La noticia, vista con asombro por algunas personas, con resignación por otras, parecía al principio una broma de mal gusto: a las mujeres de Comayagüela, Distrito Central, las maras les dicen de qué color deben llevar el pelo, el que será rubio o negro. El color constituye una marca, como las del ganado, para determinar a qué mara pertencen y saber a lo lejos, si una mujer que tenga la desgracia de vivir, comprar o transitar por sus territorios, debe estar allí o no. Me enteré ayer por la nota en Facebook de un amigo, que lo mismo está pasando en el país vecino El Salvador, pues fue su madre la que tuvo que teñirse de negro para seguir circulando libremente su barrio de toda la vida.
En Honduras, la política del gobierno dicta que haya cada vez más presencia militar en las calles de algunas ciudades, según que para proteger a la población de las maras, entre otros. Cansancio e indignación es lo que provocan, ninguna empatía reciben estos cada vez más numerosos cuerpos uniformados, parapetados en las esquinas con armas largas. Pero así, descargando la molestia y las emociones en ellos, hay personas que disocian y piensan menos en quienes les han puesto en las calles. Vivimos en una suerte de “guerra democrática", una establecida y perpetuada por los poderes corruptos y rancios de este país, que tiene tal vez por eso mismo, un pueblo que ironiza, ríe y sigue adelante; una gente que se solidariza y lucha de maneras diversas, pese al clima de terror que nos siembran todos los días, mediante medios de comunicación que le apuestan casi siempre al amarillo y al rojo, fomentando el gusto por el miedo y la indignidad o aceptando sin alternativa, una programación dirigida por criminales, para que no asesinen a sus periodistas, como ha ocurrido en repetidas ocasiones.
Hay sin embargo una lucha que no se consolida siquiera: procurar a las mujeres y las niñas el goce de sus derechos humanos, civiles, económicos, culturales y sociales. Aunque hablo de todas las mujeres sin excepción, son las más pobres de los pobres quienes aceptan asimismo, sin aparente alternativa, la tradición. Los cuerpos de las mujeres y niñas que viven y transitan en los barrios más populosos y compran en los mercados en lugar del mall, son sin discusión de propiedad pública: se puede opinar sobre esos cuerpos a grito pelado en las calles, allí de igual manera se pueden toquetear, violar, asesinar y desmembrar con total impunidad, porque sí, porque es también un asunto de clase. No es extraño entonces que ahora, una mara dicte cómo debemos llevar el pelo en algunas ciudades, so pena de muerte, sin figuraciones ni distingos sociales.
Valga éste, ojalá, para pensar y repensarnos.
Patricia Toledo
Artista visual, Santa Rosa de Copán, Honduras
24 de mayo, 2015
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