Yvonne Knibiehler (5 de octubre de 1922, Montpellier), es una académica, ensayista, historiadora y feminista francesa. Madre de tres hijos, profesora emérita de la Universidad de Aix-en-Provence, especialista en historia de la mujer y la maternidad, dedicada a las principales causas del siglo XX, es autora de varios libros.
Yvonne Knibiehler estudió en Montpellier de 1940 a 1944. Se graduó en 1945 con una combinación de historia y geografía.
Ella enseñó en la escuela secundaria en Nîmes (Gard). Ella vivió en Marruecos desde 1949 hasta 1954 y enseñó en Oujda. Luego enseñó en Enghien (Seine-et-Oise), luego en el Lycée Théodore Aubanel en Aviñón (Vaucluse) hasta 1964. Luego fue a la universidad, como asistente (1964), luego como profesora (1970 ). Ella defendió su tesis doctoral en noviembre de 1970 sobre François-Auguste Mignet, luego se convirtió en profesora (1972) en la Universidad de Provenza (Aix-Marseille I). Se retiró de la docencia en 1984, después de especializarse en historia, familia y salud de las mujeres.
"A menudo en contra de la corriente principal del pensamiento dominante, ella demostró en la lucha feminista que la maternidad seguía siendo un tema central de la identidad femenina. Hoy, a medida que más y más mujeres son alentadas a regresar a sus hogares, ella denuncia el cansancio de las madres. (Contraportada, ¿Quién se quedará con los niños?)
Feminismo y maternidad
Nueva tendencia en el pensamiento feminista: la historiadora Yvonne Knibiehler afirma que la verdadera liberación de la mujer pasa por la defensa de la función materna. Y la británica Alison Wolf sostiene que, detrás de una supuesta reivindicación de todas las mujeres, el feminismo "traicionó" a las madres.
Yvonne Knibiehler : Las Feministas deben repensar la maternidad
CATHERINE VINCENT.
Con la publicación de sus memorias, tituladas ¿Quién cuidará a los niños? Memorias de una feminista iconoclasta, (Ed. Calmann-Lévy, 2007) la historiadora Yvonne Knibiehler, de 84 años, gran figura del feminismo francés, explica por qué la verdadera liberación de la mujer pasa necesariamente por la defensa de la maternidad.
Las memorias no interesan tanto por lo que tiene de singular sino por las afirmaciones críticas que Kniebiehler formula sobre el feminismo en general y por las preguntas que plantea sobre su incierto futuro. Kniebiehler rechazó siempre el tener que "elegir" entre vida profesional y maternidad: Así, vinculó sus "dos vidas, la de historiadora y la de madre", especializándose en la historia de la maternidad. Autora de La révolution maternelle depuis 1945 (1997) y de La Sexualité et l''histoire (2002), sus memorias vinculan la experiencia de varias generaciones.
La de sus abuelas, "mujeres de interior" de la pequeña burguesía de Montpellier en el S. XIX. La de su madre, que sólo tuvo educación primaria y habría deseado que su hija se convirtiera, como ella, en ama de casa ("El haber seguido estudios superiores, lo debo a mi padre"). Su propia generación —la de la descolonización, de los movimientos feministas y de los trastornos en las estructuras familiares...—, y también las de sus tres hijos (dos hijas y un hijo) y de sus siete nietos. Su obra abarca más de un siglo de historia, a lo largo del cual las identidades sexuadas evolucionaron dentro del marco de una mutación antropológica de tal amplitud "de la que ya no se ve el final". ¿Qué pasará con este feminismo europeo que, según ella, se presenta hoy como una inmensa "exhortación paradojal" a ser al mismo tiempo una buena madre y una mujer mundana? Tocará a sus bisnietos decirlo. El segundo nacerá en mayo.
- —Usted afirma que el feminismo equivocó el camino cuando decidió ignorar la maternidad. De hecho, en los 70 no era políticamente muy correcto tener hijos siendo militante...
- —No exageremos: en ese momento, había algunas intelectuales para defender la maternidad. Pero lo hacían poniéndose del lado del cuerpo. Alababan la belleza del embarazo, del parto... Personalmente, nunca me pareció lindo estar embarazada ni dar a luz. Lo que sí me pareció milagroso es el encuentro con ese pequeño ser que, desde las primeras horas de su vida, expresa cuán humano es. En eso disentí mucho tiempo con Simone de Beauvoir quien, en El Segundo Sexo, define la maternidad como un obstáculo a la vocación humana de trascendencia. Yo soy una hembra mamífera, sin duda, pero no soy un animal. Y mi relación con los hijos que traigo al mundo también está hecha de inteligencia, lo que abre precisamente la posibilidad de una superación, de una trascendencia. Algo que más tarde me permitió reconciliarme con Beauvoir, que percibe también perfectamente esa posibilidad: la mujer, escribe, "puede consentir en dar vida solamente si la vida tiene un sentido; no puede ser madre sin tratar de desempeñar un papel en la vida económica, política, social".
- —Por un lado las madres, por el otro, las feministas: al intentar reunirlas, usted tuvo muchas veces "la sensación de estar sentada entre dos sillas". Pero su recorrido de historiadora —dirigió la unidad de historia de la familia en la universidad de Provenza— no hizo más que reforzar su convicción.
- —Como feminista de la segunda ola (la de los años 60 y 70) fui, por cierto, marginal y discutida. ¿Por qué? Porque pese a apoyar las luchas de las militantes sobre la sexualidad, el control de la fecundidad, el poder o el trabajo, estaba convencida de que la maternidad sería una cuestión central de la identidad femenina. No podía sentirme satisfecha con la orden implícita: "Sé madre y callate". Mi profesión de historiadora, al igual que mi propia sensibilidad, me permitían afirmar que la maternidad no era solamente un desarrollo narcisista, un júbilo personal. Era también, en igual medida, una función social. Y yo estaba convencida de que ignorando esa función social, se ignoraba la mitad, por lo menos, de las realidades maternas. Desde entonces, los resultados de mis investigaciones no han hecho más que reafirmar esa certeza. El feminismo debe ante todo repensar la maternidad: todo lo demás se dará por añadidura.
- —Escribe que el feminismo adolece de "una debilidad congénita": la transmisión de la identidad sexuada es mucho más difícil para las mujeres que para los hombres. ¿Por qué esa diferencia?
- —Para un padre es relativamente fácil enseñarle a su hijo a ser hombre, porque hacerlo sólo pone en juego a sus respectivos egos. Pero entre madre e hija, la transmisión pone en juego la vocación misma de la especie humana. Lo que una madre le enseña a su hija es que en la reproducción de la especie todo su cuerpo está comprometido, profundamente. O sea, en un ámbito que roza lo sagrado, que es imposible laicizar totalmente. Por más que los médicos hayan explicado totalmente el proceso de engendrar, de la gestación, del parto, se invierte tanta energía en el nacimiento humano que éste sigue siendo sagrado, y la madre con él. Ahora bien, si yo quiero criar a mi hija como un ser inteligente y culto, puedo hacerlo. Pero no sé decir qué exige en mí la maternidad. Eso solamente puede transmitirse por el modelo y ese modelo se impone actualmente en forma menos evidente, menos natural que antes.
- —A más de treinta años de la ley Veil que autorizó el aborto en Francia, ¿las mujeres se apropiaron realmente del control de su fecundidad?
- —El hecho de que la libertad de dar o no a luz un hijo esté inscrita en la ley evidentemente es fundamental en el plano simbólico. Pero esa libertad jurídica es formal si falta la libertad psicológica. Tomemos el ejemplo de Holanda: es el país que tiene la ley más liberal en materia de aborto, y al mismo tiempo la tasa de abortos más baja del mundo... Lo cual prueba que ambas cosas no son contradictorias. En Francia, en cambio, el número de Interrupciones Voluntarias del Embarazo (IVG en la sigla original) se mantiene anormalmente alto (13 a 14 por mil mujeres en edad de procrear). ¿Por qué? Porque no se les dice lo suficiente a las mujeres que se trata también de una prueba, física y moral. Mientras la IVG siga siendo para las mujeres un símbolo de liberación, la soportarán sin protestar, por desagradable que sea. Y lo mismo vale para la anticoncepción. Los productos que necesitan las mujeres para controlar su fecundidad son fabricados por multinacionales dirigidas por hombres que se preocupan mucho más por las ganancias de esas fabricaciones que por la liberación de las mujeres. En tanto eso no cambie, las feministas no podrán jactarse de haber conquistado el control de su fecundidad.
- —Aún hoy, en su aplastante mayoría, a las madres que trabajan les cuesta conciliar sus responsabilidades profesionales y maternales. La novedad es que ahora lo dicen. ¿Asistimos al surgimiento de una tercera ola de feminismo que intenta, por fin, aliar igualdad y maternidad?
- —De ser así, veremos cómo evoluciona. Lo que espero es que las —y los— que se declaren feministas en el futuro hayan comprendido que sin duda hay que ayudar a las mujeres a no ser madres cuando no quieren serlo, pero que también hay que ayudarlas a serlo cuando lo desean.
- —¿Eso debe necesariamente pasar por un reparto igualitario de las tareas paternas?
- —No lo creo. Durante un tiempo, es posible que las mujeres creyeran que se compartiría todo, pero ya perdieron esa ilusión. Aunque más no sea porque las madres siguen entregándose más que los padres y que sacrificar demasiado el cuidado de los hijos constituye a menudo para ellas una privación. Las generaciones jóvenes tendrán que llegar a resolver esa cuadratura del círculo que todos, tanto padres como hijos, padecen actualmente. No es casual que los candidatos a la presidencia no paren de prometer más guarderías, más ayudas a los padres que trabajan. Ni que Germaine Poinso-Chapuis, que fue en 1947-1948 —mucho antes que Simone Veil— la primera ministro francesa en pleno ejercicio encargada de la salud de la familia en el gobierno de Robert Schuman, tuviera la idea de crear un ministerio de la infancia. Una prueba más, si es que todavía hacía falta, de que el problema no es nuevo.
- —Dentro de ese contexto, ¿cómo ve la candidatura de Ségolène Royal a la más alta función del Estado?
- —El hecho de que una mujer con cuatro hijos y que nunca ocultó su interés por la función materna pueda ser candidata a la elección presidencial demuestra indiscutiblemente una evolución de las mentes. Pero es un avance de doble filo. Si tiene éxito, eso tranquilizará a las mujeres en cuanto a su validez en el ámbito público. Pero si fracasa, y contrariamente a lo que pasa en el caso de los hombres, se puede llegar a inferir que el género femenino en su conjunto es incapaz en política.
- —¿Cuál sería, hoy, su definición del feminismo?
- —El feminismo es la otra cara largo tiempo oculta del humanismo, doctrina que preconiza el desarrollo de la persona humana. Pues sucede que la persona humana es sexuada, y que lo que permite el desarrollo de un sujeto de género masculino no siempre es suficiente para el desarrollo de un sujeto de género femenino. Además, constatamos que la dominación masculina, por razones antropológicas, no deja de estar presente a través de toda la historia. Se desplaza cuando hace falta, pero nunca se borra.
- —Que una mujer pueda acceder a una candidatura política de altísimo nivel, ¿no significa acaso que el poder está en otra parte, y que la dominación masculina se refugió esencialmente en el ámbito económico?
- —No nos hagamos ilusiones: el feminismo no suprimió, ni siquiera atenuó mucho la dominación masculina. Sólo la obligó a cambiar de lugar. Por eso, ese movimiento político es inamovible y eterno, y su función consistirá, siempre, en limitar las desigualdades y las injusticias que genera la dominación masculina. Dominación que, de parte de los hombres, a menudo es inconsciente y rara vez deliberada, pero no por eso menos permanente.
Traducción de Cristina Sardoy.
https://fr.wikipedia.org/wiki/Yvonne_Knibiehler
http://www.lemonde.fr/livres/article/2010/02/17/yvonne-knibiehler-le-feminisme-doit-repenser-la-maternite_864946_3260.html
https://www.babelio.com/livres/Knibiehler-Les-mots-des-meres/840092
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