Esperanza González Rivera (Carrión de los Céspedes (Sevilla), 4 de mayo de 1908 – Cádiz, 29 de enero de 1997). fue una monja de la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que desarrollo una labor de gran trascendencia en Cadiz consiguiendo el reconocimiento de toda la ciudad por su extrema generosidad y empatía.
Ingresó en la Compañía el 25 de noviembre de 1927. Su único destino fue el Asilo y Guardería Infantil Gaditana de Cádiz, comunidad en la que permaneció sirviendo en sus domicilios a los más pobres de la barriada de Santa María —barrio donde se concentraban y acentuaban al máximo la pobreza y la miseria—. A su llegada dijo: “Mientras viva trabajaré por los más necesitados”, compromiso que cumplió durante toda su larga vida. Hasta su jubilación, compartió la enseñanza de los pequeños con la visita a domicilio de ancianos y enfermos. “Nunca dio la espalda a aquel que llamó a su puerta y a quien no podía buscarla, ella lo encontró”. Al cumplir sesenta y cinco años cesó en su labor docente para dedicarse en exclusiva a la asistencia social. Creó lo que actualmente es el equipo de voluntarias, con el deseo de hacer más y mejor el bien a los más desfavorecidos. Sor Esperanza vivió cada día para los demás olvidándose de ella, haciendo propios los problemas, preocupaciones y angustias de todos “los suyos”, como ella solía llamarles.
Trabajó contra viento y marea por levantar a familias enteras de una situación indigna e inhumana, implicándoles en su propio desarrollo, aunque ella les facilitase los medios necesarios hasta lograr los objetivos propuestos. Cuidaba de que su servicio al pobre fuese integral, pues de lo contrario —solía decir—, “los empobrecemos aún más”. Era incansable en ir y volver, subir y bajar cientos de veces las mismas viejas escaleras cuando algún anciano o enfermo la llamaba. ¡cuántos kilómetros recorridos, dentro de la población, en busca de quien necesitaba ayuda! Llama la atención cómo una mujer tan menuda de cuerpo pudiese realizar tan gigantesca misión humanitaria. Aún muy anciana se hacía acompañar de alguna voluntaria para no faltar a su cita con los pobres. A los ochenta y cuatro años aún continuaba en la brecha. Su capacidad de trabajo, entrega y sacrificio la mantuvo en alza toda su vida; en el Ayuntamiento, donde era bien conocida por sus frecuentes visitas con el fin de recabar ayuda para su obra social, el Albergue, la llamaban “la joven de más de ochenta años”.
Sor Esperanza, desde su servicio callado, escondido, y por ello más eficaz, incansable trabajadora, hizo realidad en el prójimo su propio nombre, llenar de esperanza a muchas personas que vivían en la amargura y desesperación, innumerables familias que habían perdido toda ilusión en la vida; infinidad de pobres que no tenían otra ayuda, ni les quedaba otra esperanza, que sor Esperanza. En numerosas ocasiones el Diario de Cádiz colaboró con esta hija de la caridad en diversos aspectos de solidaridad, demanda de ayuda, etc., así como publicando casos extraordinarios de su servicio (hechos, estos últimos, que enfadaban y producían disgusto a sor Esperanza).
Su labor con los más necesitados la ha reconocido con agradecimiento todo Cádiz, que ha querido plasmar y perpetuar la memoria de esta mujer de diversas formas: reconocimiento municipal por el equipo de Gobierno del Ayuntamiento (6 de septiembre de 1990); homenaje a quien de manera extraordinaria, durante más de sesenta años, entregaba su vida, día a día, en favor de los demás (20 de diciembre de 1991);
http://dbe.rah.es/biografias/45721/esperanza-gonzalez-rivera
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