrutarla en escena y de relacionarme con ella fuera de las tablas. Cuando la traté por vez primera hacía mucho que su labor profesional la había convertido en una figura de referencia para mí. Doña Elvira, como la llamaba en broma en aquel entonces su hija, la actriz Alejandra Egido Cervera, sintetizando en la expresión  la reciedumbre y el nivel de exigencia de su madre, se me reveló como una persona de un singular espíritu y un significativo carisma. No había duda de que aquel ser humano, aprovechando todo suceso y circunstancia vital como ocasión de aprendizaje y crecimiento, se había hecho a sí misma y tenía, con razón, ese sano orgullo de sí.

Su trayectoria fue reconocida en 1983 con la Distinción por la Cultura Nacional, que otorga el Ministerio de Cultura de la República de Cuba.

En el caso de los grandes artistas siempre pienso que merecen mucho más. Por el sentimiento de estar en deuda, intento contribuir y escribo humildemente estas páginas, buscando que la vida de esta singular mujer se reparta entre todos, que la indolencia y la ignorancia no la releguen al espacio ingrato de la desmemoria, que su partida de este mundo nos convoque y nos obligue a rendirle, de mil maneras, el tributo merecido. Que seamos capaces de incorporarla a nuestros propios caminos. No conozco forma mejor de valernos de la tradición, los antecedentes y antecesores y todo ese material entrañable que denominamos la memoria.

Por: Esther Suárez Durán  CUBARTE 2013-04-16

Nota

(1) Quiero testimoniar mi agradecimiento a la Especialista Diana Guzmán, Jefa de la Sala de Cultura de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena, por su apoyo y su decisiva ayuda.


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