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martes, 12 de diciembre de 2023

Virginia Vidal, escritora, periodista y académica chilena




 Virginia Vidal ( 1932, Santiago de Chile -12 de diciembre de 2016, Santiago de Chile )  escritora, periodista y académica. 

Virginia fue la única periodista de Chile y de América Latina que estuvo en Estocolmo para la ceremonia de entrega del Nobel a Neruda en 1971, una experiencia que después la inspiró para que escribiera el libro Neruda, memoria crepitante. Su relación con la obra de este autor se profundiza aún más cuando en 1974 fue secretaria de Matilde Urrutia, compañera del poeta. En esa función la ayudó a transportar la biblioteca del escritor desde Isla Negra y a organizarla en La Chascona en Santiago, luego de la restauración de la casa que fue destruida por los militares en la dictadura. En 1976, salió al exilio y vivió en Yugoslavia hasta 1978.

Virginia fundó la primera sección cultural cotidiana de la prensa chilena llamada No sólo de pan... en el diario El Siglo. Fue corresponsal desde Venezuela para el programa Escucha Chile de la radio Moscú. Desde este país también fue crítica de literatura y arte.

La periodista dio la vuelta al mundo para trabajar como profesora de español en la Universidad de Relaciones de Comercio Exterior de China en Pekín de 1960 hasta 1963 y después en la Universidad de Juan Comenio de Bratislava en Checoslovaquia, hasta 1966.

En sus últimos días, con una salud muy debilitada, seguía escribiendo para la revista Punto Final donde publicó sus últimas obras de ficción: Letradura de la rara (2014), y Agustina la salteadora a la sombra de Manuel Rodríguez (2015), una relectura de la única mujer bandolera del siglo XIX. Reeditó también su libro acerca de Neruda dónde añadió una visión personal de cuando conoció el poeta hasta que fue perseguido y salió del país.

Vidal siempre fue militante de luchas políticas y sociales, incluyendo la emancipación de la mujer 






 Traemos el texto de Eugenia Prado Bassi  para G80

“Letradura de la Rara” de Virginia Vidal, una historia de heroínas anónimas

Poco es lo que se conoce de las mujeres que vivieron en el Chile de la primera mitad del siglo XX, de los inicios del movimiento feminista obrero que desarrolla y profundiza sus análisis sobre la insubordinación y emancipación femenina en defensa dela educación y organización para mujeres. De ahí la importancia de esta novela, que retrata la vida de tres generaciones de mujeres obreras en la primera mitad del siglo pasado.

Amarga es obrera, su hija Mercedes de niña empieza a trabajar en una fábrica y venciendo todo tipo de desgracias logra forjarse como dirigente. Madre e hija encarnan la dualidad de la mujer como signo de la doble explotación capitalista: por clase y género. En ellas, también habita la desobediencia y el castigo.

Amarga, la abuela, se ocupará de abrir a los suyos una puerta al saber y el conocimiento, respecto de los bienes, imponiendo con disciplina y rigor la lectura de libros en sus hijos y nietos como condición básica para dejar de ser explotados.

“Historias de la vida, no más, les contaba a sus hijos amita Marga. Nunca un cuento de hadas. No supieron de canciones de cuna, pero sí de poemas que sacaba de un libro gastado y guardado por ella como tesoro”.(pag. 45).

Cabe destacar la trágica figura de Yolita, joven compañera de Mercedes. Metáfora de la mujer pobre, explotada, bonita, que sufre un accidente en el trabajo, una máquina muy peligrosa le arranca todo el cuero cabelludo. Símbolo del capital y figura máxima de castración, ella es el sacrificio de lo femenino.

Atravesamos los tiempos de Luis Emilio Recabarren. Desde el inicio de los movimientos políticos y sociales las mujeres salen a buscar trabajo en las fábricas. Reales o de ficción, los personajes, habitan el Chile explotado, para dar cuenta de sucesos que anticiparán  las formas contemporáneas de desigualdad, injusticia y explotación.

Avistamos el auge de la producción salitrera, las huelgas contra las miserables condiciones en que los obreros trabajan, que culmina en 1907, bajo el gobierno de Pedro Montt con la gran masacre de la Escuela Santa María de Iquique, que buscó castigar el movimiento obrero y la efervescencia de los tiempos de un modo brutal. Miles de personas: hombres, mujeres y niños, mueren acribillados. El poder amenazado, actúa, reprime, asesina. Una historia de violencias y desenlaces trágicos, de silencios y borraduras, que se repetirá hasta hoy.

“Así era la vividura. Sólo los entierros sacaban al aire la palabra indignada. Crecían los rumores sobre muchos otros obreros presos y torturados había en el país. No de todos se sabía; aun de algunos llegaban las noticias cuando ya los habían matado. O se habían suicidado. El suicidio no es sino otra forma del asesinato”. (pag. 84).

José Domingo Gómez Rojas, poeta chileno, uno de los gestores de la agitación callejera, es apresado y termina suicidándose en la casa de Orates.

“Con la muerte, José Domingo conseguiría el cumplimiento de uno de sus sueños: la Huelga General. Las industrias se paralizaron y todos los trabajadores salieron a la calle”. (pag. 84).

En 1935, Elena Caffarena convoca a las mujeres históricamente relegadas al margen del poder y la política a movilizar sus roles circunscritos a la casa, el marido y los hijos para despertarlas de su estado de postergación: se funda el MEMCh (Movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena). Otra referencia clave, es la novela María Nadie, de Marta Brunet, publicada en 1957, que describe a la mujer moderna, soltera, que se traslada de su pueblo para trabajar en el servicio público. María López, representa el desorden de las normativas de la época y el riesgo de su posible disolución. Ella es expulsada del espacio provinciano y mirada en menos, pero con un empleo y salario pagado por el Estado, consigue un lugar en el mundo.

Con Letradura de la Rara, Virginia Vidal desarrolla un escenario poco explorado por los textos escritos por mujeres, y lo hace desde el cuerpo de las trabajadoras y obreras vulnerables y vulneradas que habitan la urbe recreando sus hablas desde la frágil humanidad de los oprimidos. Sus protagonistas son sobrevivientes que trabajan en fábricas o circulan al interior de los conventillos.

“Este conventillo es el espejo podrido a los pies de su palacete: el mismo zaguán, los mismos salones laterales; el mismo patio rodeado de unos catorce claustros, tres excusados y un par de baños: uno de los hormigueros para las hormigas dedicadas a llenar el granero”. (pag. 12).

La marginalidad cruza sus cuerpos, no desde la derrota o el drama, sino desde la vida misma, entre saberes y poderes en lucha contra un escenario hostil. Sus experiencias encarnan el orgullo y la dignidad de la clase obrera, de sus mujeres rebeldes, valientes, fuertes que a pesar de atravesar todo tipo de penurias, no se someten y luchan, viven y se divierten, aceptando con dignidad las condiciones precarias. Generaciones de mujeres con sus diferencias, las nuevas crianzas, ellas harán lo que sea con el fin de aportar a los anhelos de todos, buscando mejorar las vidas de las nuevas generaciones. A veces solidarias, otras crueles, entre amores, desconfianzas o envidias la vida se moviliza.

Se advierte el sarcasmo, la rebeldía en los diálogos de Amarga y Doña Joaquina, su patrona.

“—Ay, Marga, ¿otro descuido?

—¿Conque los míos son “descuidos” y los suyos, hijos? Responde

—No se me alce, que la estoy necesitando... Para que vea, yo seré la madrina de su guagua”. (pag. 13).

Este texto tiene una notable construcción de diálogos que permiten seguir la lectura con fluidez capturando el interés por su lectura. Su gran capacidad de cronista le permite configurar ambientes cargados de detalles, texturas y atmósferas que enriquecen el relato.

“—Hasta ahí, no más, llegáramos. Nunca le anduve bailando el agua a ningún patrón. Si me echara, saldría perdiendo: jamás se ha quejado nadie de mi trabajo. Recuerde, Fidelina, los apocados no tienen perdón de Dios.

—¡Bien bueno! Estamos a merced de una rota alzada y de una china caliente... Miren que voy a someterme a sus reverendas ganas…

—Prefiero llevar mi bolsa, no voy a salir a la calle con este capacho igual al de Fray Andresito, dice Mercedes.

—Vean: tiene sus mañas de pisiútica, ¿ah? ¿Y esta bolsa tan linda? Responde la patrona.

—Pensándolo bien, doña Joaquina, los antepasados suyos eran los verdaderos anarquistas.

—Usted, Marga, es muy contestadora y se me está poniendo demasiado resuelta, tanta guapeza no me está gustando. Debe aprender a ser más moderada y comportada...”

Hoy, en el siglo XXI, Virginia Vidal escribe desde la biografía y lo hace con puño firme, con obstinación, porque sabe, conoce, su lengua es portadora de la historia de mujeres fuertes en un texto que consigue momentos poderosos.

Cito: “No me vengáis con el cuento de perdón y amor. Si no nos atrevemos a odiar, jamás vamos a saber amar. La miseria tiene padres. ¿Quién va a responder por los tontos de hambre, tos y sabañones? ¿Por los atados de mocos, pidulles y tisis? ¿Han pensado que la explotación convierte al humano en algo más rebajado que un animal? No hay peor humillación en este mundo donde nos rotean a cada paso” (pag 67).

Sin duda, este texto, escrito con palabras poco comunes, antiguas, algunas muy raras, exigió una gran demanda para la autora, pero con esta obra literaria, consigue dar con un imaginario de época y un registro de lo real.

A medida que avanzamos, la lectura se vuelve más apasionante. Recorremos las fábricas textiles donde se explotaba la mano de obra barata de las mujeres. Nos asomamos al interior del conventillo, donde se comparte lo mínimo en piezas, y entre pactos, alianzas o insultos, se pelean los pequeños territorios con la familia, los vecinos, en una indigna promiscuidad.

“¿Qué amor puede haber en un conventillo donde se entra a un laberinto de humo y hediondez? Es una blasfemia hablar de amor donde violan hasta a las inválidas”. (pag. 68).

Reconocemos lugares y oficios tradicionales, desplazados hoy por tecnologías y máquinas.

“Parecía endemoniada, las manos conducían los cortes bajo la aguja desbocada, sus talones subían y bajaban, aferrados los pies en el pedal; todo su cuerpo se recogía, aparentemente inmóvil, generando fuerza para acelerar la máquina. Ella era el motor”. (pag. 168).

Entre recetas para las enfermedades, chiches, piojos o sabañones, afloran las diferencias y tensiones de la clase, la pobreza, el ascenso, la siutiquería. Supersticiones y secretos caseros para la falta de agua, higiene y comida. Son instantes de luchas, sueños y aprendizajes, donde las mínimas alegrías y anécdotas nos conectan con los pequeños placeres, una comida especial, un postre, algún detalle en el encaje de un vestido o en un par de zapatos.

Letradura de la Rara opera como registro histórico desde una épica, una memoria colectiva que recoge las experiencias de la clase obrera devastada por el capital, un pueblo oprimido pero siempre resistente. Su palabra se extiende para insuflar en los personajes la vida que imaginó, creando una realidad difusa que, a ratos, se desvanece.

Su escritura se mueve entre fronteras, desde una épica que cruza lo biográfico, circula entre los géneros literarios, prosa, crónica, relato periodístico se funden en un proyecto ambicioso, como si buscara abarcar todo lo que se acumula a lo largo de una vida.

Con esta novela, Virginia Vidal se instala en la tradición de la novela social chilena que dio origen a las narrativas de Nicomedes Guzmán y de Volodia Teitelboim, donde asignan a la literatura un rol de transformación social, y de arma ideológica de lucha.

Los mismos conventillos que la autora incorpora en su obra aparecen también en las novelas de Guzmán, en La sangre y la esperanza y en Los hombres oscuros, o en Hijuna de Carlos Sepúlveda Leyton. Pero ella va más lejos, para resolver una deuda que la generación del ‘38 tenía pendiente con las mujeres que no pasaban de ser adornos o detalles en el paisaje proletario.

Virginia Vidal se compromete y arriesga, y con puño implacable erige su discurso en el momento de señalar las injusticias y vejámenes. Sobrevivientes de la pobreza que nos tocó, por nacer en un lugar y no otro, contra los contra los alineamientos de los cuerpos y las edificaciones simbólicas a las que fuimos consignadas las mujeres. Asumimos al fin el papel protagónico que siempre hemos mantenido en la batalla por nuestras reivindicaciones y desde una escritura no exenta de sarcasmo, humor y ternura, la autora construye un espacio en la narrativa de mujeres que, con la fuerza de la vida, la historia, y la experiencia, se escribe desde abajo. Allí se concentra su propuesta, su valor y su riqueza.

“No somos sencillas sino armadas contra toda desilusión”, dice Virginia Vidal.




LETRADURA DE LA RARA de Virginia Vidal

 Traemos también el texto de Por Eugenia Brito para Teórica, Crítica literaria y Poeta
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El último texto narrativo de la escritora chilena, Virginia Vidal, se denomina Letradura de la Rara, curioso título para una novela.

Una novela que responde a un proyecto que ya no se frecuenta dentro de la literatura chilena, pero que cuenta con hermanos, tales como Luis Cornejo Polar y Barrio Bravo; Alfredo Gómez Morel y El Río; Armando Pérez Carrasco, Chicago Chico.

Guarda también una correlación con José Donoso, en El Obsceno Pájaro de la Noche, no obstante, este libro busca ser una crónica de la vida de las trabajadoras del cuero y el calzado y textiles, una crónica centrada en el mundo social y cultural de la “costurera”, es decir, un mundo menos conocido y estudiado, al cual la historiadora norteamericana, Elizabeth Hutchinson en Labores Propias de su Sexo, otorgó un estatuto legítimo, un relato. La trabajadora textil, la mujer que cosiera las ropas del mundo burgués de Chile, es la figura sustantiva del relato que produce la escritura de Vidal. Su narración atiende a la estructuración de su subjetividad, su mundo íntimo, sus políticas de vida, sus conflictos, que ejemplifican la figura popular de la mujer obrera en los primeros cincuenta años de la historia de Chile en el recién pasado S. XX.

Otro brazo cultural para comprender el tejido del libro es la novela social chilena, específicamente, La Sangre y la Esperanza de Nicomedes Guzmán.

Sin embargo, el lugar postmoderno de esta novela se da en la mezcla de géneros, autobiografía y narración fragmentaria, crónica y poema, lo que leda un lugar nuevo en el estatuto de la novela chilena, colindando con la novela realista y la experimental, con narraciones que alternan entre la precisión realista y la fuga suprarreal.

Su mérito consiste en elaborar un texto alegórico y documental de la historia de Chile de principios del S. XX

Su eje fundamental y protagónico lo constituye una genealogía de mujeres, las grandes articuladoras familiares y sociales, mientras los hombres huyen, enferman o mueren, dejando solas a Amarga, la abuela resentida y castigadora de Mercedes, la madre obrera que trabajando de sol a sombra colabora económicamente a la mantención de su madre y hermanos.

Un segundo pago se le exige a Mercedes, permanecer soltera y empleada de su familia. Pero ella contraviene el imperativo materno, se casa a escondidas con Rudel, un joven con el cual huye del hogar y va a su lugar de trabajo, en el que asume la condición de madre y esposa de 3 hijos.

La atareada vida de Mercedes es la que ocupa el cuerpo del texto; ella cocina, mantiene en orden a sus tres hijos y es madre y esposa de su marido, quien comparte su existir con los patrones españoles, Fadrique y Milagros y un hermano, cuya conciencia obturada y extraña es observada por la narradora, hija de Mercedes, quien observa la vida de sus patrones, sin sospechar los duros secretos que ellos esconden.

Cuando ellos naufragan, Mercedes busca refugio en su madre, pero ahí es otra vez golpeada por ella y por sus hermanas, siguiendo el tópico de la cenicienta. Entonces huye del hogar materno, yendo a parar a un conventillo, en el que va a trascurrir su vida para intentar mantenerse ella y sus hijos a salvo de las lacras de la miseria, piojos, chinches, infecciones, mala vida que desbordan ese lugar, cifra de la máxima pobreza. Sin contar los temidos lanzamientos, las persecuciones de la ley, la prostitución presente de manera provocadora, las enfermedades de los que allí viven, sin higiene, sin agua y sin comida.

A ratos logra conmoverse con el hambre y la enfermedad, pero pierde el equilibrio y empieza a pensar en sus hijos, cómo han de desarrollarse y crecer. Emiliano, un hombre de muchos saberes educa a su hija segunda, a pesar de la compleja relación sostenida por éste y su mujer Olfa.

El conventillo es una mezcla de gloria y tristeza, la metáfora misma de la marginalidad y en ella Mercedes se debate trabajando, cosiendo, cocinando y limpiando los piojos que se presentan en sus hijos. Piojos que simbolizan la explotación: chupan la sangre de los niños que han de convertirse en la mano de obra de los explotadores.

El lenguaje de la novelista es fuerte, directo, casi periodístico, pero no exento de la veta sentimental, particularmente de Amarga, la abuela, lenguaje cargado de matices políticos, como cuando ante Mercedes aparecen los muchachos poetas y su rebeldía ante las explotadoras oligarquías.

Pero ellos los jóvenes son asesinados y cuando ese crimen ocurre, la policía entrega sus cuerpos, como lo que ocurre hoy con los detenidos desaparecidos. Estos jóvenes y su protesta política, su extinción y el borramiento de sus cuerpos son los que configuran la figura del subalterno, tal como lo definiera Gayatri Spivak en su famoso artículo, “¿Puede el subalterno hablar?” Es decir, se trata de la imposibilidad de producir un efecto político frente a los que ejercen el poder. No existen, no son ni siquiera huellas estratégicas.

La revuelta es inmortal, pero peligrosa, piensa Mercedes, que, para salvaguardar a los pequeños intenta sacarlos de esas atractivas, aunque peligrosas, inestables compañías.

Sin embargo, se oyen las voces de Luis Emilio Recabarren y su mujer, Teresa Flores, los periódicos que la pareja produjera para dar fin a una sociedad explotadora y hacer que la educación llegue tanto a hombres como a mujeres.

Pero la vida cotidiana tiene su peso, así como en el país triunfa Carlos Ibáñez del Campo, otro duro dictador, los conventillos y los barrios pobres, “bravos”, diría Cornejo, son difíciles de rendir, pese a la amenaza, la cárcel y los golpes que terminan con la sanidad de sus mentes, haciendo del manicomio, otro sitio de tortura y opresión.

El fugaz reencuentro de Mercedes con Rudel los lleva a la casa propia, en la que son felices por un tiempo, con aire fresco, buena comida y con el amor que les profesan sus padres.

Pero poco va a durar este reencuentro. Rudel cae enfermo y muere, tras lo cual Mercedes adopta su última identidad: de viuda triste o alma en pena. Para paliar la falta de dinero, decide arrendar la pieza del fondo.

El alma en pena de la joven madre la hace triste y cada vez más exigente con los suyos, su perfil se desdibuja cada vez más, pero sus hijos siguen estudiando y trabajando. La madre con el paso del tiempo se difumina y los hijos casi no pueden reconocerla, terminando por llamarla “la rara”, lo que da a la novela su curioso título.

Virginia Vidal materializa un gran proyecto, el de constituir el cuerpo histórico de la subalterna del margen en la primera mitad del S. XX, cuerpo a ratos fisurado, disperso, pero no obstante cuerpo a partir del cual se articula la historia del miserable conventillo, la crítica social a los gobiernos derechistas y su despotismo en todos los planos, la lengua múltiple del proletario, a ratos lírica; en otras, obscena, el dato duro y documental de la injusta muerte, por la falta de prevención y cuidados de las fábrica se industrias dirigidas por los duros patrones de la época.

Las múltiples digresiones del libro, que dan cuenta no sólo de las protagonistas, sino del vecindario entero en todos los sectores habitables, difumina la gesta central, pero también la multiplica con el trabajo macroscópico de la narración. A ratos, oscila entre la anécdota y la copucha del barrio, olvidable. Incluso, personajes cómicos como María del Portugal y la Señora Fofó, tan bien caracterizados, aparecen como unos más en un conjunto de seres sin mayor visibilidad. Abarcó mucho y quizá eso difumina un poco el libro, haciéndole perder peso. Sin embargo, su lectura siempre será amena y la “ rara”, queda aquí formulada, como la gran “matriarca “ latinoamericana, la inmensa mujer que navega contra las contrariedades, sacando a la superficie la casa y la tierra, que conquistó con su vida y trabajos, a pesar de la muerte del marido, de la dureza del medio, del fatigoso trabajo y de los hijos. A los que educa o pone a trabajar, mostrando su amor solidario de los pobres, apoyando sus huelgas, dignificando siempre su pasado de obrera.

Esta novela épica, carnavalesca, prolífica sin encontrar más forma que el traspaso de generaciones y tal vez del espacio: del conventillo a la casa, una vez y otra, de la casa al conventillo y otra vez hasta el retorno final dibuja su laberinto en el que encierra la historia de las mujeres chilenas populares, en una crónica teñida de humor, dramatismo y ternura, poco vista en la literatura contemporánea de hoy.

Enero/ 2014.




Nos contaba  Fernando Valls sobre Virginia Valls :

La periodista y escritora chilena Virginia Vidal, nacida en la capital de su país en 1932, falleció en la madrugada del lunes 12 de diciembre con 84 años, aunque las fechas bailan, al respecto. Allí la traté, en noviembre del 2008, durante unas jornadas dedicadas al microrrelato, y desde entonces mantuvimos el contacto por medio del correo electrónico colaborando, además, en mi blog, La nave de los locos, en diversas ocasiones. A comienzos de los años sesenta fue profesora de español, primero en una universidad de Pekín, y luego en Bratislava, pero en 1966 regresó a su país para dedicarse al periodismo, donde hizo célebre la sección No solo del pan... en el diario El Siglo. Fue la única periodista latinoamericana que en 1963 cubrió la entrega del Nobel en Estocolmo a Pablo Neruda. Hasta 1973 trabajó en el Instituto de Arte Lationamericano, que dirigía el historiador Miguel Rojas-Mix, en la Sociedad Impresora Horizonte, y en el programa cultural La semana, del canal de televisión de la Universidad de Chile, siendo expulsada de todos estos trabajos en 1973, tras el golpe de Estado contra el Gobierno de Allende.


Le oí contar cómo quedó La Chascona, la casa de Neruda en Santiago, tras el asalto de los militares, y cómo bajaban los libros destripados por el canal lleno de agua que la recorría. Tras la muerte del poeta, fue secretaria de Matilde Urrutia, su viuda, entre 1974 y 1976, ayudándole a volver a montar lo que quedó de la biblioteca, tras la restauración de la casa. Sin embargo, su gran amiga había sido Delia del Carril, conocida como la Hormiguita, la anterior esposa del autor de Residencia en la tierra. En 1976 tuvo que abandonar su país, refugiándose, primero en Yugoslavia, y luego en Caracas, donde fue corresponsal de Radio Moscú, trabajando en el programa Escucha Chile, hasta que regresó definitivamente a Santiago en 1987. Escritora polifacética, destacó sobre todo como autora de novelas históricas (Cadáveres del incendio hermoso, 1990, con la que obtuvo el Premio María Luisa Bombal y el Premio Municipal de Literatura de Santiago; o Javiera Carrera. Madre de la patria, 2010; Letradura de la rara, 2013), de libros entre la biógrafa y la crónica (Neruda, memoria crepitante, 2003; y Hormiga pinta caballos. Delia del Carril y su tiempo, 2006) y cultivadora de las diversas formas de la narrativa breve (Gotas de tinta y palabreos. Parvos relatos, 2009).

Su obra aparece, además, en diversas antologías que recogen cuentos o crónicas, como Morir es la noticia (1997), de la que es coeditora, con testimonios sobre los periodistas víctimas del Gobierno de Pinochet; y Cuentos en dictadura (2003), recopilados por Ramón Díaz Eterovic y Diego Muñoz Valenzuela. Me consta que ella sentía mucho aprecio por sus Testimonios de Francisco Coloane (1991), escritor chileno con el que mantuvo una estrecha amistad. Su presencia en España ha sido poca e intermitente: la citada biografía de Neruda, en la editorial Tilde; la novela Oro, veneno, puñal (Brosquil, Valencia, 2002), sobre los años de la conquista, protagonizada por Catalina de los Ríos, La Quintrala; y la encontramos también en la antología de Cuentos chilenos (Siruela, 2006), preparada por el profesor italiano Danilo Manera.

En el año 2011 la corporación Letras de Chile la distinguió "por su aporte incondicional a la literatura chilena". Virginia Vidal ha seguido escribiendo su columna en la revista Punto Final, e incluso el pasado año apareció su novela histórica Agustina la salteadora, a la sombra de Manuel Rodríguez. Pero por encima de todo, Virginia Vidal fue una gran señora, comprometida, una mujer entrañable, vinculada a los Neruda y a aquellos días que pasé en Santiago de Chile junto a Pía Barros, Juan Armando Epple, Lilian Elphick, Diego Muñoz Valenzuela o Gabriela Aguilera, la plana mayor del microrrelato chileno.



https://elpais.com/cultura/2016/12/19/actualidad/1482183033_092395.html

http://www.letrasdechile.cl/Joomla/index.php/noticias/2523-2523
https://www.lacallepassy061.cl/2017/12/virginia-vidal-una-narrativa-para-el.html
http://www.g80.cl/noticias/columna_completa.php?varid=18651
http://letras.mysite.com/vvid120317.html

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