Nacida en Rumanía de padres húngaros en 1979, Enikö Nagy creció en Alemania y en Sudán encontró el verdadero sentido de su existencia. Al país que hasta que se partió en dos era el más grande de África ha dedicado ocho años de su vida. El resultado es un impresionante volumen de más de 800 páginas («Arena en mis ojos. Momentos sudaneses»), un exhaustivo y delicado retrato fotográfico y oral de los sudaneses a través de Kordofán Sur y Kordofán Norte, la región que es el verdadero corazón del país. Una muestra de su devoción se puede ver hasta el 26 de julio en Casa Árabe: estampas y palabras dialogan de forma conmovedora ante el espectador, que descubre que Sudán es mucho más que lo que los periódicos a menudo simplificamos bajo las etiquetas de «guerra» y «desesperanza», y con demasiada frecuencia condenan a un país, a veces a un continente, a la desgracia como si ese fuera su rasgo esencial: «Si al hablar de Sudán solo hablamos de la guerra entonces la guerra ha ganado». La mirada de Enikö Nagy amplía exponencialmente la percepción de esa realidad, de una realidad que desborda el corsé de la actualidad: «Quería un libro que hablara de la humanidad de los sudaneses, de su cultura, de lo que les hace humanos, y de lo que podemos aprender de ellos».
—¿Cuénteme la historia de su nombre?
—Soy húngara. Nací en Rumanía, pero en la parte que había pertenecido antes al imperio austro-húngaro. Mis padres, que eran húngaros, abandoron Rumanía en 1987, en tiempos de la dictadura de Ceausescu, por razones políticas. Y emigraron a Alemania, donde yo crecí. Fue una época en la que el país no sacó partido de su diversidad cultural, y fueron cerradas las escuelas húngaras, y en la que no se podía difundir el himno húngaro. Tenía un hermano, que nació antes que yo, y cuando mi padre fue al Registro Civil, lo registraron con caracteres rumanos. Discutió con el funcionario para que lo registraran con caracteres húngaros: ellos querían inscribirlo como Carol, y mi padre insistía en Károly. Mi padre al final se salió con la suya, pero dijo que si volvía a ser padre elegiría un nombre que no pudiera ser convertido en otra cosa, que siempre fuera húngaró. Enikö es un típico nombre húngaro, y la mayor parte de la gente no acierta a pronunciarlo bien a menos que sepa de dónde procede. Fue una forma de resistencia.
—¿Pero pasó toda su infancia y juventud en Alemania?
—Viví en Alemania desde los ocho años. Porque mis padres abandonaron Rumanía como refugiados políticos, pero dos años después Rumania se convirtió en un país libre y desde entonces entramos y salimos muchas veces del país. Pero me eduqué en Alemania, en Baviera, no muy lejos de la frontera con Checoslovaquia.
—¿Y qué estudió en Alemania?
—Estudié para convertirme en trabajadora social. Me especialicé en pedagogía social en la universidad.
—¿Por qué decidió cruzar la línea y de ser cooperante contar su visión de Sudán a través de fotografías y palabras?
—Estuve trabajando durante dos años y medio para el Servico Alemán al Desarrollo. Se cumplía mi estancia en el extranjero, tenía que volver a casa, que es lo que casi todo el mundo hace, y buscas un nuevo destino. Y en el último minuto cambié de idea, me dije que no estaba lista para regresar y decidí escribir un libro. Pero en aquel momento pensé que haría mi trabajo de campo, tomaría las fotografías, recogería la información y terminaría mi libro en paralelo a mi nuevo trabajo, fuera donde fuese. Buscaría a un editor y terminaría el libro. Eso es lo que entonces pensaba.
—¿Antes de decubrir Sudán estuvo en otros países africanos?
—Sí, viví durante aproximadamente un año en Kenia, y estuve trabajando con mujeres y visitando comunidades nómadas, viajando por todo el país, sobre todo en el norte, en la frontera con Somalia y Sudán, explorando formas alternativas de vida. Antes de Kenia recorrí parte de Tanzania y Etiopía con una mochila.
—¿Y qué fue lo que le pasó en África?
—Decubrí otros modos de vida que nuestra cultura occidental necesita como agua de mayo, como contrapunto a la forma en que vivimos. Si nosotros pensamos que esto es desarrollo, y que esta es la forma en que las cosas deben hacerse, y si dominamos el mundo con nuestro punto de vista, nuestra visión de las cosas, nos negamos a nosotros mismos la oportunidad de aprender de las experiencias de los africanos, o del modo de vida latinoamericano, o de otras partes del mundo. Encontré otras visiones de la vida, que enriquecieron la mía, y me gustaría seguir por ese camino.
—¿Necesitamos dejar de lado nuestro etnocentrismo?
—En parte es eso, pero también ignorancia. Se trata de ignorancia si no nos damos cuenta de que hay pobreza y guerra en África, pero es también otra forms de ignorancia si eso es todo lo que sabemos del continente. Porque en ambos casos hay gente ahí que lleva miles de años viviendo en esas tierras, y que se sirve de danzas, canciones, teje sus vestidos, diseña joyas, tiene sus propias creencias, cocina su propia comida, todo lo que a fin de cuentas nos está diciendo quiénes son, y deberíamos conocerlo. Hace que nuestro mundo se amplíe y enriquezca.
—¿Pero ahora mismo sigue viviendo allí o ha vuelto a Alemania?
—He estado viviendo en Sudán durante los últimos ocho años.
—¿Y por qué Sudán?
—Me presenté a un trabajo allí, y fue en realidad más o menos una casualidad. Con el perfil que yo tenía podía presentarme a tres opciones dentro del Servicio Alemán al Desarrollo, y Sudán fue la última de mis opciones. En aquella época yo no sabía gran cosa acerca de Sudán, pero mi formación encajaba en lo que buscaban: asesora para organizaciones locales, para mejorar las capacidades de organizaciones no gubernamentales en Sudán, para hacerlas más eficaces en su trabajo. No pensé que fuera a ser seleccionada: una mujer joven, soltera, en un país musulmán. Sabiendo lo que yo sabía entonces estaba segura de que no elegirían a alguien como yo. Pero fue exactamente lo contrario. Y fue entonces, cuando me dijeron que sí, cuando de verdad empecé a ver qué es lo que había pedido, qué país es ese, qué está pasando ahí. Cuando escribes Sudán en tu buscador de internet lo único que encuentras no es precisamente muy estimulante: guerra, política... No encuentras apenas nada acerca de la gente y su cultura. Pero entonces yo tampoco era muy consciente de eso, porque yo iba a ir allí precisamente a causa de la pobreza y de la situación política. Ese es el mundo del desarrollo internacional y de las ONG. Fue lo que en primer lugar me condujo hasta allí. Me dije: vamos a ver. Tenía un contrato de dos años. Daba un poco de miedo, porque era en El Obeid, a 600 kilómetros al sureste de la capital, veía a mis colegas solo cada tres meses, sin apenas noticias del exterior, y con muy pocas facilidades incluso para renunciar al empleo. Estuve un tiempo dudando si aceptar o no, pero no puedes tomar una decisión desde una mesa en Alemania. Tienes que ir al lugar, ver si puedes con ello, si es lo tuyo, si puedes hacer algo, y luego tomar una decisión al cabo de un año. Ocurrió justo lo contrario, lo más alejado de lo que había o podía haber imaginado. Me di cuenta de que estaba en el lugar que debía estar haciendo lo que debía hacer, lo que sin duda es una sensación de lo más reconfortante.
—¿Aprendió árabe?
—Sí, aprendí el árabe que se habla en Sudán. Lo hablo, pero ni lo leo ni lo escribo.
Mujer kababish (Kordofán Norte) con un zumam, aro de nariz.
—¿Qué es Sudán y en qué se diferencia de otras partes de África?
—Es una pregunta complicada. Por encima de todo es un gran cóctel de culturas, es inmenso en magnitud y en espacio, pero también respecto a la diversidad de la gente que lo puebla. Era el país más grande de África hasta hace poco [cuando Sudán del Sur se independizó, en 2011]. Donde quiera que vayas encuentras una mezla de gentes tan diferentes, tan contrastada, que no dejas de preguntarte: ¿quién es esta gente? ¿Cuáles son sus influencias culturales? Desde luego que la árabe es una, pero no la principal ni la única, hay muchas otras. Esa diversidad es muy visible en las tradiciones orales que he ido registrando, hay raíces griegas, y del imperio otomano, de la península arábiga, de la India... Creo que es algo muy sudanés el ser muy abierto y muy hospitalario, hasta un extremo admirable. Todo lo que fueron recibiendo lo fueron incorporando a su cultura, y se convirtió en lo que podíamos llamar la experiencia sudanesa, la forma sudanesa de estar en el mundo. Hay briznas de todas esas influencias, y al mismo tiempo una sudaneidad distintiva. Yo admiro profundamente las formas de vida más básicas, creo que podríamos decir que hay algo medicinal en ello, para muchas cuestiones tanto locales como globales. Creo sinceramente que todo lo que la ciudad ha aprendido lo ha aprendido de las primeras aldeas, que es donde todo comenzó, y que todo lo que constituye nuestra vida moderna tiene una referencia en la vida nómada. Hay mucho de eso en Sudán, y creo que hay una gran sabiduría en ello, como por ejemplo haber sido capaces de sobrevivir en ese entorno hizo que se creara un fuerte sentido de comunidad, y al mismo tiempo un profundo sentimiento de espiritualidad, que se refiere a la religión, pero no solo. Es mucho más que eso. También es muy importante el liderazgo en las pequeñas comunidades, en las que que todos se conocen. Cuando hay un problema se sientan y aplican una suerte de jurisprudencia tradicional, y así resuelven las disputas y litigios que se suscitan. Estoy convencida de que hay muchas cosas de ellos que podemos aprender. Si ves nuestro propio sistema judicial cuando algo ocurre siempre vas a necesitar a un abogado, es muy caro, y tendrás que esperar años hasta que tu caso sea resuelto por un juez al que no conoces y de acuerdo con leyes que no entiendes. La jurisdicción tradicional, por ejemplo, lo que pretende por encima de todo es la reconciliación, la paz en el seno de la comunidad. En Europa hemos empezado a experimentar este tipo de aproximaciones, cuando intentamos que la víctima y el perpetrador se sienten juntos, y busquen otra forma de reparación y de reconciliación. Lo presentamos como algo revolucionario en nuestro sistema jucidial, y sin embargo es algo que se lleva haciendo desde hace miles de años, y no solo en Sudán, de una manera muy discreta y al mismo tiempo muy eficiente. Estas son las cosas que a mí me fascinaron, y me parece que podría ser una especie de medicina, de cura para algunos de los problemas del mundo.
—¿Una medicina espiritual?
—Y también conocimiento. Son cosas que nosotros creemos que estamos redescubriendo, proceden de culturas que nosotros consideramos poco desarrolladas y simples, pero que llevan años practicándolo.
—Nos falta humildad.
—Es cierto que Sudán tiene una gran panoplia de problemas, pero tiene también una preciosa cultura comunicativa, y eso en un país donde mucha gente no ha pisado jamás una escuela. Pero te encontrarás con mucha gente capaz de recitar largas tiradas de poesía, historias... El habla cotidiana está plagada de proverbios, metáforas, porque la literatura oral es la forma en que enseñan a sus hijos. En estos ocho años que he pasado en el país no recuerdo haber presenciado en más de cinco ocasiones a gente disputando de manera desgradable. Es parte de la cultura sudanesa comportarse de forma decente, respetar a la gente. Ellos tienen grades expectativas sobre la cultura social, y la cutura basada en el diálogo, en la conversación.
—¿Cómo consiguió los permisos para fotografiar a la gente, para entrar en sus vidas y en sus casas?
—Necesitaba dos tipos de permisos: uno era del gobierno, el otro la aceptación de la gente. El primero tenía que ser directo: tenía que ir allí y pedirlo. Cuando concebí esta idea era marzo de 2009. Fue la época en que se dictó la orden de detención contra el presidente sudanés, Omar al Bashir. Nadie quería ver a ningún occidental delante, y menos con una cámara haciendo nada. Así que redacté la idea y la presenté. Yo no sabía en aquel momento quién estaba al mando. Me remitieron al Ministerio de Asuntos Exteriores. Tuve que hablar con mucha gente y tratar de convencer uno a uno. Fue un tiempo muy raro para plantear algo así, porque viniendo del mundo humanitario pretender documentar el poético ritmo de la vida en Sudán, de todos los lugares de un país que cuyo nombre se asocia inmediatamente a conflicto, o crisis, o pobreza, o lo que sea, era tan insólito, tanto para locales como extranjeros que los sudaneses pensaban que yo debía ser una espía, y los extranjeros que me había enamorado de un sudanés. Pero como tuve que ir tantas veces a ver al ministro de Exteriores, y no tenía un responsable de logística, no tenía a nadie, iba siempre sola, sin ningún tipo de institución detrás, nadie me apoyaba, creo que ellos empezaron a creer lo que decía, o tal vez curiosidad por ver más fotos. No sé muy bien cuáles fueron las razones. Así que me dieron primero un permiso oficial para tres meses, luego para seis meses, y después para un año, y a lo largo del tiempo las cosas fueron cambiando, la gente cambiaba, y tuve que recontar la historia una y otra vez. Es un país muy personal, directo, y es así como funcionan. Y con respecto a la gente, los sudaneses son muy hospitalarios, y quien llega como invitado es recibido con todas las bendiciones, con un genuino interés y curiosidad. Es un país en el que apenas hay turismo, y se sienten encantados de que alguien les visite, sobre todo si llegas con un honesto interés en conocerles para escuchar su historia. Porque la mayoría de los que han visto son diplomáticos o miembros de una ONG. En algunas aldeas no han visto nunca a una persona blanca o nunca han sido fotografiados... La gente es muy accesible, y al mismo tiempo creo que les gustaba mi idea. Ellos se sienten muy orgullosos de su cultura y no están acostumbrados a que les traten con el más exquisito de los respetos. Acabé aprendiendo la lengua, tenía guías locales que viajaban conmigo en algunos tramos del camino...
—¿Viajaba sola?
Ellos se sienten orgullosos de que seas su huésped y se sienten responsables
—Trabajaba sola, pero en algunos tramos había gente conmigo. No hubiera sido muy sudanés no hacerlo así. Era más bonito contar con gente en cada sitio. Siempre trabajaba con gente del lugar, artistas, un actor, dos pintores, uno que había trabajado para el Ministerio de Cultura en Kadugli, en los Montes Nuba. También se sumaron dos doctores que hablaban muy bien inglés y gente interesada en el proyecto que me sirvieron como guías locales, además de una cineasta sudanesa que hizo una película. Hice gracias a eso grandes amistades. Para hacer algo como esto necesitas traductores, editores. La editora inglesa es de Londres. Ella no tiene nada que ver con Sudán, nunca ha estado en el país, pero vio el proyecto y dijo que lo haría y que lo haría gratis, y así ha sido durante tres años. Y lo mismo con el editor árabe. [El libro, un volumen de 800 páginas, en inglés y árabe, se puede adquirir en la librería de la Casa Árabe]. En este caso fue una medio sudanesa que había dejado el país hace muchos años y para ella fue una forma de volver a su infancia perdida. Ella vive ahora en Australia y también ha estado trabajando durante tres años en el proyecto sin recibir nada a cambio. Mucha gente contribuyó con lo que tenía, y eso hizo que el proyecto saliera adelante. Sudán es un territorio tribal. No puedes llegar y empezar a tomar fotos. Primero tienes que presentarte ante los líderes tribales, y una vez te ganas su aprecio –en ninguna ocasión fui rechazada– te conviertes en su huésped y ellos se hacen responsables de tu seguridad. Y si tienes algún problema con alguien ellos te darán su amparo. Es como funciona. Ellos se sienten orgullosos de que tú seas su huésped y se sienten responsables de ti. Y un lugar te lleva a otro. Es es además cómo el plan se fue desarrollando...
—¿Sin un plan?
—Yo tenía una ligera idea de qué regiones debía visitar porque quería recoger las distintas formas de vida que existen. Pero quería encontrarme con la gente, ser parte de sus vidas, escuchar lo que tenían, y por último documentar todo lo que veía para que apareciera en el libro.
—¿Pero para eso tenía que ganarse la confianza de la gente?
—Pero era algo que conseguías enseguida. Es como la cosas funcionan allí, siendo tú mismo. Los sudaneses tienen una forma muy sofisticada, muy educada de tratarte, muy amigable, y al mismo tiempo no te dirán nada si no quieren. Ellos no te van a echar, pero si no te ganas su confianza desde el principio no vas a conseguir nada.
—¿Qué es lo que pretende decir a través de su cámara?
No tengo la menor ambición de ser reconocida como fotógrafa
—Primero debería decir que en ralidad yo no soy una fotógrafa. No tengo revistas de fotografía en casa, no tengo la menor ambición de ser reconocida como fotógrafa.
—¿No tiene educación fotográfica?
—No. Tomé fotografías incluso antes de vivir en Kenia, pero era porque tenía que hacer una presentación, tenía algo que decir. Y fue lo mismo en este caso. Yo tenía esta idea, estas emociones, este sentimiento. Yo concebí esta idea y tenía que sacarla adelante. La fotografía era el modo de hacerlo.
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Mujer kababish (Kordofán Norte) con un zumam, aro de nariz. |
—¿La mejor forma de contar la historia era mediante fotografías y palabras?
—Porque esto es precisamente lo que hace la gente: qué hacen, que dicen, qué escuchan, qué ven. Muchas fotos son habitualmente sacadas de contexto, por eso son necesarias las palabras. De hecho muchas veces fueron las palabras las que sirvieron de inspiración para las fotos. Porque lo que a mí me tenía fascinada era la filosofía de la vida, por eso buscaba la forma de trasladar esos valores, su visión del mundo, cómo está presente en su literatura y cómo la llevan a su vida cotidiana. A veces veía más a través de la cámara, porque te obliga a prestar más atención, cosas esenciales, y si por ejemplo hubiera necesitado bailar para contar lo que quería contar hubiera bailado. Creo que es importante que la gente retenga el poder de contar lo que son. El hecho de mi propia infancia, de provenir de un grupo étnico distinto, de trasladarme a otro país, hizo que aprendiera muy pronto que debía ser protegido. Hay algo que nos hace ser lo que somos, y por eso es importante para la gente poder preservar su autoestima, su identidad, basada en lo que hacen, en lo que dicen, en lo que llevan practicando desde hace centenares de años. Estoy involucrada en un proyecto que en realidad es una forma de reivindicar la cultura frente a quienes pretendan negarla, o destruirla, procedan del interior o del exterior de Sudán. Por ejemplo, participo en una publicación que trata de separar el islam del fundamentalismo. Creo que lo que el proyecto pretende es mostrar las cosas tal como son, que se expresen a través de su propia belleza. Para mí no hay ninguna duda de lo que son los sudaneses. Yo no tengo ningún encargo, ninguna encomienda de servir de propaganda en favor de Sudán.
—¿Es un mandato personal?
—Personal y global al mismo tiempo. Apreciar las cosas en su propia belleza y dignidad, devolver a la gente la dignidad que merecen. Lo he hecho por Sudán, pero creo que es algo que todo ser humano merece. Tomé 26.000 fotografías y grabé 2.500 fragmentos de texto. No es un documento etnográfico. Lo es, pero va más allá, porque es también un ensayo artístico. No están las fotos y los textos de la misma tribu juntas, las he mezclado porque quería elevar ambas a una escala humana general. Quería un libro que hablara de la humanidad de los sudaneses, no hablar de que esta tribu sigue esta tradición o esta otra tiene esta. Por eso el libro está dividido en cinco capítulos, con los cinco momentos de la oración y los cinco momentos del día: En el primer capítulo se habla de cómo se vive la individualidad, y cómo se habla de ese asunto, a través de fotos y textos, en distintas tribus. En el segundo qué hacen para sobrevivir, qué hacen los nómadas y los campesinos, con sus animales, en la escuela, de qué modo utilizan los talentos que poseen. El tercero, en medio, es el momento más caluroso del día, cuando las personas y los animales son puestos a prueba de la manera más dura y exigente. Pensé que era el capítulo idóneo para hablar del medio ambiente, las casas, y cómo los textos hablan de la relación con el entorno, las plantas, la comida, cómo explican su propia vida en ese medio natural. El cuarto capítulo es cuando la gente retorna después de un día de trabajo, es tiempo para hacer vida en común, la amistad, la familia extendida, y todo lo que tiene que ver con el sentido de comunidad, cómo actuar para ser aceptado y útil para tu comunidad. Y en el quinto y último capítulo, el tiempo mágico, que no es hoy ni mañana, que es el tiempo nocturno, es el capítulo adecuado para hablar de la transcendencia, de la espiritualidad, pero también de todos los otros éxtasis que conocemos, como el amor, todo lo que transforma a la gente, chamanes y todos los que tienen que ver con las prácticas religiosas.
—¿El eje del libro es Kordofán?
—El libro toma Kordofán como una ventana sobre todo el Sudán, Kordofán Sur y Kordofán Norte, una región además que se encuentra en el corazón del país. Porque otra cuestión ética que se me planteó a la hora de enfocar el trabajo es que Sudán es demasiado grande para escribir un libro. No quería viajar una semana al norte, otra al este, otra al oeste... De tal forma que para mantener las cosas claras desde el inicio, también desde un punto de vista científico, voy a elegir una región que sirva de ventana para mostrar la complejidad y diversidad de Sudán, y que eso permita al lector hacese una idea de lo que Sudán es. No conviene olvidar que el Gran Kordofán, la zona por la que yo me he movido, es más grande que Alemania, que mi propio país. No hubiera sido honesto hablar de otra manera del país. Creo que además en Kordofán tienes buena parte de los elementos que se dan en el resto de Sudán, que es representativo de todo el país. Y además Kordofán ha sido un nudo comercial para el centro de África durante centenares de años. Todos los que han viajado hacia el norte, hacia el sur, hacie el este o hacia el oeste han tenido que atravesar esa región. Respecto a la estética del libro fui muy consciente de que quería mostrar momentos, de la manera más pura posible, de tal forma que las fotografías y los textos intercalados hablaran por sí mismos, sin marco, sin textos adicionales. Solo las fotos y los textos. Hay solo al final un texto que explica los proverbios. Aparte de eso, las historias hablan por sí mismas. Y los textos proceden de todo el país, no solo de Kordofán.
—¿Qué tipo de cámaras y lentes usa en su trabajo?
—No tengo la menor idea. Tengo tres cámaras. La más sofisticada que tenía era una Nikon D-90, sin ningún tipo de elemento adicional. Es el primer paso de la cámaras digitales, pero sin teleobjetivos ni flashes, y con un solo objetivo. Tengo otras dos cámaras, pero más pequeñas que esta.
—¿Aceptó algún tipo de compromiso o limitación con las autoridades sudanesas o las facciones para evitar problemas?
—No. Yo redacté el concepto, la idea de lo que pretendía hacer, y eso es lo que les envié. Allí identificaba lo que quería. Algunos temían que el resultado al final no fuera bueno, la imagen que iba a dar de los sudaneses como pueblo. No estaba interesada en fotografiar instalaciones militares o nada por el estilo. Hay algunos textos que hablan de la africanidad, o de la piel negra, u otras cosas, que tal vez no encajarían en algunas mentes, en cierta narrativa, pero no he tenido problemas al respecto. No estaba dispuesta a cambiar el libro para satisfacer las distintas sensibilidades de quienes al final patrocinaron el libro.
—El Sudán que usted muestra no tiene vestigios de horror, guerra, sufrimiento, violación de los derechos humanos... ¿No es una fotografía incompleta?
—No, es un tema diferente. Si fuera un libro sobre jardinería tampoco me haría esa pregunta. Yo quería hablar acerca de la cultura y me sorprendió que nadie quisiera hablar de la cultura sudanesa sin mencionar la otra parte. Es importante hablar de todo lo que ocurre, a todos los niveles. Pero si eso es de lo único que hablamos, entonces la guerra ha ganado. Porque eso supone que hemos borrado a la gente, y eso es lo que ha ocurrido. Nadie sabe nada de los sudaneses, desde luego nada de lo que merece ser conocido de ellos. Este libro es un estudio del carácter de los sudaneses, no es un libro de fotos contemporáneas, una introducción a la economía o la política del país. Es otro tipo de trabajo. Pero me llama la atención que todo el mundo me haga esa pregunta. Hay países a los que parece como si no quisiéramos verlos nunca bajo una óptica distinta. Hay países, también en el este de Europa, en la antigua Yugoslavia, Kosovo, y si escuchas esas palabras no te vendrán a la cabeza recuerdos de poesía o danzas o literatura, solo piensas en criminalidad, o crímenes de guerra, y eso no es justo, porque la gente que vive allí, que ha sufrido guerras, al mismo tiempo han vivido allí por espacio de centenares o miles de años, y han desarrollado culturas de las que podemos aprender. Ese es otro gran malentendido. Si no entendemos eso les negamos que posean una cultura propia, y nos negamos a nosotros mismos la posibilidad de aprender de ellos. Esta cultura social sudanesa es en realidad verdadera filosofía. Nosotros necesitamos ir a la univesidad para aprender eso. Pero hay cosas que esas culturas hacen mejor que nosotros, y no nos permitimos a nosotros esa vista, esa perspectiva. Si hubiera ido a Darfur o al sur hubiera fotografiado las mismas cosas, porque estas historias también tienen que ser preservadas. Quizá un día, cuando todo este espanto termine, la gente va a necesitar un lugar al que volver, saber quiénes son. Porque eso es lo que son. También nosotros hemos padecido guerras en el pasado, en Europa, pero eso no es lo único que nos define. Creo que es la cultura lo que debe definir a la gente.
Enikö Nagy, en Madrid.
—¿Y por qué solo belleza, no bolsas de plástico (cuando viajas a través de Sudán ves bolsas negras de basura por tadas partes)?
—Porque creo que la gente no necesita que le recuerden la omnipresencia de lo negativo. Hay también tres o cuatro proverbios negativos, toda cultura los tiene, se prefiere a sí misma frente a otras. Pero pensé que no era necesario hacer hincapié en esos aspectos negativos. Creo que en general en nuestras vidas estamos demasiado enfocados en los problemas mientras que nos olvidamos de los aspectos positivos. Pasamos más tiempo haciendo recuento de nuestros errores en vez de concentrarnos en lo que es valioso y bueno.
—¿Quiénes son sus maestros si hablamos de fotografía, luz y literatura?
—Creo que por lo que respecta a mis credenciales fotográficas la cosa ya quedó bastante clara antes. Si hubiera un maestro sería el sol y el momento concreto. Lo que yo quería era captar el momento tal como era. En un país tan desértido como Sudán y con tanto sol tienes una preciosa luz natural y muchos volúmentes y formas diferentes, sobre todo al atardecer, cuando el sol declina, con rosas, naranjas, grises, los colores del desierto... Por lo tanto si hubo algún maestro eran los propios colores del lugar, que me inspiraban a la hora de hacer lo que hice. Yo no sé si volveré a tomar fotografías, pero lo hice allí con un propósito determinado. Respecto a la literatura, en estos seis años trabajando en el país he tenido que leer mucho, confirmar muchas cosas. Yo solía escribir poemas para mí misma, pero no los he publicado. La lengua húngara es muy metafórica y expresiva, aunque yo escribo en alemán. Pero encuentro muchas concomitancias entre el árabe y el húngaro. Amo los libros y he leído mucho, pero no tengo un autor favorito en particular. Pero la mayor parte de las cosas que he aprendido lo fueron conversando con la gente. Es como las cosas se hacen en Sudán. Es una cultura oral, por lo que necesitas hablar con la gente cara a cara y escuchar lo que tienen que decirte. Y eso es algo que también hemos perdido en Europa. Es cada vez más raro que los niños escuchen lo que tienen que decirle sus abuelos, de cómo las cosas eran en el pasado.
—Ha tratado de mostrar un país único y unido. ¿No es más un deseo que una realidad?
—No creo que intentara mostrar un país unido. Me parece importante clarificar eso. Es cierto que es un país único, pero yo creo que Sudán no ha sido nunca un país. Es un lugar donde diferentes tribus han convivido e interactuado durante centenares de años, y se han fertilizado unos a otros, y siguen conservando lo que son, excepto en las partes en las que ha habido conflicto. No se ha convertido en un país en el sentido en el que nosotros lo consideramos. Hay muchos lugares remotos en los que vive gente que jamás ha pagado impuestos y a cambio ha recibido servicios y atención por parte del Estado central.
—¿En qué medida esta experiencia le cambió?
—Tuve que reorganizar toda mi vida para acometer este proyecto. Pero estaba lista para hacerlo. Lo que yo tenía claro es que quería terminarlo. Soy persistente, y si me doy cuenta de que algo es lo que se debe hacer debemos hacerlo, aunque tengas que dejar de lado muchas cosas. Por supuesto que eché de menos a mi familia, estuve sola sin la ayuda ni el apoyo de mis amigos, aunque venían a veces a visitarme. Pero Sudán está lejos de todo. Pero fue toda una hermosa experiencia descubrir que puedes hacer cosas y puedes hacerlas sola. Pero no creo haber cambiado.
—¿Pero no es usted una mejor persona ahora?
—Sí, en ese sentido creo que sí. He vivido todo esto. He vivido con estos pensamientos durante años, y me he abierto a nuevas formas de pensamiento. Sí, creo que quizá me he vuelto más amable, más sudanesa en el sentido de ser más amigable, menos impaciente. Quizás. Creo que en cierta medida he desarrollado una personalidad sudanesa.
—La última pregunta, ¿quién es Enikö Nagy?
—Es una buena pregunta. Humm. Creo que es todo eso, creo que soy una especie de triángulo. Trato de no perderme a mí misma, trato de no perder mis lazos familiares, y por eso vuelvo de vez en cuando a Rumanía, porque parte de mi familia está todavía allí. Está también Alemania, porque estudié allí, y buena parte de mi pensamiento y de mi forma de trabajar, mi forma de analizar el mundo, es ciertamente alemana. Y buena parte de mi mundo emocional supongo que es húngaro. Y por otra parte esta este pedazo de Sudán. Creo que soy una mezcla de todo eso.
—Es más que un triángulo.
—Sí, sí.
ALFONSO ARMADA @alfarmada
01/07/2015 .
http://www.abc.es/cultura/arte/20150701/abci-eniko-nagy-hablar-sudan-201507021240.html
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