Tomado de "Las incardinaciones de “Claudia Mula”: guerrera kamikaze de Lisset Coba
Hace poco, Claudia me contó como sudorosa y con los nervios de punta, intentaba lucir tranquila frente a los agentes de aduana que revisaban el equipaje en el aeropuerto de Quito. Sabía que la tarea resultaría peligrosa, sobre todo, si demostraba inseguridad. Esta era la primera vez que volaría por avión, y más aún, a un sitio tan lejano y desconocido, era la primera vez que tenía un pasaporte en sus manos. Una de sus preocupaciones era si, para los oficiales de la INTERPOL, su presencia pasaría desapercibida; pues a pesar de los esfuerzos realizados, era una inexperta. Su aspecto, no era el de una pudiente turista que va de paseo y tampoco el de una ejecutiva en viaje de negocios, su actitud era sospechosa , como sospechosos son los cuerpos de las clases bajas, los de color, los de naciones del tercer mundo y sus mujeres, pues como diría Bourdieu (1999:170), “el orden social se halla inscrito en los cuerpos”.
Desde 1987 existe un convenio que compromete al Ecuador con los Estados Unidos por la lucha conjunta contra el narcotráfico . Aproximadamente desde esa época, los índices de delincuencia femenina han aumentado considerablemente; el 80 % de las detenidas son “mulas”, transportistas de psicotrópicos en su equipaje o en el cuerpo. Mujeres que llegan a arriesgar sus vidas para llevar la mercancía, desde países como el nuestro, a algún sitio en el “primer mundo” y que, en su mayoría corresponden a fracciones de clases subordinadas. Pero, sus actividades, no sólo transgreden el contrato social establecido por el Estado, también intensifican el orden patriarcal que escinde lo masculino de lo femenino, así como, lo legal de lo ilegal.
Es a partir del cuerpo como pivote fundamental de la condición femenina que el cuerpo de Claudia, como el de muchas mujeres mulas, se convierte en escenario de la disputa masculinista entre ley y mafia, pero sobre todo, en teatro de construcción de una subjetividad femenina de pobreza, machismo, exclusión y miedo. Es bajo el campus emergente de la violencia radical que viven éstas mujeres, que las interrogantes aparecen: ¿qué ocurre cuando el cuerpo mismo es el campo de batalla?, ¿cuáles son las condiciones objetivas de la existencia subjetiva de las mujeres transportistas de sustancias ilícitas?
Aunque lo parezca, la siguiente reflexión, no es una historia imaginada, corresponde a la vida de Claudia, “ex -mula” que hoy reside en la cárcel de mujeres de Quito
(.) Los ingresos por la venta de almuerzos para turistas, en el pequeño pueblo manabita donde vivía, no le alcanzaban para mantenerse a sí misma y a sus dos hijos. A los 33 años, su sabiduría se condensaba en la cocina y el cuidado del hogar, actividades invisibles y humildes que reconfirmaban su status femenino dentro de la clasificación de los géneros
(.) Su marido, que sólo
ayudaba ocasionalmente a la manutención de los hijos, se había ido a vivir con
otra mujer, más joven, con la que iba a tener otro niño. Después de su último
aborto, Claudia no podría volver a concebir y él deseaba tanto una familia
grande que ella ya no estaba en capacidad de ofrecer.
(.) Por aquella época, su amiga más cercana, la había contactado con un persona que le facilitaría su salida del país, documentos ilegales y algo de dinero. Por supuesto, todo esto tendría un precio que pagaría cuando viviese en el lejano país europeo. Pero, lo que, Claudia no esperaba es una nueva propuesta que no sólo la ayudaría a pagar la deuda adquirida, sino también a ganar algo extra para el posterior viaje de sus hijos . A más de ser una actividad comercial ilícita, el narcotráfico significaba un camino de acceso a su independencia económica, el requisito era trasladarse con anterioridad a la ciudad de Quito para ser entrenada semanas antes del viaje (.) El primer paso fue tragar uvas enteras, más tarde frutas y objetos blandos de mayor tamaño; de modo que su esófago y su estómago se fuesen acostumbrando a la presencia de objetos más grandes
Claudia-madre encarnaba el plan mítico de la lógica paterna. Mediante la ingestión de las bolas de cocaína se convertía en la mártir salvadora de la economía de su familia. El amor fraterno, como misión espiritual femenina, transformaba su vida en ideal de heroísmo masculino.
(.)En el aeropuerto de la ciudad de Quito, sudorosa e indigesta, atrapada por el miedo, así como debido al sentido común de dominación de que era sujeto, Claudia había llegado al histérico descontrol de su cuerpo. Su nueva actividad, la volvían, a la vez, cumplidora fiel de la ley del padre clandestino, y pecadora social en la lógica de la legalidad estatal
(.)Se trataba de la pobreza y la violencia como condición de su ciudadanía (Agamben, 2003:226; Bourdieu, 1999). Su cuerpo de guerrera kamikaze, no era una metáfora, era el inmenso sentimiento de no tener más para la supervivencia, era realidad dolorosa tallada en la carne.
Claudia no supo cómo actuar cuando dos agentes le pidieron los acompañe
a las oficinas de la INTERPOL :
¿se habían dado cuenta o alguien la había sapeado[i],
no estaba segura. La totalidad del Estado
se le venía encima; sin embargo, nada había de arbitrario en su apresamiento,
la policía sólo actuaba como representante del derecho soberano, cumplía su
deber de protección a los ciudadanos.
[i] Sapeado o delatado. Quizá algún competidor informó acerca de
la cocaína; o se la sacrificó para dejar pasar un cargamento más grande.
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