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viernes, 7 de octubre de 2016

Anna Politkovskaya pagó con la muerte su defensa de los derechos humanos

(Nueva York, 30 de agosto de 1958 - Moscú, 7 de octubre de 2006) 

Hija de ucranianos que trabajaban en la sede de Naciones Unidas, tenía la nacionalidad rusa. Se destacó por su actividad a favor de los derechos humanos y por su oposición al conflicto checheno. A pesar de recibir numerosos premios internacionales por su trabajo, murió el 7 de octubre de 2006, el día del cumpleaños de Vladimir Putin, de un tiro en la cabeza en el ascensor de su casa cuando regresaba de hacer la compra. Sus presuntos asesinos fueron detenidos y en febrero de 2009 absueltos *por falta de pruebas. De forma póstuma, su labor fue reconocida con el Premio UNESCO-Guillermo Cano de Libertad de Prensa. 

En el momento de su asesinato trabajaba como corresponsal especial del periódico Novaya Gazeta. Era conocida como “la conciencia moral de Rusia”. De temperamento fuerte y firme ante sus convicciones, era una de las mayores expertas en el conflicto de Chechenia. Fue mediadora en el asalto al teatro Dubrovka de Moscú e intentó hacer lo mismo en la crisis de Beslán, pero fue envenenada por el Servicio Federal de Seguridad (antiguo KGB) cuando se trasladaba hacia allí. 

Su cuarto y penúltimo libro fue La Rusia de Putin. En sus numerosas presentaciones, siempre con un funcionario de la Embajada tomando nota de todas y cada una de sus palabras, afirmó que “en Rusia, hoy en día, hay pocos motivos para ser optimista”. En dicho libro acusaba al servicio secreto ruso de reprimir las libertades sociales civiles para establecer una dictadura al estilo soviético, al mismo tiempo que admitía: “Nosotros somos los responsables de las políticas de Putin ya que la sociedad ha demostrado una apatía sin límites. Sólo respetan al fuerte y devoran al débil”. 

“Para un periodista que trabaja en Rusia no hay ninguna protección garantizada”, afirmaba en uno de sus últimos viajes. “Allí los guardaespaldas no sirven para nada. La única forma de protegerme es que nunca miento y que mi familia me apoya”. 

“En Rusia hay un vacío de información que aleja a la muerte de nuestra ignorancia”, denunciaba en sus últimos meses de vida, “todo lo que nos queda es Internet. El que quiera trabajar como periodista o es servil a Putin o puede pagar su activismo con la muerte, la bala o el veneno”. 

Tras su muerte se publicó un libro que había dejado inédito, Un diario ruso, en donde denunciaba de nuevo las “prácticas corruptas” de Putin y en donde explicaba cómo fue envenenada, tras tomar un té, en el vuelo camino de Beslán en septiembre de 2004 para intervenir en las negociaciones con los terroristas chechenos con la finalidad de liberar a los rehenes secuestrados en la escuela. Pero las fuerzas rusas tomaron el recinto con tal violencia que el resultado fue 370 muertos, entre ellos 171 niños, 200 desaparecidos y cientos de heridos. 

Un tanto desilusionada con el papel jugado por Occidente en el conflicto checheno, ella pensaba que Europa no iba a permitir que la guerra de Chechenia se enquistara, y que apoyaría al movimiento antibélico y democrático, es decir a los sectores más críticos con Putin. Sin embargo, esto no fue así. Anna planteaba que “no se puede decir que el movimiento pacifista en Rusia haya sido aniquilado. Desde el principio fue bastante débil porque no aglutinaba a toda la población. El movimiento que más ha sufrido ha sido el democrático, que fue destruido en 2003 tras las elecciones y solamente ahora cobra fuerzas para reivindicar el respeto a los derechos humanos”. 

No se mostraba demasiado optimista en cuanto al conflicto en Chechenia: tras denunciar en numerosas ocasiones el papel represor de Rusia en este territorio, consideraba que la política de Putin no permitía una salida al conflicto de Chechenia. “No podemos considerar un éxito las reuniones de paz que se celebraron en el Reino Unido entre chechenos y la sociedad civil rusa, representada por las madres de los soldados rusos; pero es la primera vez que los miembros de la resistencia chechena han podido hacer públicas sus ideas de cómo es posible solucionar el conflicto. Esta propuesta de los líderes chechenos incluye el compromiso, en caso de tregua, de cesar las acciones terroristas. Simplemente se trata de encontrar una solución para evitar el siguiente acto terrorista. Esa es nuestra tarea hoy”, afirmaba con convicción. 

“Estoy segura de que la solución al conflicto está en lo político, no en lo militar. No porque yo sea más inteligente que los demás, sino porque ésta es la realidad”, repetía en cada una de sus entrevistas. “El problema es que el verdadero criadero del terrorismo checheno está precisamente en los métodos que el Ejército Federal emplea en Chechenia. Cuando hablan de que unos presuntos terroristas árabes incitan a los chechenos a la violencia, se puede decir que es pura propaganda. Yo conozco muchas familias en las que los jóvenes chechenos, que hace algunos años ni imaginaban que iban a convertirse en kamikazes, ahora se están radicalizando y planteando esa salida”. 

Y con la seriedad y seguridad que le caracterizaba afirmaba que “lo que tiene que ofrecer Rusia a los chechenos es una conversación de igual a igual, como personas, no como marginados. En estos momentos los chechenos viven en su país como en un campo de concentración y no hay ninguna esperanza de que dejen de luchar para salir de esa situación”. 

Opinaba que en Chechenia se estaba viviendo una “palestinización” del problema. “Y a pesar de eso no puedo contestar de forma unívoca si Chechenia quiere ser independiente o no. Las infraestructuras están destruidas. Los chechenos llevan en guerra 10 años. Las refinerías que son la base de la industria chechena están destruidas. Es un país plagado de bandas criminales formadas por ex militares del Ejército Federal mezclados con los combatientes chechenos que se dedican al pillaje y a vender el petróleo que pueden encontrar”, denunciaba. 

Ferviente militante del diálogo, creía que la alternativa pasa por las negociaciones duraderas, aunque sean difíciles, y el intercambio de criminales de guerra, que existen en ambos lados. “Estas personas tienen que estar alejadas del terreno de las negociaciones. Mientras no se alejen es difícil hablar. Hablo de juzgar según la ley, averiguar en qué consisten sus crímenes y darles un tratamiento jurídico. Si no existe este intercambio, pocas cosas podríamos conseguir”. 

Su primer trabajo importante fue como redactora del periódico Izvestia en donde permaneció entre 1982 y 1993. Tras pasar por la Obshchaya Gazeta, desde junio del 1999 hasta el momento de su muerte trabajaba para Novaya Gazeta, revista de edición quincenal. Debido a sus reportajes de investigación, recibía continuamente amenazas de muerte. 

A lo largo de su vida periodística, se dedicó sin descanso a dar testimonio de las violaciones de los derechos humanos y de los abusos que se cometían en Chechenia y en otras regiones rusas del Cáucaso Norte. Publicó varios libros, Una guerra sucia: una reportera rusa en Chechenia, Un pequeño rincón del infierno: crónicas desde Chechenia, entre ellos, en donde explicaba cómo los ciudadanos eran torturados o asesinados y cómo de muchos de ellos no se conocía su paradero. Una de sus últimas investigaciones giraba en torno al supuesto envenenamiento masivo de cientos de niños chechenos por una sustancia química desconocida que les provocó discapacidades durante meses. 

En una conferencia de prensa organizada en Viena en el 2005 por Reporteros Sin Fronteras declaró que “la gente a veces paga con su vida el decir lo que piensa. De hecho, en Rusia una persona puede ser asesinada por haberme proporcionado información. No soy la única que está en peligro”.
MERCÈ RIVAS TORRES

*El 9 de junio de 2014 la justicia rusa declaró culpables a cinco acusados de matar a la periodista. Rustam Majmúdov y Lom-Ali Gaitukáyev, fueron condenados a cadena perpetua. Dzhabraíl Majmúdov e Ibrahim Majmúdov fueron condenados a 14 y 12 años de prisión respectivamente


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HH

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